La certeza del fanatismo

La novela más reciente del narrador Juan Gabriel Vásquez recrea la historia verdadera de una familia colombiana que adoptó el frenesí de la Revolución Cultural bajo el régimen de Mao Tse-Tung, así como la vía de la guerrilla y las armas en su propio país. Narrada “con pulcritud y elocuencia” que nunca pontifica, ilustra el poder de una ideología que en su promesa redentora arrasó con todo asomo de disenso: en su lugar, se impuso el ideal de la verdad incuestionable y la cultura de la delación cuyos resultados fueron literalmente criminales.

Juan Gabriel Vásquez (1973).
Juan Gabriel Vásquez (1973). Foto: Fuente: rtvc.gov.co

No hay política sin pasión. Y toda política —ayer y hoy— se encuentra recubierta de una cierta ideología que modula y guía los esfuerzos de los militantes.

La ideología traza las coordenadas para la acción y ofrece sentido a las energías desplegadas, y la política, se supone, es la palanca para conservar, reformar o transmutar “las cosas”. Pero tarde o temprano ambas, ideología y política, tienen que confrontarse contra eso que llamamos realidad, y si ello no sucede, si adquieren vida propia, pueden acabar construyendo un universo paralelo, despegado de la vida de la mayoría, que se reproduce a sí mismo. Un proceso de enajenación progresivo en el cual la fuerza de las creencias genera una política ensimismada, impermeable a los acontecimientos.

Sergio Cabrera (1950) es un connotado director de cine colombiano (La estrategia del caracol, Golpe de estadio, Ilona llega con la lluvia, Todos se van, entre otras) y de televisión (fue uno de los directores de la exitosa serie española Cuéntame cómo pasó). Pero es también el personaje central de la más reciente novela de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás (Alfaguara, México, 2021). Es una reconstrucción biográfica que coloca en el centro la experiencia de Sergio en China durante los años sesenta, en la guerrilla del EPL (Ejército Popular de Liberación) en Colombia a inicios de los setenta y en su difícil y compleja salida de ese ambiente asfixiante.

Vásquez informa que la suya es “una obra de ficción” pero sin “episodios imaginarios”. Durante siete años platicó con su personaje, consultó muy diversos documentos, recuperó fotografías, leyó materiales de otros protagonistas y durante la pandemia del coronavirus pudo “ordenar un pasado ajeno”, lo que le permitió “conservar una cierta cordura”.

LA HISTORIA RECREADA por Vásquez inicia con Fausto Cabrera —padre de Sergio— el día de su muerte (10 de octubre de 2016), cuando el hijo se encuentra en Barcelona para asistir a una retrospectiva de sus películas. Sergio “tenía sesenta y seis años, tres matrimonios y cuatro hijos; había nacido en Medellín, vivido en China y trabajado en España”. De modo que la novela es un largo y atrayente flash back.

Fausto, joven, abandona España por la derrota de la República, e inicia un peregrinar por República Dominicana, Venezuela y finalmente Colombia, donde se asienta. Actor, declamador, director de teatro, promotor cultural, se casa con Luz Elena, hija de una “familia acomodada”, tiene dos hijos (Sergio y Marianella), y vive un proceso de radicalización política que lo conducirá, con toda la familia, a China, contratado como profesor de español por el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín.

Ese descubrimiento de otro mundo, donde la revolución lo seduce con la ilusión de ser partícipe del nacimiento de una humanidad redimida, lo convierte en un militante al servicio de La Causa, a la cual no hay más que subordinarse por completo:

Mao había ordenado la colectivización de los cultivos, prohibido los intentos privados... los resultados fueron desastrosos... cientos de miles de chinos murieron en campos de trabajo forzado... China entera estaba todavía sintiendo los coletazos de una de las hambrunas más letales de su historia (p. 114).

Ninguna evidencia es capaz de desmontar las certezas convertidas en fanatismo. La fe (Fausto diría la convicción) es más fuerte que la inasible realidad

NO OBSTANTE, ninguna información, ninguna realidad, ninguna evidencia, es capaz de desmontar las certezas convertidas en fanatismo. La fe (Fausto diría la convicción) es más fuerte que la deforme e inasible realidad.

Sergio y Marianella, paulatinamente y no sin algunos contratiempos, empiezan a empaparse del fervor revolucionario y a rechazar las “influencias burguesas”. Es la lenta e incisiva forja de una confianza que no permite dudas ni resquicios. Un credo que tiene respuestas para todo. Es una misión superior guiada por un pensamiento todopoderoso, el de Mao. Sus padres vuelven a Colombia para sumarse a la revolución encabezada por el Partido Comunista Marxista-Leninista Pensamiento Mao Tse-Tung y los hermanos quedan bajo la tutela del Partido. Vivirán los años de la Revolución Cultural.

