Durante los tres años que viví en Oaxaca, de 2006 a 2008, uno de mis pasatiempos favoritos fue alquilarme como guía de la Ruta Calvino. Algunos amigos de la capital, de otras ciudades y del extranjero aceptaron acompañarme en el intrigante paseo que ninguna agencia de viajes contemplaba.
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Décadas atrás, Italo Calvino y su esposa, la traductora argentina Esther Singer, realizaron el recorrido registrado en tres relatos, textos frontera entre autobiografía, ensayo y crónica. El autor no especifica el año del viaje —el segundo a México, pues en 1964 vino de luna de miel a nuestro país, tras casarse en Cuba—, pero a partir de la campaña presidencial que refiere en “Bajo el sol jaguar” es fácil anotarlo: 1976.1 Precisamente mi ruta partía de las evocaciones de ese relato, donde una pareja extranjera arriba a Oaxaca y se hospeda en un hotel cuyo edificio colonial alojó el Convento de Santa Catalina. Con posibles licencias de ficción, esa pareja corresponde a los Calvino, quienes se conmueven ante la historia de dos personajes que figuran en una pintura virreinal: un sacerdote y una monja, capellán y abadesa del recinto, respectivamente.
Ese cuadro está ahora en un muro del pasillo del primer patio del hotel Quinta Real2 —los Calvino lo contem-plaron en el bar Las novicias—, y puede ser visto por cualquier visitante. En la parte inferior del retrato se lee la historia de los protagonistas, unidos por los placeres culinarios; se dice que al morir el sacerdote, veinte años mayor que la monja y quizá su confesor, la abadesa no resistió la ausencia de su amigo de fogón, por lo que entregó el alma al día siguiente. Cuenta Esther Singer que desde 1972 su esposo se había propuesto escribir un libro con historias que abordaran misterios de los cinco sentidos: sólo dejó los textos relativos al olfato —“El nombre, la nariz” —, el gusto —“Bajo el sol jaguar”— y el oído —“El rey escucha”.3 Los manjares oaxaqueños que probaron los Calvino, según el relato, me daban pie para seguir al mercado, los portales, alguna fonda de barrio o, si el presupuesto daba para un capricho, visitar restaurantes glamurosos. Desde el epígrafe del texto, Calvino acentúa la confluencia de las palabras “sabor” y “saber”, llevada en su ficción hacia una amorosa cocina caníbal que se ampara en los sacrificios humanos a propósito de la visita de los personajes a Monte Albán.
Uno de mis pasatiempos favoritos fue alquilarme como guía de la Ruta Calvino. Amigos de la capital, de otras ciudades y del extranjero aceptaron el intrigante paseo que ninguna agencia de viajes contemplaba
Mi tour calviniano también ascendía a esa zona arqueológica, lección abierta para urbanistas y arquitectos del mundo. No recuerdo que mis invitados tuvieran curiosidad por el destino de los restos humanos de los sacrificados —que en Olivia, nombre de la pareja del narrador, es fijación obsesa—, mucho menos sobre el sabor de la carne humana o los condimentos que potenciaban el mismo. El escritor italiano es mordaz y ambiguo, acepta por momentos la candidez del turista convencional para después, con ímpetu, llevar la trama más allá de todo convencionalismo. Las metáforas expuestas en “Bajo el sol jaguar” amplían nuestras puertas de la percepción sobre los alimentos; saber y saborear el mundo nos concede certezas intensas del ser y el estar en esta realidad rotunda y, sin contradicción, hechizada.
