Cinco fragmentos autobiográficos

La eternidad comienza un sábado

Cinco fragmentos autobiográficos
Cinco fragmentos autobiográficos Fuente: Archivo de Juan Javier Mora-Rivera

En El Cultural 346 publicamos un cuento olvidado de Juan Vicente Melo: “Para una tumba sin nombre”. No fue posible incluir entonces este relato autobiográfico, recuperado también por el investigador Juan Javier Mora-Rivera, quien brinda una presentación exhaustiva de su rescate en nuestra página web.

HASTA QUE ENTRÉ A ESTUDIAR Medicina, comencé a escribir La noche alucinada. Antes de que se publicara tuve el atrevimiento —del cual no me arrepiento, ni me arrepentiré nunca— de enseñarle, de llevarle los cuentos a León Felipe, que pasaba unas largas vacaciones en Veracruz, por cuestiones de salud, además de que le gustaba mucho el Puerto, y ahí encontraba a muchos de sus amigos. Tuve la oportunidad de conocer y de tratar a León Felipe y de llevarle una carta. Yo a León Felipe le agradezco mucho, muchísimo, el impulso que en ese momento me dio. En lo que se refiere a la literatura, la carta de León Felipe es palabra viva en el tiempo. Cuando me fui a París, La noche alucinada estaba en impresión. Salió editada por la Prensa Médica Mexicana y pagada por mi papá. Yo recibí los ejemplares en París. Cuando la leí quedé horrorizado, y lo primero que se me ocurrió al regreso de Europa fue desaparecer, hacer desaparecer el libro. La noche alucinada sigue siendo para mí una muy mala calca de Juan Rulfo, de los cuentos de El Llano en llamas, sobre todo. A Renato Prada Oropeza le gusta mucho la primera versión del cuento “Estela”. Una prima hermana, casada con un productor de cine, me propuso escribir un argumento para cine del cuento “Los generales mueren en la cama” porque sonaba muy sexy, pero por algunas condiciones extrañas no lo permití. Del libro eran mil ejemplares. Me reí mucho, después de que me he enterado que ha sido o fue en su tiempo muy bien acogido por la crítica.

DE LOS MUROS ENEMIGOS la historia fue así: ya había mandado unos cuentos a Sergio Galindo para la revista La Palabra y el Hombre. Entonces tuve la oportunidad de conocerlo y de tratarlo y de entregarle los originales, gracias a José de la Colina, porque a él le iban a publicar o ya había salido publicado en la Colección Ficción el libro Ven, caballo gris. Entonces él me trajo de México a Xalapa para entregarle directamente a Sergio Galindo, que era director de la espléndida editorial de la Universidad Veracruzana, los cuentos que formaron parte de Los muros enemigos. En el libro me gusta mucho el cuento “Música de cámara”. José de la Colina dice que era un título joyceano. Hace poco tuve un gusto muy grande porque Inés Arredondo me dijo que el cuento que da título al volumen era mejor que un cuento suyo que se llama “Su”. Yo creo que exagera un poco, pero es que también me gusta mucho ese cuento. En principio, Los muros enemigos sí es un libro del que respondo y al que quiero mucho.

El personaje de La obediencia nocturna a la que se persigue todo el tiempo y que es inencontrable y que no existe es Beatriz, la de Dante

