Cuerpo líquido y evanescente

Con una consistencia que ha resistido cualquier obstáculo, el Festival Internacional de Danza para la Pantalla Movimiento en Movimiento cumple diez años. La celebración está en curso y continúa hasta la próxima semana. Incluye 27 obras multidisciplinarias, experimentales, mexicanas e internacionales, que conjugan el cine, el video y la danza, en torno al Cuerpo líquido. Su directora nos comparte una versión editada del texto que lo presenta. Entre sus sedes —además de internet— están la Filmoteca de la UNAM y la Biblioteca Vasconcelos.

Cuerpo líquido y evanescente
Cuerpo líquido y evanescente Fuente: Cortesía de Movimiento en Movimiento

El agua es siempre bienvenida, placentera: nada como sumergirse en ella, cerrar los ojos e imaginarse dentro de un lago, en el mar, en la bolsa de agua materna, en la bañera de tu casa, incluso en un charco. Somos agua.

Desde la escuela nos enseñaron que se trata de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno, pero no hay que creer a ciegas en las definiciones científicas cuando estamos inmersos en el mundo cotidiano, pues su promiscuidad es inigualable. El agua se halla siempre mezclada, es ejemplo de la multiplicidad y lo heterogéneo, ya sea que contenga tierra, minerales, azúcares, plasma, impurezas; sus colores van de azules a rojos, pasando por cualquier tonalidad de ocre. Qué, ¿eso no es agua? Correcto, agua más añadiduras. Este líquido adopta las más diversas formas, es cambiante, imposible de asir o contener, siempre se nos escapa, creemos haberlo dominado pero nunca lo conseguimos. Así son los cuerpos en un mundo en el que todo puede parecerse al agua y todo es efímero.

¿Qué sucede cuando nos aborda, inunda y sumerge en ella? Nos enseñaron también que el cuerpo humano contiene setenta por ciento de agua; por lo tanto, me atrevo a sugerir que este líquido terminará desbordándose hasta causar nuestra desaparición, la eclosión de nuestras ilusiones y los espejismos de la existencia.

VOY A ESPECULAR sobre el cuerpo líquido de una manera libre, no rígida, como si fuera humano y las ideas y las cosas se trasladaran de un espacio a otro —como, en apariencia, lo hace cualquier nebulosa en la bóveda celeste. Me atrevo a asegurar que la idea del cuerpo propia de esta época es similar a una catedral sin cimientos. Leo a Zygmunt Bauman y con sospecha noto que le resulta tremendamente fácil explicar qué pasó con esta sociedad en la que todo se encuentra fragmentado. ¿Tendrá razón?

No tenemos ninguna creencia fija o definitiva. Vivir bajo el cobijo de esta idea nos transporta a una ligereza muy atractiva: no somos la precisa consecuencia de ninguna teoría, entidad mística, ningún lazo filial o fraternal, ni siquiera la representación de un yo consistente, ya que su homogeneidad también está en duda desde hace más de un siglo.

A los niños y jóvenes se les invita a descreer de los dogmas genéricos y entonces deben enfrentar la certeza de que cuentan con una infinita gama de posibilidades para edificar su vida, su identidad, su presente y futuro. ¿Cómo puede ahora fundar su identidad un niño? ¿Cómo elegir lo particular en el espectro de lo infinito?

Sálvese aquél que todavía es capaz de reposar en una creencia firme. Y ojalá que los nuevos puertos morales no se conviertan en fascismos

Así, los cuerpos también flotan y se enferman de humedad, de indefinición: tantas dietas que se nos proponen como verdad. Somos testigos de incontables prácticas corporales que debemos aprender. Toda esta miríada de versiones de lo correcto que encontramos fácilmente en el mundo virtual y las redes sociales, donde abundan infinidad de consejos sobre qué comer, cómo pensar, qué vestir, qué opinar. Y es entonces cuando caemos en un pozo sin fin y quedamos atrapados en un aislamiento que nos hunde en la soledad, confusos, con nuestro cuerpo desgastado, diseminado ante la red virtual: la nada.

Yo, en lo personal, preferiré retornar a alguna isla que aún se mantenga firme, y no será abordando una nave como el arca de Noé durante el diluvio bíblico, sino a través de acciones más humildes que me procuren el espejismo de la salvación. Prefiero volver a creer en algo, tomar mi cuerpo femenino, mujer total, sin duda, que desempeña un papel que me complace y deseo llevar a cabo.

SERÍA DESEABLE que la incertidumbre acabara, abordar una nave identitaria que permitiera a cada uno enarbolar un ideal, defender raíces, una casa, y reconstruirse a partir de una elección personal. Sin embargo, a la vista de tantas opciones, ¿es eso posible para quienes han nacido y crecido sometidos al acecho del cambio constante? Probablemente una persona que ocupe la mayor parte de su tiempo viajando se someta a un vértigo que ningu-na vida nómada sea capaz de igualar. Y entonces, la adicción a ese vértigo y al carácter efímero triunfa.

Sálvese aquél que todavía es capaz de reposar en una creencia firme, cualquiera que ésta sea. Y ojalá que los nuevos puertos morales edificados en el presente y sus abigarradas opciones no se conviertan en nuevos fascismos o renovadas bandas de delincuencia organizada, sea estética, social o ética.

¿Qué lugar tendrá el inútil gasto que provocan la dicha y el placer? ¿Qué valor tendrán, por ejemplo, las comidas opíparas que renuncian a considerar tanto las calorías como el gluten al intercambiarlos por el beneficio de una pasión y un gusto personal? ¿Podremos ser sinceros y expresar un pensamiento políticamente incorrecto algún día? Zygmunt Bauman escribe:

... Practicar el arte de la vida, hacer de la propia vida una “obra de arte” equivale en nuestro mundo moderno líquido a permanecer en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente transformándose (o al menos intentándolo) en alguien distinto del que se ha sido hasta ahora.

Mi cuerpo líquido, frágil, efímero, en disolución permanente, desea expresarse, abrirse camino hacia alguna bomba de escape. Y el arte permite encontrar los conductos necesarios para abrir puertas, ventanas y orificios de fuga. Aquí hay un camino, una posibilidad: la expresión artística.