ARTIFICIAL
[…] “Esos veinticinco hombres y mujeres artificiales que ubicamos en el mundo no están prosperando. Puede que nos encontremos ante una situación límite, una limitación que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Creamos una máquina con inteligencia y conciencia de sí misma y la obligamos a habitar nuestro mundo imperfecto. Concebida conforme a unas líneas racionales, y bien dispuesta para con los demás, esta mente pronto se verá enfrentada a un huracán de contradicciones. Nosotros hemos vivido con ellas, y su lista nos abruma. Millones de seres mueren de enfermedades que podemos curar. Millones de seres viven en la pobreza cuando existen medios para abolirla. Degradamos la biosfera cuando sabemos que es nuestra única casa. Nos amenazamos con armas nucleares cuando sabemos adónde podrían llevarnos tales amenazas. Amamos las cosas vivas, pero permitimos la extinción masiva de especies. Y todo lo demás: genocidios, torturas, esclavitudes, asesinatos de género, abuso de menores, tiroteos en escuelas, violaciones y otras muchas atrocidades diarias. Vivimos con estos tormentos y no nos asombramos cuando aun así encontramos la felicidad, e incluso el amor. Las mentes artificiales no saben defenderse con tanto éxito.”
Ian McEwan, Máquinas como yo, traducción Jesús Zulaika, Anagrama, 2019.
FILETE
31 Julio 1949
Almuerzo en un restaurante de luxe, de pronto me hace sonreír al ver en la lista: filete mignon a la Víctor Hugo. Dudo, desde luego, que Hugo saborease la brevedad cultivada del mignon. Sin embargo, el maestro para complacer y rellenar a algunos clientes de excesivas demandas, se le ocurre un mignon grande, y entonces lo titula a la Víctor Hugo. ¡Qué conocimiento más suspicaz del presente, pero al mismo tiempo qué desconocimiento más ingenuo del pasado!
José Lezama Lima, Diarios, (ed. Iván González Cruz), Editorial Verbum, 2014.
FOUCAULT
Cuenta James Miller en su notable biografía de Foucault: El 27 de junio de 1984, Le Monde publicó el boletín emitido por los médicos y la familia: “Michel Foucault ingresó a la clínica para enfermedades del sistema nervioso en el Hospital de La Salpêtriére el 9 de junio con el objeto de que se continúe la exploración de síntomas neurólogicos complicados con septicemia […] Estos exámenes revelaron la existencia de varias áreas de supuración cerebral”.
Foucault había guardado silencio, no sobre la homosexualidad, sobre la cual, al cabo, habló abiertamente, sino sobre el Sida. En el verano de 1983, el filósofo padecía una tos seca y áspera, insistente, que sin duda le hizo temer que había contraído esa enfermedad.
En las entrevistas que concedió en los últimos años de su vida a la prensa gay, Foucault no ocultó su interés en el S/M, la forma consensual de erotismo sadomasoquista.
Le diagnosticaron Sida. Ese otoño, le contaría más tarde a sus amigos, regresó a los baños de San Francisco. Aceptó el nuevo nivel de riesgo, se unió otra vez a las orgías de tortura, se estremeció con las exquisitas agonías.
¿Pero por qué estaba allí Foucault? Si ya tenía el virus, podía infectar a alguno de sus compañeros. Y si alguno de sus compañeros lo tenía, entonces ponía en grave riesgo su vida.
James Miller, La pasión de Michel Foucault, Editorial Andrés Bello, 1996.
LO VERÍDICO
Cuando quise que al final de cierto cuento unos personajes viajaran en el menor tiempo posible desde San Francisco hasta Nueva York, le escribí a un alto cargo de los ferrocarriles a quien conocía y le pregunté qué haría él personalmente. El buen hombre me mandó un informe con los horarios y el itinerario completo, incluyendo paradas para el agua, cambios de tren, kilometraje, condiciones de las vías, climatología. Mis personajes, por lo tanto, llegaron victoriosos. Entonces, este alto cargo de la vida real, emocionado por la lectura del libro, convocó a sus hombres, preparó sus máquinas, enganchó su propio vagón privado y se propuso mejorar mi tiempo en la misma ruta. Cosa que, por supuesto, consiguió. Con lo cual el libro dejó de ser verídico.
Rudyard Kipling, Algo de mí mismo, en Historias encontradas, selección y prólogo de Eduardo Berti, Eterna Cadencia, 2009.
TERRITORIOS
Es el nombre de un relato breve del cuentista español Hipólito G. Navarro. Y dice así: “Yo, de perro, la verdad es que no me ando con pamplinas. Nada de micción en el tronco de árbol o señal de tráfico, nada de sólida esquina de edificio, nada de esos llamativos adoquines de los alcorques. Si hay que abarcar un territorio, señalar un dominio, ¿qué porvenir tengo de perro meando en mi barrio y adyacentes?, ¿cuántos barrios puede cubrir la meada de un perro? Yo voy más allá, no me ando con chiquitas ni provincianismos. Me especializo en ruedas de vehículos (tapacubos, llantas y neumáticos), y de últimas no meo ruedas a tontas y a locas, así como así, no. Distingo ya perfectamente las matrículas, dosifico, me expando. Adoro esas matrículas de colores extranjeros, amarillos, azules, verdes…”
Clara Obligado (ed.), Por favor, sea breve. Antología de relatos hiperbreves, Páginas de Espuma, 2001.
OAXACA
A pesar de tres terremotos importantes, a pesar de haber soportado siete asedios, incluyendo uno por el ejército francés al mando de Bazaine, a pesar, sobre todo, de cuatro siglos de existencia mexicana, Oaxaca es aún una ciudad majestuosa, llena de edificios imponentes. Santo Domingo ha sido repetidamente saqueada pero es aún, a pesar de todo, una de las iglesias más extravagantemente majestuosas del mundo. La catedral ha sido sacudida y resquebrajada, sin embargo, se yergue todavía, enorme, en el centro de la ciudad. Los monjes han huido, los sacerdotes no tienen poder ni dinero, pero caminando por las calles uno se encuentra ante los portales de los que fueron alguna vez monasterios magníficos, ahora transformados en almacenes y talleres y viviendas de indios; se encuentra uno ante hermosas iglesias en las que los santos barrocos aún gesticulan en los altares y el yeso dorado todavía se retuerce con lujuria intestinal sobre las bóvedas y los cielos rasos. Sí, Oaxaca es un bello lugar. Bello, y tal como se mide la alegría en las provincias de México, positivamente alegre. Hay dos o tres cafés en la plaza y, por la noche, una banda toca música desde el quiosco central. Los indios se acuclillan en el suelo y escuchan, sus caras oscuras fundiéndose en la noche, invisibles. Con tacones altos, en todos los tonos tiernos de la seda artificial, las muchachas caminan con risitas bajo las luces eléctricas. Movimientos de ojos, movimientos de traseros. Los jóvenes circulan en dirección contraria. Por la calzada los más correctos de los correctos circulan muy lentamente en sus automóviles, vuelta tras vuelta tras vuelta. Don Manuel, nuestro amigo de Oaxaca, nos invitó una noche a unirnos a la incesante procesión. Después de cerca de dos horas en su coche debo confesar que nos aburrimos un poco. Algunos placeres simples son realmente demasiado simples.
Aldous Huxley, Más allá del Golfo de México, traducción Leal Rey, Antiprólogo Hernán Lara Zavala, FCE, 2015.