Con Cruella, Disney se pone punk

“La popularidad del punk se debió a que hizo de lo antiestético algo bello”: Malcolm McLaren, mánager de los Sex Pistols, resumió así el sello de ese movimiento cultural de los años setenta. Y Rafael Tonatiuh añade que esa música también se alimentaba de una esencia infantil, cuajada de anarquía. Aunque parezca difícil de creer, la intención libertaria también subyace en la nueva película Cruella, que además de contar la juventud de la protagonista de La noche de las narices frías, narra la historia de esa “fiesta de excesos”.

Cruella
Cruella Foto: Fuente: hipertextual.com

La película para niños Cruella (Craig Gillespie, 2021) narra la juventud de la villana de La noche de las narices frías. Primero es una niña huérfana que se vuelve ladrona, luego diseñadora de modas y al final es una mezcla de ambas, desdoblándose en dos personalidades durante los años setenta, la década del punk: Cruella y Estella (Emma Stone).

UN MOVIMIENTO INFANTIL

El director ya había destacado por su musicalización en I, Tonya (2017), colocándose junto a realizadores con bandas sonoras memorables: Martin Scorsese, Quentin Tarantino y Edgar Wright, entre otros. Esta vez puso especial interés en el punk. Él mismo declaró haber filmado varias secuencias con la música en mente ­—se nota, pues se usan los primeros acordes de la mayoría de las canciones para dar fuerza a los inicios de la acción.

¿Es posible contar la historia del punk en una cinta para niños? ¡Por supuesto! La diferencia de este movimiento con tendencias juveniles oscuras (como los darks y emos) es la ironía. Los rockeros marginales de los se-tenta, con una estética repulsiva y decadente, de navajas de afeitar y seguros que perforaban las mejillas mientras proclamaban “no future”, vivían a ritmo de rock primitivo: rockabilly, surf, garage, glam, glitter, rhythm & blues, es decir, música divertida y festiva, que contrastaba con su agresividad. No olvidemos que su enemigo musical fue el rock progresivo, de gran complejidad y virtuosismo académico, que proclamaba la formación musical autodidacta (Los Ramones jamás se echaron un requinto). El punk fue una interminable fiesta de excesos, que desdeñaba toda pretensión intelectual, como lo describe la película 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2003). Por eso puede considerarse un movimiento infantil.

En mi opinión, la primera cinta punk de la historia es Pink Flamingos (John Waters, 1972), filmada cuando éste apenas estaba surgiendo, antes de que adquiriera su forma definitiva en 1975. Ahí no sólo vemos los primeros cabellos verdes, sino una fascinación por la estética trash (escatología, canibalismo, desviaciones sexuales), mucho humor irreverente y un soundtrack con rocanrol de los años cincuenta e inicios de los sesenta. Aquella exaltación de la anarquía y la libertad permanece en Cruella, es justamente lo que adoran los niños (amantes de la desobediencia).

¿Contar la historia del punk en una cinta para niños? ¡Por supuesto! La diferencia de este movimiento con tendencias oscuras es la ironía 

PUNK FASHION

La gran estafa rocanrolera (The Great Rock ’n’ Roll Swindle, Julien Temple, 1980) cuenta con ironía el ascenso y la caída de la banda más representativa de ese movimiento: los Sex Pistols. En ella, el mánager Malcolm McLaren revela cínicamente la receta para hacerse rico: inventar una moda punk.

McLaren participó en el movimiento situacionista de París en 1968, era músico y propietario de una boutique en Londres, llamada Sex, que promocionaba ropa rota, collares pa-ra perro y artículos de sadomasoquismo. En 1975 fue mánager del grupo New York Dolls, en Estados Unidos, y vio florecer el punk en Manhattan; se llevó la pinta de pelos parados a Inglaterra y disfrazó de punks a los Sex Pistols, su nueva banda —cuando conoció al cantante, Johnny, le impresionó una playera que portaba, de Pink Floyd, sobre la que escribió “I Hate” y perforó los ojos de los integrantes.

En Cruella hay un abierto homenaje a Mc-Laren, desde la escena en la que Estella, alcoholizada, vandaliza el escaparate de la tienda departamental Liberty (mientras suena “Estas botas son para caminar”, de Nancy Sinatra), hasta las abiertas provocaciones de Cruella a la diseñadora La Baronesa (Emma Thompson), en secuencias con música punk: Blondie, The Clash y The Stooges. Pero el homenaje rebasa la música. Lo vemos en la propuesta fashion de Cruella: pintarse “The Future” en el rostro, proyectar letreros en fachadas y aparecer en un camión de basura repleto de ropa. También resalta el personaje andrógino Artie (John McCrea), cómplice de la protagonista, dueño de una tienda vintage que representa el glam (emparentado con el punk), el cual combinó rock con moda y cuyo representante más famoso fue David Bowie.

SOUNDTRACK DE CULTO

Con la supervisión musical de Susan Jacobs, la banda sonora incluye treinta canciones (sesenta y uno, contando las originales de Nicholas Britell). Abarcan de Doris Day a Florence + The Machine (intérpretes del tema original). Sobresale el protopunk, pero también escuchamos diversos estilos de rock, como “Bloody Well Right”, de Supertramp (banda de pop progresivo, con la que abre la película), hasta los inicios del heavy metal, como “The Wizard”, de Black Sabbath, mezclado con “Sympathy For The Devil”, de los Rolling Stones.

En el mosaico musical vale la pena resaltar los covers de Ike y Tina Turner: “Whole Lotta Love”, de Led Zeppelin, y “Come Together”, de los Beatles. Yo no creo, como algunos, que usaron covers para no pagar derechos (si la banda sonora incluye a Queen, The Doors y The Rolling Stones, financiados por Disney), sino por la calidad áspera de la interpretación, más ad hoc con la cinta que las versiones originales. Eso sí, me llama la atención la ausencia del rap, que comercialmente se dio a conocer en 1979, con “Rapper’s Delight”, de The Sugarhill Gang. Aunque el rap, en muchos aspectos, continuó los postulados del punk, quizás no esté en la banda sonora porque se sigue produciendo, y al espectador podría resultarle demasiado actual.

RAFAEL TONATIUH (Xalapa, 1964), humorista, articulista y guionista. Escribió el largometraje Un mundo raro (dirigido por el cineasta Armando Casas, 2001), y las novelas El cielo de los gatos (Moho, 1998) y Gangster de ultratumba (Editorial Resistencia, 2008).