FIN DE SEMANA ERAN TRES CUENTOS que tenían únicamente relación entre sí. Los tres cuentos, más allá de la temática de querer ser el otro para así, siendo el otro, ser uno mismo, estaban unidos y tenían el nexo común de estar escritos para un fin de semana, es decir, para un viernes, para un sábado y para un domingo. En la crítica Juan García Ponce decía que era muy arbitrario el haber puesto Fin de semana y agrupar los cuentos en un fin de semana, es decir, ponerle o viernes o sábado o domingo, que era solamente un capricho. Posiblemente lo era. Desde luego para mí es un libro que también quiero muchísimo. Los cuentos de Fin de semana y de Los muros enemigos quisiera que salieran en un solo volumen, junto con los cuentos dispersos y que están publicados. Hace poco tuve la oportunidad de platicar con el escritor Luis Arturo Ramos y me dijo que Sergio Galindo estaba muy interesado en reeditar Los muros enemigos al lado de Fin de semana, lo cual es un honor para mí, pero agradecería muchísimo si a estos dos libros se juntaran otros textos narrativos breves, en resumidas cuentas, los cuentos para así llamarlos. Tampoco sé cómo se llamaría el volumen porque soy muy malo para poner títulos. La mayor parte de los títulos de mis textos o me han sido dados o bien están entresacados de alguna frase del texto mismo.

EN LA OBEDIENCIA NOCTURNA estaba la acción en el jardín, el jardín encantado, y esa hermana imaginaria que por desgracia le puse el nombre de Adriana porque me gusta mucho. Ese nombre, en el caso familiar, era el de una cuñada de mi hermana, que a su vez se llama Beatriz. Y el personaje de La obediencia nocturna a la que se persigue todo el tiempo y que es inencontrable y que no existe es Beatriz. Beatriz, la de Dante. Nada más que Beatriz, la de Dante, sí existe y en La obediencia nocturna no existe. Beatriz es una confabulación, una figuración y es el no poder hallar a la hermosura, al amor, sino quedarse en esa nostalgia de la catástrofe. No encontrarla y seguir pistas falsas que resultan verdaderas, y el otro me parece que sí va a encontrar, que sí va a encontrar a Beatriz. El que no va a encontrarla nunca va a ser el narrador de La obediencia nocturna. Han dicho muchas cosas de la novela. La novela del rencor, de la castración, de la nostalgia, de la catástrofe. Leyes impuestas por la cultura que impiden la realización, que ya no es la realidad, sino la realización más allá del deseo. Como siempre sucede, la interpretación, el qué quiso decir, queda a manos, a juicio del lector, porque es el coautor de la obra. En su tiempo, la novela fue recibida muy mal. Bueno, hubo cosas muy generosas. Yo recuerdo lo de Tomás Segovia. Él era lector de la editorial Era, y tenía que hacer la solapa del libro. Tuvo la gentileza de hacer un ensayo de treinta páginas que, claro, no podían caber en la solapa del libro. Y el ensayo se quedó como otra cosa. Era una excelente interpretación de La obediencia nocturna que él titulaba y lo sigue titulando y con razón “El Alcohol del diablo”. Decía que la obra era el sentimiento de gran culpa hacia un Dios o padre, peor que Jehová en el Antiguo Testamento. Decir un Dios o un padre que no existe, que no existía, como Beatriz no existe, como el amor no existe, según para mí y en La obediencia nocturna.

LA RUECA DE ONFALIA está terminada. Para la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica me pidieron lo que yo quisiera dar y se la entregué a Jaime García Terrés. Esa novela es anterior a La obediencia nocturna. Fue interrumpida. Es también aleatoria porque pueden ser intercambiables los capítulos, todos están contados en primera persona, según el personaje que esté hablando. Es una historia —otra vez— de amor y desamor, de afrenta y de la vergüenza, de la dignidad y del orgullo de los pura sangre, y del no haber sido pura sangre. En principio fue eso. Es también una historia de amor. El argumento de La rueca de Onfalia me lo contaba mi abuela paterna y se interrumpió porque ella tuvo las ganas de morirse, cuando se le pegó la gana, es decir, se murió de vieja. Porque quería morirse y además irse al infierno, porque allí se iba a encontrar a muchas señoras que en vida no pudo cachetear y decirles sus verdades. En el infierno se las iba a encontrar a todas. Entonces se interrumpió La rueca de Onfalia porque mi abuela se murió y porque no me la siguió contando.

Fuente > Suplemento “Enfoques”, Gráfico de Xalapa, 1 de abril, 1984.