Cry Macho, de Clint Eastwood

Filo luminoso

Cry Macho
Cry Macho Foto: Fuente: imdb.com

Muchas cosas son estridentes, llamativas y dignas de asombro en la carrera de un cineasta que llega a los 91 años dirigiendo, produciendo y estelarizando sus películas, entre ellas no pocas obras maestras. Clint Eastwood se ha mantenido extremadamente activo en esta fase avanzada de su carrera (no me atrevería a decir final), la cual puede dividirse en varias etapas, intensas y diversas. Pero al margen del tema que aborde, la mitología del héroe siempre está presente en su trabajo. Esto toma una variedad de formas, calibres y expresiones, pero su cine siempre invoca la redención y el sacrificio.

Nadie puede negar que Eastwood dirige con talento y elocuencia hasta dormido. Su habilidad para alcanzar una variedad de registros e intensidades ha quedado en evidencia desde su debut como realizador en Play Misty for Me (Obsesión mortal, 1971), así como ha perfeccionado una cadencia minimalista en sus relatos que parece infalible y siempre cautivadora. Su obra alcanzó la cúspide con la prodigiosa Unforgiven (Los imperdonables, 1992), que marca el renacimiento del western y podía haberse entendido entonces como su despedida. Ya antes había hecho una fabulosa meditación sobre el cine y el efervescente talento creativo en White Hunter Black Heart (Cazador blanco, corazón negro, 1990) y poco después hizo cintas de una brillantez apabullante, como esa joya que es A Perfect World (Un mundo perfecto, 1993). Además tiene el mérito de haber convertido una infumable y frívola novela rosa en una de las mejores películas románticas de las últimas décadas: The Bridges of Madison County (Los puentes de Madison, 1995).

Eastwood ha filmado casi veinte largometrajes en lo que va del siglo XXI, cintas bélicas, deportivas, musicales, históricas y esa demencial obra inquietante de la intolerancia controlada y el racismo purgable que es Gran Torino (2008). Su película más reciente (la número 39 en cincuenta años como director) es Cry Macho, un regreso a los personajes en busca de redención, seres imperfectos, caídos en desgracia por sus propios excesos, narcisismo, desventura o ambición. Mike Milo (Eastwood) es un viejo cowboy cuya carrera como estrella de los rodeos terminó con un aparatoso accidente y sobrevive trabajando de modo negligente e irresponsable como ranchero para Howard Polk (Dwight Yoakam), quien en su momento lo rescató del abismo del alcohol y los fármacos, así como del abandono tras la muerte de su esposa e hijo en un accidente.

Cuando encontramos por primera vez a Mike, Howard ya no está dispuesto a seguir tolerando su impuntualidad y desinterés en el trabajo, así que lo corre. Un año después vuelve a buscarlo para pedirle que le haga un favor que no puede rechazar por la deuda moral que tiene con él: ir a la Ciudad de México a rescatar a Rafo (Eduardo Minett), el hijo que tuvo con Leta (Fernanda Urrejola), una mujer de sociedad, alcohólica, desenfrenada y vinculada con el crimen organizado. Rafo confirma lo que Howard le dijo a Mike de que su madre y sus amantes lo maltrataban, lo cual lo convence de la importancia de su misión.

La cinta tiene lugar a principios de los años ochenta y se convierte pronto en un polvoso road movie con ecos de su reciente La mula (The Mule, 2018). Y si una característica tiene este género es la de anular el efecto del tiempo al convertir al vehículo (aquí son varios) en una burbuja que lleva a los protagonistas de un encuentro a otro sin necesidad de referencias cronológicas. La fotografía de Ben Davis es por supuesto un deleite y la edición de Hughes Winborne logra mantener el ritmo de una historia con pocos sobresaltos, largos momentos estáticos y una trama predecible, con periódicas inyecciones de acción y algunos momentos emocionales.

ES un testamento sentimental a la imagen del héroe de ambos lados de la cámara. En cierta forma es un ejercicio de redención

Mike recorre paisajes de una aridez conmovedora, desiertos desolados y terracerías tan accidentadas como su conciencia, en secuencias casi oníricas. Sin necesidad de gran fuerza física ni astucia extraordinaria encuentra a Rafo, quien a los 14 años vive en la calle y se gana la vida con su gallo de pelea, Macho. Rafo no es tan salvaje como su madre cree y acepta la oferta de ir a Texas a vivir con su padre sin necesidad de mucho convencimiento ni coerción. Más tarde cambiará de opinión varias veces, pero sin mayores consecuencias. El guion de Nick Schenk está basado en la novela homónima de N. Richard Nash —escrita en 1975— que rebotó por décadas entre productoras; incluso el mismo Eastwood consideró estelarizarla en los años ochenta, pero no lo consideró apropiado.

La historia es familiar en la mitología eastwoodiana: el solitario con un pasado que lo atormenta pero que no muestra debilidades y se embarca en una misión imposible. Aquí, en lo que podía imaginarse como el crepúsculo de su vida, cuestiona el concepto del machismo, (“está sobrevalorado”) y la masculinidad tóxica, una característica que va de la mano de sus personajes más icónicos. Por eso insiste en tratar de convencer a Rafo de que ser fuerte no es lo mismo que ser macho. Paradójicamente, aquí Milo conquista sin esfuerzo alguno a dos mujeres varias décadas menores que él (una que representa la lujuria y otra la maternidad protectora, en un dualismo cuasibíblico) y si eso no hiciera la trama suficientemente inverosímil, pinta a México y a todos sus personajes con una brocha tan gorda que los ahoga en clichés asfixiantes (criminales o buenos buenísimos), que rayan en la caricatura y el insulto.

Casi todos los diálogos de los actores mexicanos son auténticos enjambres de estereotipos. Entre los personajes que se encuentran en su camino está la restaurantera Marta (Natalia Traven), quien los ayuda y le da un nuevo sentido de la vida al viejo ranchero. Si a esto le sumamos un gallo que resuelve las situaciones violentas (Mike no lleva armas ni pretende necesitarlas), lo que queda es un extraño collage cinematográfico que va de la reflexión en el ocaso de una vida a una fantasía disneyana con un niño y animalitos simpáticos, que son acosados por un desfile de villanos acartonados, como los guaruras de Leta y los federales de utilería.

Cry Macho es un testamento sentimental a la imagen del héroe de ambos lados de la cámara. En cierta forma es un ejercicio de redención como autor y personaje, pero a la vez es un pequeño homenaje descarado a sí mismo (no seré yo quien diga que no se lo merece). Podemos pensar que ésta es una historia complaciente y simplista, pero no debemos olvidar que también es un cuestionamiento de la naturaleza del heroísmo (lo cual tiene resonancia con la recientemente estrenada El caballero verde) y un manifiesto en contra de la violencia estetizada. No es poca cosa para un cineasta e icono que hoy cree en la esperanza, la ecuanimidad y sigue sin temerle a la vejez.

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