A partir de “La forma del árbol” y “El tiempo y las ramas”, artículos del libro Colección de arena, organizaba las siguientes estaciones del paseo. Publicadas en el Corriere della Sera, estas piezas tuvieron también su origen en el viaje oaxaqueño de 1976.4 En la primera, Calvino alterna el ojo del botánico y la especulación del filósofo, para compartir su experiencia al contemplar el árbol del Tule, el prodigioso ahuehuete de más de dos mil años. En el segundo, el autor observa otra arboladura no menos sorprendente: el árbol genealógico en el sotacoro del Templo de Santo Domingo, una formación vegetal de estuco que da cuenta de la raíz, el tronco y las ramas de don Félix de Guzmán, fundador de la orden dominica. Después de su excursión oaxaqueña, los Calvino seguirían el viaje a Palenque, tema de un cuarto texto mexicano, “La selva y los dioses”.5 Mi ruta terminaba comentando esa crónica y mencionando que el padre del narrador, el agrónomo Mario Calvino (1875-1951), vivió en México de 1909 a 1917; realizaría innumerables aportaciones a la agricultura del país, en especial en el valle de Anáhuac y en Yucatán.6
La obra de Italo Calvino persistirá en una escritura de múltiples exigencias para el lector. Escritura todo terreno que convoca el ars combinatoria de las partes, para proponer un todo siempre cambiante
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Recuerdo mi primera lectura de Calvino: un fragmento de “El origen de los pájaros” de Tiempo cero, publicado en mi libro de español de tercero de secundaria, de la editorial Trillas. Arduo para un adolescente con poco kilometraje de lecturas. Un anticipo para uno de los libros que más he disfrutado como lector, Las cosmicómicas (1965), pieza de inusitada imaginación que, en su momento, deslumbró al argentino Julio Cortázar, quien recomendaría su publicación en el sello Minotauro.7 Por supuesto, no sabía que aquel primer contacto era en realidad un encuentro iniciático para leer y releer la bibliografía del autor que ocuparía un espacio central entre mis estantes.
En preparatoria y universidad, su obra me resultaba familiar en virtud de sus relatos y ensayos, que se publicaban en El Cuento, Vuelta, la Revista de la Universidad de México… Pero, de manera especial, recuerdo que leía reseñas de sus libros que tras su muerte, el 19 de septiembre de 1985, se relanzaban en nuevas ediciones en Minotauro, Tusquets y Siruela, sobre todo, amén de las obras póstumas que editaría la viuda a partir de proyectos no concluidos y compilaciones de artículos y documentos personales. Para el bolsillo de un estudiante pobre, esos libros importados eran inalcanzables; para colmo, la obra de Calvino, encasillada como literatura fantástica, es decir, literatura de evasión según la pedagogía del oprimido, no era prioridad en las bibliotecas públicas a mi alcance. Las librerías de viejo salieron al quite y me proporcionaron las austeras y frágiles ediciones de Bruguera donde leí El barón rampante, El caballero inexistente, El vizconde demediado, La especulación inmobiliaria y La jornada de un interventor electoral.
Los tres primeros libros de la lista fueron reunidos, en 1960, en un solo volumen por Einaudi bajo el título I nostri antenati, que Siruela publicaría como Nuestros antepasados (1989). La primera edición italiana tuvo en portada un dibujo de Picasso y contó con un comentario de Calvino, que informa a sus lectores: “Recojo en este volumen tres historias que escribí en la década de los cincuenta a los sesenta y que tienen en común el hecho de ser inverosímiles y de ocurrir en épocas remotas y en países imaginarios”. El salto categórico del escritor neorrealista que debutó con la novela El sendero de los nidos de araña (1947) a este tríptico definió el rumbo literario, pero en especial, la perspectiva de explorar lo ignoto y lo imposible, alejando su escritura de todo costumbrismo o naturalismo, abierta siempre a la creación de realidades insospechadas y a la exploración formal del discurso cuentístico y novelístico, incluso, a partir de estructuras convencionales como la narración oral o el canon literario del siglo XIX.
