Si los robots llegan a formar una sociedad en el futuro lejano, la tarea de los robots historiadores será estudiar los linajes que dieron origen a su especie. Desde esta perspectiva propuesta por el filósofo Manuel de Landa, las máquinas inteligentes analizarán con particular atención el desarrollo de su variante guerrera —máquinas asesinas que vieron la luz con cierto grado de autonomía pero eran dirigidas a la distancia por humanos—, y cómo fue que a su vez incidieron en la evolución de sus creadores. En este ejercicio de imaginación somos pequeñas piezas de una vasta y compleja máquina de guerra cuyo combustible es el dinero y la política. En el libro Mundo Dron. Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas (Debate, 2021), de Naief Yehya, los vehículos aéreos no tripulados con fines militares son un fetiche que define nuestra época, íconos de la supremacía tecnológica occidental bajo cuya sombra se desarrolla la gran fantasía sociopolítica que conforma la realidad, en la que Silicon Valley es la Disneylandia del siglo XXI.
EL CIBORG, FIGURA MESIÁNICA
Desde los inicios de internet, Yehya se ha destacado como un atento observador del desarrollo tecnológico y de su influencia en la cultura. Se recuerda en particular su emblemática columna “La Jornada Virtual” a principio de los dosmiles, donde calibraba los acontecimientos que parecían ir más aprisa que la historia misma. En Mundo Dron, el narrador y crítico cultural identifica el cine de ciencia ficción (CF) como un síntoma que permite entender los tiempos modernos. Por ello se vale de películas del género cuya estética y discurso las inscribe en el ciberpunk, corriente literaria y cultural que perfiló la CF de la década de 1980 y cuya influencia todavía puede percibirse en la gran caja de resonancia de la década de 2020.
Es así que Yehya parte del análisis de cuatro películas que considera fundamentales para entender la figura del dron como una extensión de nuestro cuerpo, o la percepción del cuerpo humano como un ciborg o máquina de alto rendimiento, parafraseando a Donna Haraway. Las cintas Alien (1979), Mad Max (1979), Blade Runner (1981) y Terminator (1984) son tratadas como si fueran los cuatro textos de un evangelio tecnológico cuya figura mesiánica, el ciborg, muere en la última escena de la mítica cinta de James Cameron y apaga sus circuitos para resucitar el dos de noviembre de 2002, fecha que marca el autor como el inicio de nuestro Mundo Dron, cuando la ficción traspasó el delicado velo de la realidad. Aquel día, un MQ1 Predator fabricado por la empresa General Atomics y operado por la CIA alzó el vuelo sobre el desierto de Yemen con la misión de asesinar al terrorista Qaed Senyan al-Harthi. Tras lanzar con precisión un misil Hellfire al automóvil en el que aquel hombre viajaba junto con otras cinco personas, la primera ley de la robótica de Isaac Asimov, “un robot no hará daño a un ser humano ni, por su inacción, permitirá que un ser humano sufra daño”, tuvo que reescribirse.
Naief Yehya parte del análisis de cuatro películas
que considera fundamentales para entender la figura
del dron como una extensión de nuestro cuerpo
TRÁFICO AÉREO DE DRONES
Han pasado casi veinte años y los drones militares no pueden distinguir entre los asistentes a una boda al aire libre o una partida de guerrilleros. Ante la duda los vuelan en pedazos, acción cuyo dilema ético se diluye a lo largo de la cadena de mando. Son lentos y torpes para el combate aéreo contra cazas tripulados (se sabe de al menos uno que fue derribado por un Mig-25 iraní), por lo que han sido relegados a misiones de reconocimiento. Por ello, hasta donde se sabe, las operaciones de asesinato selectivo que les eran asignadas con relativa regularidad se han visto limitadas, y también porque además de su ilegitimidad, los costos de mantenimiento son excesivos.
Sus contrapartes civiles, en cambio, quizá lucen menos listos pero son más prácticos. Al volar en enjambre pueden realizar danzas aéreas perfectamente sincronizadas y quizá en los próximos años su verdadera amenaza será convertirse en densas flotillas de mensajeros aéreos de Amazon. Hace tan sólo unas semanas en la ciudad de Hadera, en Israel, se llevó a cabo la primera prueba de control donde se coordinó por primera vez el tráfico aéreo de drones junto con aviones y helicópteros. Aunque la policía ya los utiliza para fotografiar manifestantes, rociarlos con gas lacrimógeno o vigilar las calles para que se respete la cuarentena, también existen armas que neutralizan la radiofrecuencia con la que operan, para luego derribarlos con facilidad.
Quizá por esta relativa normalización las referencias fílmicas a las que acude Yehya en el resto del libro juegan con las posibilidades de una inteligencia artificial que ya no busca destruirnos sino sobrevivirnos. Ahora nos temen. Por ello el autor examina la cada vez más complicada relación que tenemos con nuestros gadgets (Her, 2013), los algoritmos que alimentamos (Ex-Machina, 2014) y cómo es que la realidad cotidiana se asemeja más a un technothriller o al dron porn, aportando evidencia de encontrarnos en medio del siguiente paso evolutivo de la humanidad tecnificada.
La segunda etapa del Mundo Dron comenzó este 19 de abril, cuando el helicóptero robótico Ingenuity, que llegó a bordo del rover Perseverance de la NASA el 18 de febrero pasado, realizó su primer vuelo autónomo en Marte, convirtiéndose en la primera aeronave terrícola controlada que vuela en otro planeta.
Este capítulo será sin duda marcado como un hito por los robots historiadores del futuro. Y seguramente estudiarán con atención lo que Yehya escriba sobre ello.