Derribar el pasado

Al margen

Peter Chiykowski, Escultura de la cabeza de San Juan Bautista en las Termas de Diocleciano, 2020.
Peter Chiykowski, Escultura de la cabeza de San Juan Bautista en las Termas de Diocleciano, 2020. Foto: Fuente: unsplash.com

En el verano de 2020, durante las protestas del movimiento Black Lives Matter, la estatua del esclavista Edward Colston fue derribada en las calles de Bristol, Inglaterra. Los manifestantes grafitearon el monumento y lo arrojaron al río Avon desde el puente Pero, nombrado así en honor a Pero Jones, un hombre africano que fue llevado como esclavo a Bristol en 1765. Su remoción no fue sólo un acto vandálico, sino uno profundamente simbólico.

Ese monumento llevaba años generando debate, incluso se hizo una petición ciudadana para removerlo: “Si bien la historia no debe ser olvidada, la gente que se benefició de la esclavitud de otros individuos no merece el honor de una estatua [...] Por lo tanto, solicitamos que el ayuntamiento de Bristol remueva la estatua de Edward Colston. No representa nuestra diversa y multicultural ciudad”, afirma la solicitud. Cuestionar si estos personajes nos siguen representando como sociedad, o si queremos que lo sigan haciendo, me parece completamente válido y necesario, no porque se deba borrar su historia, sino precisamente lo contrario: porque implica reconocer la historia completa.

EDWARD COLSTON FORMÓ PARTE de la Royal African Company, la cual monopolizó el comercio de África occidental en el siglo XVII, incluido el de esclavos. Se estima que como integrante de esta compañía Colston participó en el tráfico de cien mil personas africanas entre 1672 y 1689. Fue en este último año cuando vendió sus acciones y dedicó el resto de su vida a la caridad. Se argumenta que es por sus obras de beneficencia que se le rinde homenaje en las calles de Bristol, pero éstas no se entienden sin primero tener claro de dónde provino su fortuna.

A un año de su remoción, el ayuntamiento de Bristol decidió exhibir la estatua en el museo M Shed de la localidad. Hoy la efigie de Colston yace de espaldas en una de sus salas, incapaz de erigirse por sí sola debido al daño ocasionado por los manifestantes. Está rodeada de pancartas de la protesta y cubierta de aerosol. Como sucede con nuestros cuerpos, las cicatrices de ese día se han integrado a su relato de vida. Aún es incierto si éste será el destino final del monumento; para decidirlo, el alcalde Marvin Rees creó el consejo We Are Bristol History (Somos la historia de Bristol), integrado por especialistas. Su tarea principal es invitar al debate y la reflexión en torno a la historia de la ciudad, además de decidir, a partir de una consulta ciudadana, qué va a suceder con la estatua.

El monumento a Colston muestra un posible camino para conciliar las pasiones en torno al de Cristóbal Colón 

EL CASO DEL MONUMENTO a Colston nos muestra un posible camino para conciliar las pasiones en torno al de Cristóbal Colón en la Ciudad de México. Conservar la estatua como objeto artístico e histórico es, sin duda, lo preferible, pero no hay razón para hacerlo en la calle si se considera que su presencia ya no es relevante como representación de nuestra sociedad. Así como ahora la estatua de Colston está en un museo, la de Colón puede estar también en un recinto donde se aprecie y estudie por quienes decidan hacerlo. Pero incluso si es así debe hacerse dando cuenta de todos los claroscuros del personaje. El navegante tuvo un logro notable que llamamos el descubrimiento de América, pero también esclavizó a la población taína de la isla que bautizó como La Española. Ambas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo y una no le resta mérito a la otra, pero el no contar la historia completa implica seguir invisibilizando a los sectores de la población que han padecido el sistema clasista, racista y patriarcal de nuestras sociedades y cuya memoria no está inscrita ni en los monumentos ni en las calles.

Lo lamentable del caso mexicano es que no parece haber ninguna sensibilidad real hacia esas otras experiencias. La estatua fue removida antes del Día de la Raza, quizá en un esfuerzo por anticiparse a quienes habían hecho un llamado a destruirla durante la manifestación en esa fecha. Irónicamente, un gobierno que nació de la lucha social y que ha apostado por los mecanismos de consulta, no sólo canceló cualquier posibilidad de protesta sino que decidió unilateralmente el destino de la glorieta de ese personaje.

LA SIMULACIÓN SE CONVIRTIÓ en insulto al anunciar que en su lugar se colocaría un monumento para rendir homenaje a la mujer indígena, pero creado por un hombre blanco. Pedro Reyes es indudablemente un referente de la escultura contemporánea, pero la decisión de comisionarle a él una obra para reivindicar la experiencia de las mujeres y de las comunidades indígenas demuestra que el proyecto no tiene realmente ninguna vocación decolonial ni perspectiva de género, sino que es sólo discurso.

Ahora, el gobierno de la Ciudad de México ha anunciado que la estatua de Pedro Reyes ya no será la que sustituya al Colón, sino que esto lo definirá un Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos, sin embargo no descartó que en la deliberación se decanten nuevamente por Tlalli. Si bien aplaudo que hayan escuchado a la ciudadanía y que el proceso al fin vaya a ser uno más democrático, según lo que marca la ley, no deja de sorprenderme la resistencia a concursar el proyecto de manera transparente y a convocar a mujeres artistas que se identifiquen como indígenas, tal y como lo reclama la comunidad artística y cultural del país.

Hay quienes me han cuestionado por expresar esta postura como si fuera racista o sexista contra Reyes; al contrario, él y todos los hombres tienen derecho a hacer los monumentos que quieran, sólo que éste no, porque éste dice ser una reivindicación de la lucha histórica de las comunidades indígenas y de las mujeres. Si se trata de representación, no necesitamos otra figura romantizada de mujeres ni de indígenas, ya hay suficientes, tampoco que sea un hombre el que nuevamente nos diga cómo ha sido la historia, llevan siglos haciéndolo; lo que necesitamos es que sean ellxs, las mujeres y los pueblos originarios, quienes cuenten la suya. Por otro lado, esto desde luego no significa que regresar el Colón a su glorieta sea lo deseable, pues significaría que su remoción fue sólo un gesto vacío y no el inicio de una conversación que debemos tener como sociedad.

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