Mi novela preferida de esta trilogía es El barón rampante, historia de
Cosimo Piovasco di Rondò quien siendo niño, en un acto de rebeldía, trepa a la copa de un árbol para no bajar de allí por años, recorriendo los follajes de los huertos vecinos, de rama en rama sin tocar suelo, extendiendo sus vagabundeos a los bosques de la comarca. Gerardo Deniz, buscador de exquisiteces literarias, apuesta a que la historia de “el barón trepador” —el poeta de Adrede gusta de esta traducción más fiel— la encontró Calvino al leer la tercera cantiga ("Paraíso"), de la Commedia de Dante, en particular el verso 115 del canto XXIV que dice, en su terceto: E quel baron che sìdi ramo en ramo / essaminando, già tratto m’avea, / che all’ultime fronde appresavamo… (Y el barón que me había examinado / de rama en rama hasta lograr llevarme / muy cerca de las hojas más excelsas…).8 Explica Deniz que ese barón es san Pedro y que escalar de "rama en rama" refiere a un ascenso de la fe vía la razón. Por supuesto, si non é vera é ben trovata esta correspondencia, sobre la que añade:
... Jamás acusaremos a Calvino de mentir en sus lucubraciones.
Se trata nada más de un par de simplificaciones justificadísimas. ... Sólo que mi pequeño hallazgo dantesco devuelve todo a su desagradable complejidad. Pretendo haber descubierto la auténtica raíz del barón rampante, pero yo mismo señalo los detalles inexplicables: la juventud del barón, su encaramarse para siempre…9
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Al llegar a la Ciudad de México, en 1989, conocí a dos calvinianos de primera línea: Guillermo Fernández e Ignacio Padilla. El primero lo leía en su lengua original y lo traducía para revistas y suplementos, dando a conocer al lector mexicano primicias de libros que apenas circulaban en Italia; el segundo, tertuliano del Café Trevi en la Alameda —donde nos reuníamos escritores cachorros—, estaba al día de la biblioteca del italiano, asimilando en su escritura el legado de un fuera de serie. Por sugerencia de ambos leí y sigo leyendo Las ciudades invisibles (1972), en la edición de Minotauro, con la traducción de Aurora Bernárdez y Si una noche de invierno, un viajero… (1974), de Siruela, en versión de Esther Benítez. Dos libros diametralmente distintos. Con formulaciones de un lector in fabula, el primero, donde el arte milenario de un contador historias encuentra en Marco Polo la encarnación mítica de Sherezade, refiriendo a Kublai Kan —en vez del sultán glotón de relatos— una relación de ciudades desbordante de invención, descritas con “la filigrana de un diseño tan sutil que escapa a la mordedura de las termitas.”10 ¿Es su obra maestra? Acaso sea de sus tres o cuatro capolavoro. En el otro libro, autor y lector se encuentran, evaden, confrontan; también se engañan o creen hacerlo o fingen que caen en el garlito de uno o de otro mientras varias historias se dibujan y desdibujan bajo la niebla o la fumarola de una locomotora. La poética de la literatura potencial del Oulipo toca el espíritu lúdico de este volumen.
En los siguientes años, la obra de Calvino persistirá en una escritura plena
de múltiples exigencias para el lector. Escritura todo terreno que convoca el ars combinatoria de las partes, para proponer un todo siempre cambiante. En esta clasificación entraría Palomar (1983), volumen de relatos vía el ensayo que exploran la profundidad de la superficie de lo real, si se me permite la paradoja; la observación milimétrica que impone el protagonista a objetos, fenómenos naturales y seres vivos aspira a desentrañar una posible escritura de la creación del mundo, un indicio para tan insondable misterio.11 ¿Palomar es una parodia optimista de Carlos Argentino Daneri, el antagonista del Borges-personaje de “El Aleph"?
