En la sala de espera del doctor Takeshi hay un cuadro de San Francisco. Tal vez sea Nueva York. La técnica de la pintura es rudimentaria. En el centro del óleo hay un monumental puente vehicular y una cordillera de edificios sobre un espejo de agua. Los veo con atención sólo para no pensar en la consulta. Me imagino navegando en uno de los pequeños botes que hay debajo del puente, ¿es acaso el río Hudson?
TAKESHI VIENE TARDE. Es la primera vez que lo visito y no sé cómo luce. La recepcionista me pide que llene el cuestionario. Nada de alergias, no tengo enfermedades crónicas todavía, el historial médico de mi familia es como el de todas las familias, alguien tuvo diabetes, alguien tuvo cáncer, alguien tuvo insuficiencia renal. Algunos murieron por eso y otros murieron en accidentes.
Dentro del consultorio, Takeshi me pregunta qué hago ahí. Le cuento que salí de viaje y viajar me pone intranquilo.
Le cuento brevemente que llevo varios años con dolores estomacales de forma regular. Takeshi habla rápido. Me explica a detalle el funcionamiento intestinal y los problemas habituales que suelen tener las personas ansiosas. Me enseña en su computadora un modelo tridimensional del sistema digestivo. Explica a fondo. Intento seguirlo pero las luces del consultorio empiezan a molestarme. Me tomo las sienes brevemente y después me pellizco discretamente las palmas de las manos. Mis parpadeos se aceleran. Takeshi me dice que tengo intestino irritable y que mi intestino irritable se irritará siempre que yo esté irritado, y que cuando no esté irritado mi intestino igual puede irritarse porque es más voluble que yo. Me recomienda mucha agua. Me asegura que sólo el agua puede barrer con todo lo que obstruye.
–El agua aquí está contaminada, le digo.
–El aire está más, responde.
TAKESHI ME PASA UNA LISTA. En la parte superior dice: “Alimentos ricos en FODMAPs”. Paso los ojos sobre el papel, fingiendo leerlo a detalle. Takeshi nota mi desconcierto y se adelanta.
–No es para que te deprimas, pero es una lista de cosas que te provocan inflamación intestinal.
–Aquí está todo lo que como, le digo.
–Es que todo inflama. Pero algunas cosas menos. Es prueba y error.
Salgo de consultorio satisfecho y triste. Compro mis pastillas y las tomo. Mi terapeuta dice que no tengo miedo a la enfermedad, sino a la posibilidad de no estar enfermo. En el libro La última posada, un relato sobre la enfermedad y la muerte, el escritor húngaro Imre Kertész dice que la relación con la muerte y la enfermedad en la juventud suele tener tintes melodramáticos, que en la madurez ésta toma un tono filosófico y en la vejez es un tema burocrático. Según los diagnósticos no estoy enfermo, sólo trastornado. No es broma, lo dicen los doctores.