GREGUERÍAS
Ramón Gómez de la Serna nunca dejó de escribir greguerías, esas iluminaciones que de pronto revelan de forma insólita y genial un objeto, una emoción. Las incrustó en los periódicos y en los libros durante toda su vida. Gómez de la Serna definió alguna vez la greguería así: metáfora más humor.
- El reloj no existe en las horas felices.
- Nostalgia: neuralgia de los recuerdos.
- Los recuerdos encogen como las camisetas.
- Hay cielos sucios en que parecen haberse limpiado los pinceles de todos los acuarelistas del mundo.
- El problema de la ambición es que no sabe bien lo que quiere.
- La golondrina llega de tan lejos porque es flecha y arco al mismo tiempo.
- Somos lazarillos de nuestros sueños.
- En los sueños aparecen amigos de nuestros amigos que no son nuestros amigos.
- Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás.
Ramón Gómez de la Serna, Greguerías, edición de Rodolfo Cardona, Cátedra, 2017.
TRÍO
EN 1934, Simone de Beauvoir conoció a la alumna cuyo papel en su vida y en la de Sartre iba a ser objeto de condena y de un sinfín de conjeturas: Olga Kosakiewicz. La función que desempeñó en su relación la relató ella misma en La plenitud de la vida, y uno y otro recrean a Olga en dos novelas: La invitada, de Beauvoir, y Los caminos de la libertad de Sartre. Desde mediados de la década de 1930, Beauvoir tuvo tres relaciones íntimas con mujeres bastante más jóvenes que ella, que habían sido alumnas suyas y cortejadas por Sartre, a veces al mismo tiempo, y a veces con éxito. La escritora y psicoanalista francesa Julia Kristeva decía de Beauvoir y Sartre que eran unos “terroristas libertarios”. […]
Sartre y Beauvoir planificaron quién vería a quién y cuándo; al final todos querían un tête á tête en algún momento, pero también querían “sesiones plenarias” cuando estaban los tres juntos. Tiempo después Beauvoir escribió que nunca se sintió a gusto en aquel trío con Olga.
Kate Kirkpatrick, Convertirse en Beauvoir. Una biografía, Paidós, 2020.
SUEÑOS
Sueño recurrente. Me encuentro en un evento social (una conferencia, una cena elegante, una reunión de trabajo) y descubro de pronto que me falta un zapato. Lo extraño del sueño es que ninguno de los presentes parece percatarse de esa falta. Adivino en su gesto una muestra de cortesía, lo que en vez de aliviarme me abochorna todavía más. Trato de no moverme, de pasar desapercibido, pero es inútil. Todos tienen algo que decirme y me abrazan deseándome buenas noches. Yo sonrío como puedo, esperando que de una vez por todas suene el despertador.
Sueño recurrente (2). Recibo una carta del Ministerio de Educación. Luego de revisar mis certificados se ha descubierto que nunca aprobé matemáticas en primero de primaria. Ese inconveniente invalida –según la carta– todos los títulos obtenidos, incluyendo los universitarios. Para regularizar la situación debo aprobar ese curso y para eso tengo que matricularme en primero de primaria. De nada vale que les explique que ha pasado mucho tiempo, que vivo en otro país, que trabajo desde hace años en la universidad. Hago maletas, me despido de mi mujer, tomo un avión a Lima y me veo rodeado de mis compañeros de colegio (todos ellos niños), sentado en un incómodo y pequeño pupitre de madera.
Eduardo Chirinos, Anuario mínimo (1960-2010), Conaculta, 2014.
FREUD EN EL VIEJO CINE
Freud: pasiones secretas (John Huston, 1962) nos permite asomarnos a la visión que se tuvo del psicoanálisis y de su fundador. En el transcurso de 1958, Huston encarga a Jean Paul Sartre que escriba un guión sobre Freud; deberá estar éste fundamentado en el más puro estilo hollywoodense, resaltando la época “heroica” del descubrimiento del método psicoanalítico. Para el director Huston la idea fundamental es la de un Freud aventurero y sus casos clínicos, e intrigas policiacas. Después de varias entregas en las cuales Sartre hace concesiones sobre modificaciones que le solicita Huston, el primero se cansa. Posteriormente dos escritores de cine allegados a Huston: Charles Kaufman y Wolfgang Reinhardt, transforman y reducen considerablemente el guión original de Sartre, quien pide no figurar en los créditos. La película acaba siendo un fracaso, Montgomery Clift interpreta el papel de Freud con una mirada entre iluminada y alucinada. Huston invistió a su personaje con una aureola casi mística de predestinación en la cual se sabe incomprendido pero al fin de cuentas la verdad y la ciencia que se alimenta de la primera, triunfarán.
Rafael J. Salín-Pascual, Cineterapia: La psiquiatría y el psiquiatra a través de las películas, Libros para todos, 2006.
AMARILLO
“En Salambó quise dar la impresión del color amarillo. En Madame Bovary quise hacer algo que fuera del color de ese moho de los rincones donde hay cochinillas. En cuanto a lo demás, el plan, los personajes, no me importa nada” (Flaubert).
André Breton, Diccionario del surrealismo, Losada, 2007.
DESVARÍO
Fitzgerald pasó los dos últimos años y medio de su vida con la periodista Sheilah Graham. Él se convirtió en su profesor particular de literatura, filosofía, música, política, fue una época que ella disfrutó y de la que se sentía orgullosa, aunque también le tocó vivir “días de vino y rosas”: Scott vivía su desmadre etílico definitivo, que ya duraba más que todos los demás juntos –todo el verano de 1939 dejándolo y recayendo– y que a principios de noviembre estaba totalmente descontrolado. Que la revista Collier’s le hubiese rechazado la primera parte de El último magnate lo había dejado hecho polvo. Contaba con ese dinero. Le había hecho muy feliz tener a Scottie en verano, pero tenía los nervios de punta y había habido mucha tensión. Cuando su hija se fue, Scott, que había tenido que pedirle dinero prestado a Gerald Murphy para pagar la matrícula de Vassar –parecía enteramente dispuesto a reventar. Una tarde a última hora, llegué a Encino y me lo encontré dándoles dinero y ropa a dos tipos de aspecto patibulario que había recogido en algún recodo del camino. Cuando los eché, me agarró y gritó: “¡Te voy a matar!” Y luego se puso a buscar sin mucha eficacia su pistola, que Frances y yo habíamos escondido en el estante superior de la despensa de la cocina. Cuando la enfermera que el doctor Nelson había enviado unos días atrás oyó los gritos e intentó aplacarlo –“Señor Fitzgerald, haga el favor de calmarse”–, Scott se lanzó a desvelar a berridos todos los secretos de mis orígenes humildes, que yo le había contado creyendo que estaban a salvo. Y como enseguida se avergonzó de su traición, la tomó con la enfermera, propinándole un puñetazo en la barbilla. La mujer se quedó aterrada y convencida de que ahora se las tenía que ver con un loco; así pues, tras mirarme con cara de desesperación se dio a la fuga. A estas alturas, yo ya conocía lo suficiente a Scott para tenerle auténtico miedo. Cuando se sentía frustrado, podía ser peligroso; así que, mientras él vigilaba la puerta de la cocina para que no me escapara, llamé a la policía sin identificarme y les dije que vinieran de inmediato. Después de eso, Scott me dejó en paz. Yo casi sentí pena por él. Era tan vulnerable y pueril…
Sheilah Graham, Lecciones de un Pigmalión. La historia de cómo F. Scott Fitzgerald educó a la mujer que amaba, Editorial Elba, 2014.