Debo a David Huerta12 la revelación del Calvino ensayista de Seis propuestas para el próximo milenio (1989), reunión de conferencias que preparaba para la cátedra Charles Eliot Norton. Inteligencia y agudeza, cordialidad y memoria de lector se entrecruzan en estas reflexiones marcadas de una pátina profética. Sus cualidades de crítico excepcional las ratifiqué en colecciones póstumas como Por qué leer los clásicos (1992), Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981) (1994) y Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad (1995). En la confluencia de su labor de editor, trabajo que lo marcaría desde sus años juveniles en Einaudi —en ese sello conoció a Cesare Pavese y Elio Vittorini, presencias tutelares—, Calvino realizó antologías de gran circulación y éxito comercial en su país, como Cuentos fantásticos del siglo XIX y Cuentos populares italianos.13 Un filón más de la obra del autor es su prosificación del Orlando furioso, de Ludovico Ariosto. Hasta donde sé nunca publicó poemas, una experiencia que no lo limitó para ser un lector agudo de poesía. En varios ensayos he corroborado su predilección por poetas no convencionales, pienso en Francis Ponge, o por tentativas líricas que discurren a varias bandas arrastrando oscuridades y resplandores, como su admirado Eugenio Montale. Conocía el pleamar y el bajamar de la poesía italiana del novecento, la sístole y diástole de las corrientes que reformulaban el canon o cuestionaban los sedimentos del lenguaje:
Este difícil heroísmo excavado en la interioridad, en la aridez, en la precariedad del existir, este heroísmo de antihéroe es la respuesta que Montale dio al problema de la poesía de su generación: cómo escribir versos después de (y contra) D’Annunzio (y después de Carducci, y después de Pascoli o por lo menos de cierta imagen de Pascoli), el problema que Ungaretti resolvió con la fulguración de la palabra pura y Saba con la recuperación de una sinceridad interior que abarcaba incluso el pathos, el afecto, la sensualidad, esas contraseñas de lo humano que el hombre montaliano rechazaba o consideraba indecibles.14
Como prueba de lo que pudo haber si-do una deliciosa autobiografía, plena de inteligencia y humor, el italiano dejó textos de carácter memorioso que Esther Singer reuniría en Ermitaño en París (2003), donde destaca su “Diario americano 1959-1960".15
Debo a David Huerta la revelación de Seis propuestas para el próximo milenio (1989). [...] Inteligencia y agudeza, cordialidad y memoria de lector se entrecruzan en estas reflexiones marcadas de una pátina profética .
Por fin, aprovechando los reflectores por el centenario de su nacimiento, nos daremos un atracón con He nacido en América. Entrevistas 1951-1985, traducción de Dulce María Zúñiga, que Siruela ha puesto en librerías a inicios de 2023. Es un libro de utilidad para emprender la relectura de su obra, reconociendo la trayectoria del joven autor realista que pronto emprenderá el vuelo al orbe fantástico y, una década después, se encaminará hacia una literatura indómita, de difícil clasificación, con libros que borran las fronteras de los géneros clásicos y convocan al lector a sumarse en el devenir de una trama que nunca concluye, que siempre está recomenzando.
Notas:
1 Unos días antes, menciona el narrador, habían estado en Tepozotlán, donde comieron chiles en nogada. En Oaxaca presenciaron —en un salón del hotel— un acto de la esposa del candidato. La elección presidencial de 1976 se llevó a cabo el domingo 4 de julio. ¿Empezaría con anticipación la temporada de chiles trigarantes? Quizá Calvino haya tomado licencias cronológicas en su relato.
2 Curiosidad adicional que ignoro si Calvino sabía: el edificio de este hotel funcionó como cárcel municipal por décadas. Aquí pasó noches infernales el novelista inglés Malcolm Lowry.
3 Los relatos están reunidos en el volumen Bajo el sol jaguar, traducción de Aurora Bernárdez, Tusquets, 1989.
4 De los últimos libros publicados en vida del autor, apareció en 1984 bajo el sello Garzanti. La edición de Alianza Tres, en traducción de Aurora Bernárdez, salió de imprenta en 1987.
5 La editorial tapatía Petra publicaría en 2006 estos tres ensayos-crónicas en la bella edición Italo Calvino en México, con traducción de Dulce María Zúñiga y fotos en blanco y negro de Jill Hartley.
