En el diván de mi psicoanalista

OJOS DE PERRA AZUL

EN EL DIVÁN  DE MI PSICOANALISTA
EN EL DIVÁN DE MI PSICOANALISTA Foto: Cortesía de la autora

Siento un ovillo rojo enredado en la garganta, testigo y causante de mi imposibilidad de comunicación. Cada vez que trago saliva las hebras se tensan más, amarran las palabras, no puedo desatarlas. Eso es lo que me pasa cuando me enfrento a mi psicoanalista. No atino a responder sus preguntas, no logra hacerme hablar.

Estoy recostada en un diván, cincuenta minutos me parecen cinco siglos de audiciones irresueltas. Imagino que él me pone toda la atención posible, no se distrae, observa los movimientos de mi cuerpo, casi paralizado, se da vuelta e interpreta los gestos de mi rostro. Anota todo en un cuaderno. Mis sentidos están alerta. Parece intrigado, soy un caso de síntomas incomprensibles. Dime lo que se te ocurra, me invita a la asociación libre. Apenas puedo pronunciar sí, no, mmm. Quizás intuya que yo uso otro lenguaje extraño, que no puedo practicar con nadie, ni con él. Mi inconsciente está estructurado de forma peculiar en mi cerebro. Abro la boca, pero me salen silbidos.

HA ENSAYADO TODAS las técnicas modernas, conmigo no funcionan. Recurre, pues, a los métodos para los pacientes niños. Dibuja algo, me pide. Me entrega una hoja de papel y lápices de colores. Trato de hacerlo, pero al primer movimiento me pincho la yema del pulgar con la punta del lápiz. Trazo un garabato con la sangre, pongo las iniciales de mi nombre y apellido, punto final y un corazón. Me muestra unas extrañas láminas, manchas de tinta esparcidas. Una araña, un monstruo de pies grandes, órganos sexuales, dos felinos, un mapa, nada. Desconcertado, intenta otro camino. Coloca sobre la mesa un poco de barro, con el calor de las palmas de las manos suavizo la mezcla. Hago tres bolitas, perfectamente redondeadas. Les pongo cejas, bigote como el suyo y narices, las lanzo por la ventana. Expresión artística. Suena Kanye West. Quiero bailar, las piernas se mueven, alzo los brazos, contoneo la cintura, las nalgas y el resto del cuerpo.

Cada vez que trago saliva las hebras se tensan más, amarran las palabras, no puedo desatarlas

Me ordena escribir. Desalentado, me pasa su cuaderno. Después de la sesión, cuando se atreva a leerlo, descubrirá las fantasías que él me provoca. Que ya no quiero que sea mi doctor sino mi amante, mi objeto, mi Otro, que le exijo otro tipo de terapia, una corporal, sensual, donde él se permita abrazarme, besarme, tocarme, hacerme suya, porque al fin y al cabo todas las historias se tratan de amor.

*Soy la dama del mal decidir.