Los dientes de mi hermano

OJOS DE PERRA AZUL

Los dientes de mi hermano
Los dientes de mi hermano Foto: cortesía de la autora

MI HERMANO DECIDIÓ ser dentista cuando se cayó de boca en el filo de la banqueta, un aullido, los labios abiertos, sangre. Se rompió los incisivos, tenía ocho años. Mientras se levantaba, recogí los fragmentos que rodaron sobre el concreto de la calle. Le pusieron unos nuevos, postizos, alineados, perfectos. Él es muy reservado y serio, pero cuando llega a sonreír, deja ver la dentadura y se le ilumina el rostro. Ojalá lo hiciera más seguido.

Su consultorio era blanco y frío, muy iluminado, un extraño universo para mí, al lado de mi casa. Al entrar, a escondidas y cuando él no estaba, percibía un aroma a látex, antiséptico, menta, acrílico, cloro, clavo, eugenol, que he grabado en la memoria. Sobre una repisa tenía un modelo dental de plástico con encías, paladar, mandíbula y las 32 piezas que se distribuyen en la boca. Aprendí que tienen cuello y raíz, que el canino superior es el más largo y el incisivo frontal inferior el más pequeño, las muelas se pican más, la parte dura se llama esmalte.

El verdadero objetivo de mis visitas clandestinas era conocer el complejo mundo interno de mi hermano, que parecía caber ahí dentro. Habitar ese espacio me hacía sentir cerca de él.

Las manos las cubría con guantes plásticos para no dejar huella de sus íntimos secretos

AHÍ ACOMODABA SU CAOS, proyectaba su peculiar forma de ser. En el gabinete reclinable insertaba sus angustias, lograba aliviarlas. Utilizaba la lámpara para escudriñar las culpas que le carcomían la conciencia, como las caries a un molar. Las cubría con empastes de resina. Sobre la mesa de metal colocaba jeringuillas con las que se inyectaba para anestesiar las frustraciones de la vida. En el espejo bucal veía los gestos de su rostro, para poder reconocerse. Con los exploradores tanteaba las encías, los deseos y quimeras. A las piezas irregulares les daba forma con las fresas y las limas, a pesar del dolor y los escalofríos pulía sus ansiedades. Con las pinzas extraía los temores. Amalgamas para rellenar los sentimientos, brackets para corregir anomalías del humor, enderezar lo que creía haber hecho mal. Las manos las cubría con guantes plásticos para no dejar huella de sus íntimos secretos.

Pienso con frecuencia en los dientes rotos de mi hermano, él no sabe que los conservo en mi cofre de recuerdos. De vez en cuando los froto y les pido que me concedan un deseo, morder con mis filosos colmillos la carne tibia de mi amante.

*Deme una certeza bien fría.