6 El cuento “El camino de san Giovanni”, integrado al volumen del mismo título y publicado de forma póstuma en 1991, es un minucioso homenaje de Calvino a su padre. En él subraya la importancia de México en la experiencia formativa del agrimensor Mario Calvino quien, por cierto, escribía en perfecto español, según corroboré en publicaciones de la época, como el boletín Haciendas y ranchos. En la huerta ligur de la familia se plantaron y crecieron, cuenta el narrador, aguacates y chayotes mexicanos.
7 En cierta latitud fantástica, Historias de cronopios y de famas (1962), de Julio Cortázar, se entrecruza con la vena de invención de Las cosmicómicas que tradujo Aurora Bernárdez, entonces pareja del argentino. La edición de Minotauro apareció en 1967.
8 Dante Alighieri, Commedia, traducción de José María Micó, Acantilado, Barcelona, 2018, p. 739.
9 Gerardo Deniz, Red de agujeritos, selección y prólogo de Fernando Fernández, Ficticia Editorial / UV, México, 2012, p. 45.
10 Un dato curioso: José Emilio Pacheco tradujo para el número 23 de la revista Plural (agosto, 1973), la introducción y varios capítulos de Las ciudades invisibles. En la misma edición, Ángel Rama hace una minuciosa disección de este libro, que se volvería un hito de las letras italianas. El crítico uruguayo había conocido y tratado al escritor italiano en Cuba, a inicios de 1964.
11 En ese libro aparece otro “texto mexicano” cuyo origen también puede ubicarse en su visita de 1976. Bajo el título “Serpientes y calavera” se narra una visita del señor Palomar a las ruinas de Tula, Hidalgo. En el libro póstumo Mundo escrito y mundo no escrito (2002) aparece tanto “Moctezuma y Cortés”, otra pieza mexicana publicada en el diario Corriere della Sera (1976), como una suerte de apostilla al viaje de Oaxaca sobre los dos árboles comentados aquí, reflexiones adjudicadas al señor Palomar.
12 Tras años de dar clases en universidades de Estados Unidos, en 1991, David Huerta volvió al país. Entonces propuso al INBA —institución en la yo trabajaba— un seminario de literatura para jóvenes escritores del interior del país. Los cursos se repitieron unos cinco años y proponían, como eje temático, la lectura de dos o tres libros. Ese año las obras elegidas fueron Seis propuestas para el próximo milenio y Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre.
13 La literatura latinoamericana debe al Calvino editor su difusión en Italia. Él llevó al catálogo de Einaudi a Pablo Neruda, en 1952, con una antología con versiones de Salvatore Quasimodo; en 1955 haría lo propio con Jorge Luis Borges —tras el consejo de Sergio Solmi y la aprobación de Elio Vittorini—, publicando La biblioteca di Babele, en traducción de Franco Lucentini. También recomendó la contratación de Juan Rulfo a Einaudi; sin embargo, Feltrinelli fue la editorial que se haría con los derechos del mexicano, en 1960. Una década después, Calvino propondría a Sellerio Editore la publicación de la obra de Jorge Ibargüengoitia, autor que había premiado en Casa de las Américas como parte del jurado de novela de la edición de 1964; el libro galardonado sería Los relámpagos de agosto, cuyo consejo dictaminador integraron, además de él, Fernando Benítez y Lisandro Otero. En ese viaje a Cuba, el escritor se casa con Esther Singer —19 de febrero de 1964— y conoce el pueblo Santiago de las Vegas, donde nació el 15 de octubre de 1923.
14 Italo Calvino, “El escollo de Montale” en Por qué leer los clásicos, traducción de Aurora Bernárdez, Tusquets, Barcelona, 1992, p. 226.
15 En 2002, Siruela publicaría otras páginas de cor-
te autobiográfico en Un optimista en América, con traducción de Dulce María Zúñiga.