Cien años de Fanny Rabel: más vigente que nunca

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Cien años de Fanny Rabel: más vigente que nunca.
Cien años de Fanny Rabel: más vigente que nunca. Foto: Fuente: Acervo de la UAM

Hombres y mujeres despojados de su tierra han desfilado frente a nuestros ojos a lo largo de los últimos meses. Fotografías y reportajes inundan nuestras pantallas dando fe de la migración de nueve millones de ucranianos que, ante la invasión rusa a su país, han tenido que dejarlo todo para buscar refugio. Mientras tanto, de este lado del mundo sacuden nuestra frontera noticias de migrantes mexicanos fallecidos ante brutales condiciones de abandono. La migración y la desesperanza parecieran ser el sello de nuestro tiempo. En este contexto se celebró, el pasado 27 de agosto, el centenario del nacimiento de Fanny Rabel, pintora que vivió en carne propia la dura realidad del exilio. La conmemoración llega en un momento que le confiere a su obra una vigencia ominosa, pero nos permite acercarnos a ella con una mirada solidaria, como lo fue la suya.

DESDE ANTES DE SU EXILIO en México, migrar había sido la condición de Fanny desde su infancia. Nacida en 1922 en el seno de una familia de actores, sus primeros años transcurrieron en las caravanas que iban de un pueblo a otro presentando espectáculos teatrales. De origen polaco, los Rabinovich —apellido que Fanny modificó tras incursionar en la pintura— finalmente se establecieron en París, en 1929. Salvo por una breve estancia en un kínder de Chernobyl, entonces Fanny pudo tener al fin una formación escolar estable. Esa estabilidad duraría muy poco: el auge del antisemitismo, que tomaba por asalto a Europa a partir del triunfo del nazismo, obligó a su familia a huir. Fue así como llegó a México, en 1937.

Años después reflexionaría sobre ese éxodo: “Si hay algo tradicional entre los judíos es su situación de judíos errantes, viajeros que van desde un país a otro. El ser inmigrante es típicamente judío”.1 También lo plasmaría en una de sus obras murales más destacadas, Sobrevivencia de un pueblo por su espíritu, pintado en 1957 en el Centro Deportivo Israelita. Ahí, a través de referencias bíblicas, representa la persecución del pueblo judío y su espíritu de resiliencia ante la adversidad.

Éste no sería el único tema social que ocuparía al pincel de Fanny Rabel. Sus primeras experiencias de vida le dotarían de una mirada sensible, con la que supo identificar y denunciar las problemáticas que aquejaban a los mexicanos. La infancia se convierte en uno de los temas centrales de su obra, siempre desde una postura que cuestiona la vulnerabilidad en la que los menores son colocados. Sus lienzos se poblaron de los llamados niños de la calle, obligados a pedir dinero o exhibirse en espectáculos callejeros. Probablemente fueron las memorias de su propia infancia viajera y precaria lo que le hizo identificarse siempre con los más pequeños de México.

Años después reflexionaría: Si hay algo tradicional entre los judíos es su situación de judíos errantes, viajeros que van desde un país a otro

NO SORPRENDE que otro de sus murales más afamados tomara la infancia del país como vehículo para representar una especie de continuidad entre el presente del pueblo mexicano y su pasado indígena. Ronda en el tiempo, ubicado en el Museo Nacional de Antropología, se convierte en una reflexión sobre la cultura mexicana a través de la educación, con una hilera de niños que, al tomarse de las manos, construyen una especie de cronología que nos lleva del mundo prehispánico al moderno, pasando por el colonial. Las pinturas infantiles de Rabel a menudo son tomadas como imágenes inocentes que sólo despiertan ternura, pero son todo menos ingenuas. En su mural pareciera señalar que los procesos históricos del país únicamente han conducido a las nuevas generaciones a la muerte, pues en el extremo izquierdo los niños de la modernidad juegan con calaveras de azúcar —un mensaje desolador.

Rabel se inició en el arte de la mano de los muralistas, convirtiéndose ella misma en una artista de los andamios por derecho propio. Fue a través del contacto con aquellos pintores revolucionarios y comunistas que descubrió las posibilidades de un arte socialmente comprometido. Comenzó entonces a explorar el potencial del muralismo como un arte para el pueblo, en un primer momento guiada por su maestra durante sus años formativos en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda: ni más ni menos que Frida Kahlo. Junto con Arturo García Bustos, Guillermo Monroy y Arturo Estrada fue parte de un grupo de jóvenes alumnos conocidos como Los Fridos, por estudiar bajo el cobijo de la pintora.

Las vivencias con ella les marcaron profundamente, pues con un estilo de enseñanza poco ortodoxo, que dejaba espacio a la creatividad individual y se alejaba del rigor académico, les invitaba al pintar a acercarse a la gente y sus tradiciones. Rabel recordaría a Frida como quien “abrió nuestros ojos ante el mundo”.2 A su vez, la artista más famosa de México la elogiaría con motivo de su primera exposición individual, montada en 1945 en la Liga Popular Israelita: “Fanny Rabinovich pinta como vive, con enorme valor, inteligencia y sensibilidad agudos”.3

La sensibilidad que caracterizó a Rabel tomó forma en gran medida gracias a los proyectos de su maestra, quien incitaba a Los Fridos a salir a las calles. Entre los murales más famosos que realizaron se encuentran los de la pulquería La Rosita, ubicada a unos pasos de la famosa casa azul de Kahlo. También en Coyoacán, intervino en la creación de murales en los lavaderos para madres solteras en los alrededores de la iglesia de La Conchita. Además, dejó huella en algunos de los murales más icónicos de este movimiento artístico, trabajando como asistente de David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Esa experiencia sin duda fortaleció su interés por evocar las penurias y necesidades de los mexicanos desde una postura de activismo social.

“Durante muchos años, pinté al ser humano con amor, en sus expresiones más conmovedoras. Miré y retraté al ser humano en todo su desamparo y angustia, a través de mi propia angustia y con solidaridad”, diría Rabel para definir su pintura.4 En su centenario, inmerso en la misma angustia que retrató, sus palabras resuenan como nunca.

Notas

1 Mercedes Sierra Kehoe, “La narrativa mural de Fanny Rabel: Muros contenidos, la apropiación de la historia” en La mujer en el arte: su obra y su imagen, Facultad de Artes y Diseño / UNAM, México, 2019, p. 58.

2 Hayden Herrera, “Entrevista a Guillermo Monroy” en Frida. Una biografía de Frida Kahlo, Diana, México, 1995, p. 277.

3 Sierra Kehoe, op. cit., p. 59.

4 Idem, p. 60.

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