Duendes de enero

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Duendes de enero
Duendes de enero Foto: theapopkavoice.com

Eliot nos mintió. Abril no es el mes más cruel y bla bla bla. El mes más culei es enero. Y no por su cuesta de las comadres. Porque en enero ni las gallinas ponen. Pero todo se descompone.

EN EL ARRANQUE DEL AÑO se hacen evidentes todos los desperfectos que ignoramos o simplemente nos pasaron por alto durante los meses pasados. No, camaradas, enero no viene solo. Llega con un ejército de duendes que se dedican a desconchinflar tu casa. Y con ello tu mente.

Y por lo tanto tu espíritu. Nada te prepara para ello.

Ni rezarle a San Apapurcio. Ni leer a Žižek. Ni declamar a Foster Wallace. De repente, una cadena de desperfectos despierta como un oso hambriento luego de su hibernación.

Hace unos días enero me puso el primer bofetón. Si algo me caga en el mundo es que los huevos se me peguen al sartén. Uno de mis rituales mañaneros, antes de sentarme a teclear, es prepararme unos buebos con champiñones y queso sobre una cama de pan de masa chinga tu madre embadurnada con ghee con un toque de salsa macha mientras suena un vinilito de CSNY o Nick Drake. Pero esa fatídica mañana no pude administrarme mi desayuno porque el omelette no me salió. A mí, el mago Septién de los omelettes. Algo está pudrido en Dinamarca, dije.

Busqué otro sartén y oh, surprais, también tenía el teflón jodido. Y luego otro y también. En total: cuatro sartenes inservibles, que se fueron a la basura. Fui a mi reserva de sartenes y no había ni uno. O ya me los había mamado todos. O alguien me estaba robando. Onque luego medité lo siguiente. A los solteros siempre nos pasa lo mismo. Existen épocas en que tenemos sartenes de más. Y otras en que no tenemos ni uno. Y yo estaba corto de ellos. Fui a la sala y vi mi colección de viniles en busca de consuelo. No tendré en qué hacer un huevo, pero tengo todo IDLES en vinyl, así que fuck it.

Me voy a preparar un licuadito, me dije. Avenita, fresas, miel, cúrcuma, leche de almendras. Y qué ocurrió. Que la licuadora no quiso rundar. No me jodas. Si ayer la usé y funcionaba. Pensé que estaba mal conectada, pero no. Se había puesto en huelga. Había dejado de servir. Por qué justo ahora, refunfuñé. Por qué en enero. Por qué no en septihambre. Quité mi disquito para encender la TV y ver las noticias. No quiso prender. ¿Adivinaron? Se le acabaron las pilas. Fui al cajón de las pilas y el paquete estaba vacío. ¿Neta? ¿Justo en enero?

No tendré en qué hacer un huevo, pero tengo todo IDLES en vinyl, así que fuck it

TENGO QUE HACER ALGO para distraerme, pensé. Ah, voy a acometer esa tarea que llevo semanas postergando. Lavar esa pila monstruosa de ropa sucia que obstruye la puerta del baño. No eches la carga máxima, me recomendé a mí mismo. No vaya a ser que fórceps demasiado la máquina. Puse una carga grande y le di play. Comenzó el ciclo de lavado y la música del chaca chaca me reconfortó. Ah, por fin algo no me defrauda en este departamento, pensé mientras sorbía mi té de lavanda con vainilla. Pero entonces, mientras estaba metidísimo narrando un pasaje de una historia que estoy escribiendo sobre el yeti, la maldita lavadora comenzó a chicotear. Sí, a golpearse a sí misma con una fuerza que la hacía saltar. Parecía que me quería atacar, porque empezó a desplazarse hacia mí. Cuando hubo caminado dos metros la apagué.

Tuve que sacar toda la ropa y tenderla así como estaba. Puta lavadora. Me había defraudado. Doce años de relación y nunca había adoptado esa conducta tóxica. Le acomodé un buen patadón, bueno, ni tanto, si yo hubiera sido un pateador de la NFL, con ese patín habría fallado el gol de campo. Al día siguiente compré sartenes y una licuadora. Tres mil varos. Después de mucho pensarlo, porque los punks también lavamos ropa, le hablé al técnico de las lavadoras y me la reparó. Cambio de la suspensión. Dos mil varos.

Ese día tenía que escribir esta columna. Y como una broma macabra de los putos duendes, la compu no quiso prender. Miento, sí prendió, pero no reconoció el disco.

El técnico dijo que podríamos hacerle la lucha, pero lo mejor es que me comprara otra. Y eso hice. Más gasto.

Lo bueno es que la saqué en abonos.

Una vez que la tuve, me fui directo al McDonald’s. Desde allí estoy escribiendo estas líneas. Y saben qué. No voy a regresar a mi departamento hasta que se termine el mes. No sea que me salgan más detallitos que atender. Me iré a un hotel. Esperaré a que sea febrero para regresar. A que la maldición de los duendes de enero fenezca. Estoy seguro de que ya nada se va a descomponer.

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Hennie Stander, Sin título, 2021.