Un episodio ilustra el ardor destructivo que desató esa etapa, tristemente célebre:

El profesor de dibujo... elogió el diseño del [avión] Phantom II [norteamericano]... Pero ese es el avión del enemigo, dijo un alumno... Sí, lo es. Pero el diseño es mejor [contestó el maestro]... Un murmullo de desaprobación se hizo cada vez más fuerte... Traidor, gritó una voz, y luego Contrarrevolucionario... los alumnos avanzaron amenazantes hacia el hombre... El grupo lo alcanzó en el corredor y lo arrinconó contra la pared... Alguien lanzó entonces el primer golpe... Otros golpearon también... el profesor se desplomó... (pp. 169-176).

El “incidente” no sólo devela la furia y la intolerancia desatadas, la pérdida de respeto por los maestros, el acoso de la masa, sino una fórmula para infundir terror y alinear forzadamente cualquier intento de disidencia:

... Los guardias rojos eran una serpiente de muchas cabezas... cargaban siempre en un bolsillo los discursos de su líder... Eran de violencia fácil cuando se trataba de castigar a un disidente... estaban entrando a los museos para saquearlos... también saqueaban los templos y las bibliotecas para avanzar en la destrucción de lo que llamaban “los cuatro viejos”: viejas costumbres, vieja cultura, viejos hábitos, viejas ideas (pp. 179-82).

Esa ilusión adánica que presume estar construyendo una nueva sociedad desde cero (o desde menos cero) hoy sabemos —y se podía saber desde entonces— que tuvo un costo humano devastador; zonas enteras del aparato productivo, la ciencia, las artes, la educación sufrieron no sólo una parálisis sino un retroceso abismal. Desacreditar todo lo que aconteció en el pasado fue un resorte que no pudo sino dejar una estela ruinosa.

Volver la vista atrás
Volver la vista atrás ı Foto: larazondemexico

PERO LA ACCIÓN de los guardias rojos es succionadora. Sergio se incorpora porque irradian una emoción exultante y la “acción colectiva”, el torbellino que desatan, le infunde un sentido de pertenencia al extender una agitación que actúa como imán. Son grupos autorreferenciales, poderosos, inmisericordes, convencidos de encarnar una transformación de enormes alcances. No se configuran para escuchar razones, procesar otras opiniones, sino para avasallar con la fuerza del número. Satisfechos de su poderío, arrasan con todo y ello les retribuye una profunda satisfacción.

Sergio tiene amistades extranjeras en China. En la residencia del embajador inglés ve la película de los Beatles de Richard Lester y escucha a los Rolling Stones. Sin embargo, su tutora no sólo le prohíbe continuar con sus amigos y amigas, sino que acusa a Marianella de faltar al deber revolucionario de delatar a su hermano.

Se impone el espíritu de secta cerrada (quizá es un pleonasmo), no sólo proclive a denunciar contaminaciones del “exterior” sino a generar mecanismos de vigilancia mutua que imprimen a las relaciones un toque de suspicacia perpetua y de cautela ante el prójimo. No obstante, en esos primeros momentos, los hermanos aceptan las reconvenciones porque piensan que forman parte de una causa que los trasciende.

Los adjetivos para descalificar a cualquiera se repiten mecánicamente. “Conservador”, “reaccionario”, “agente soviético” y demás. No requieren de prueba alguna. Son anulaciones instantáneas que desautorizan y segregan en el mejor de los casos, pero que pueden ser el preámbulo de la cárcel, como le sucede a David Crook (padre de amigos de Sergio y Marianella), primero militante comunista en Gran Bretaña y combatiente en la Guerra Civil española y luego activista pro chino asentado en la “nueva patria de Mao”, preso cuatro años y medio por algo que nunca supo qué fue.

Pero dado que la tarea de todo revolucionario es hacer la revolución, los hermanos, cada uno por su lado, se incorporarán a la guerrilla colombiana del EPL, luego de recibir adiestramiento militar junto con el ideológico. Pasajes del diario de Marianella de aquellos años (1968) ilustran su devoción por La Causa, una vocación cuasirreligiosa por aprender de Mao y “las masas”, unas ganas por desterrar los resabios de su “ideología pequeñoburguesa”, como imagino movieron a cientos de evangelizadores religiosos que se lanzaron por el mundo a anunciar la buena nueva. Se trata de una serie de convicciones arraigadas, sólidas, monolíticas, cargadas de la energía que da fuerza para tomar las armas.

