A los creadores del psychobilly, el éxito les llegó cuando tres de ellos han muerto; sólo vive la guitarrista, Poison Ivy. Hace unos años los adolescentes descubrían a los grupos del pasado en los videojuegos, el fenómeno se repite en las series que hoy desempolvan canciones y las integran a su trama. Stranger Things trajo de vuelta a Kate Bush con “Running Up That Hill”; Wednesday, de Tim Burton, resucitó a los Cramps con “Goo Goo Muck”.
La canción mueve una secuencia de baile gótico interpretado por la actriz Jenna Ortega. La serie sacó a los Cramps de la tumba y los adolescentes conectaron en un click. A cinco días de que empezara a transmitirse, las búsquedas del grupo, la canción, el baile y el capítulo en Google se dispararon más de quinientos por ciento. En Spotify brotó la “Fiebre Goo Goo Muck”: un aumento del cinco mil por ciento, con 25 millones de reproducciones.
Los seguidores creímos que el pago llegaría al bolso de Poison Ivy, creadora de los Cramps con su esposo, Lux Interior, en los años setenta y viuda desde 2009. Pero lo recibió Jim Shaw, productor que obtuvo “una tarifa promedio por uso en televisión”. La canción es un cover que los Cramps incluyeron en Psychedelic Jungle, de 1981; la original, de Ed James y Ronnie Cook and The Gaylads, fue grabada por Dave Bell en 1962. Bell le debía dinero a Shaw y en 2002 le cedió los derechos para resarcir su deuda. Ninguno sospechó lo que ocurriría.
Los Cramps han sonado en películas, programas de tele y comerciales. En Stranger Things fondearon sendas escenas con “I Was A Teenage Werewolf” y “Fever”. Lo curioso es que, con todo y su leyenda, la fama nunca los había tocado hasta hoy, cuando el creador y cantante Lux Interior, el baterista Nick Knox y el guitarrista Bryan Gregory ya no están.
En su momento reinventaron la tradición musical americana con un estilo excéntrico al que llamaron psychobilly, una creación ranchera-punk de country, blues, R&B, surf y sicodelia, cuya denominación de origen se encuentra en “One Piece At A Time”, de Wayne Kemp.
Siempre serán recordados por su taca-taca, el sonido serrador y sus locuras en vivo, como el concierto que dieron en el Hospital Mental de Napa en California, una sesión de musicoterapia en la que interactuaron con los pacientes y terminaron bailando enloquecidos. Acá los disfrutamos en dos telúricas tocadas al sur del Distrito Federal en los noventa, hubo de todo: portazos, destrozos, heridos, slam y mucho rock. Al Bad Music for Bad People me remito: tenerlo es un pecado capital, lujuria pura y dura, impermeable a la moralina.