LA GUERRILLA no es ese espacio armónico y solidario que pintan las novelas rosas revolucionarias. El sectarismo es parte del cemento cohesionador del grupo. Son ellos y sólo ellos los que tienen las llaves de la comprensión de lo que debe ser y será el cambio social. Y el resto no son más que degeneraciones que no comulgan con la verdad revelada. Es, además, por definición, una estructura jerárquica no exenta de abusos y atropellos, además de un espacio de certezas elementales y lealtades ciegas (hasta que en algunos casos entran en crisis). Sus comunicados no se compadecen de la realidad, difunden un mundo imaginario para hacer sentir que se avanza.

La verdad es prescindible y la propaganda la sustituye de manera radical. Por su propia naturaleza (matar o morir) se van incubando la indiferen-cia e inhumanidad ante las desgracias ajenas. Y si todo eso fuera poco, Marianella sufre el acoso de un comandante y cuando se rebela ante un juicio por 17 cargos (entre ellos “irrespeto a la figura de Mao”, “desviación ideológica”, “despreciar la vía armada”, ser “pro soviética y estalinista”), un “compañero” le da un balazo por la espalda.

La creación de una “realidad” alternativa parece ser un requisito para mantener la cohesión de los militantes.

En el boletín de la guerrilla, Combatiendo venceremos, se proyecta una imagen escindida, independiente de lo que en realidad sucede. Según ese material mimeografiado, “la zona guerrillera era una verdadera base de apoyo y el partido controlaba la justicia, dominaba la economía y tenía un ejército capaz de defender sus fronteras soberanas” (p. 361). Y por supuesto, nada de eso es lo que Sergio y Marianella contemplan, cada uno de ellos, desde sus respectivos grupos.

Por diferentes vías los hermanos llegan a la conclusión de que la opción armada no tiene salida productiva. Sergio escribe por entonces: “Cada vez con más frecuencia pasan por mi mente ideas derrotistas. El pesimismo gana terreno y la ilusión de una victoria, una victoria de nuestras ideas, es cada vez más lejana” (p. 354). Pero salir de la guerrilla no es sencillo. Así como ingresar no es fácil, ausentarse lo es menos. Recelos y temores (fundados o no) de los compañeros en la clandestinidad no son fáciles de remover.

Esa ilusión adánica tuvo un costo humano devastador; zonas enteras del aparato productivo, la ciencia, las artes, la educación sufrieron no sólo una parálisis sino un retroceso abismal 

LA EVASIÓN de la guerrilla por parte de Fausto, Luz Elena, Sergio y Marianella resulta un capítulo tenso, curioso e iluminador. Luz Elena logra una negociación que deja satisfechos a los comandantes. Salen de nuevo a China los tres primeros, mientras Marianella rehace su vida en Colombia. Y en China los caminos se bifurcan (aunque luego vuelven a converger bajo una sorda tensión). Sergio, con el auxilio de Joris Ivens (el famoso documentalista), saldrá para Londres a estudiar cine, mientras Fausto, hasta su muerte con 92 años, continuará, desde Colombia, creyendo en su evangelio.

Juan Gabriel Vásquez ha logrado recrear una historia compleja, evocadora de una época y unos afanes que modelaron la vida de cientos de latino-americanos que imaginaron edificar una sociedad igualitaria tomando las armas. Lo ha hecho con pulcritud y elocuencia, apreciando los testimonios recibidos y evitando los calificativos. Es un observador agudo que desarrolla una escritura al mismo tiempo ceñida y fecunda, que describe con detalle y reproduce estampas significativas. No pontifica. No se siente superior a sus personajes, a los que retrata con calidez y respeto, y es el lector (en este caso yo) el que extrae las conclusiones.

¿EXISTE ALGUNA CURA para la enajenación en política? ¿Es posible militar en una causa y no creer que uno y los suyos son los únicos que encarnan los mejores valores de la humanidad? ¿Estamos condenados a que la política y la ideología deriven necesariamente en guerra? No es sencillo ser optimista. La historia y las evidencias del presente no lo permiten. Pero algo sabemos: que la democracia, que se asienta en el reconocimiento y la valoración del pluralismo, ofrece una fórmula (si se quiere imperfecta) para la convivencia pacífica de la diversidad y obliga a coexistir con “los otros”. A la luz de esta novela creo que no es poca cosa.

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