El arte de recomendar libros que no has leído

5ece32c485047.jpeg
larazondemexico

Recientemente, un libro, la novela American Dirt (Tierra americana, pero también, de modo literal, Mugre americana), de la estadunidense Jeanine Cummins, puso en ridículo a las actrices mexicanas Salma Hayek y Yalitza Aparicio, quienes, sin haberlo leído, salieron a recomendarlo en las redes sociales de internet. Ambas mencionaron que, a su vez, se los había enviado y recomendado Oprah Winfrey. Internet es global, y todo se estandariza, incluida la gente, incluidos sus gustos, aunque sean de segunda mano.

Escribió Hayek, en Instagram, junto a la fotografía de la portada del libro de la autora estadunidense:

Ahora más que nunca necesitamos historias de esperanza y aliento, resistencia y belleza del espíritu humano, no puedo agradecer lo suficiente a Oprah por haberme enviado American Dirt. Sigo asombrada del compromiso de Oprah para dar voz a los que no la tienen y de amar más como respuesta al odio.

Muy pronto, algunos periodistas, un traductor y otros lectores que, según esto, ya habían leído el libro de Cummins, escribieron, también en las redes, que les parecía escandaloso que dos mexicanas estuvieran recomendando un libro en cuyas páginas se pinta a México y a los mexicanos justamente como los ve Donald Trump: unos locos analfabetos, en un infierno, matándose entre sí.

Rápidamente, la actriz de Érase una vez en México salió a disculparse:

Ayer subí un mensaje sobre un libro, mismo que ya quité de mi Instagram. Quiero decirles que cuando Oprah me envió esta selección de su club de libros, me emocioné al leer en la descripción que trataba sobre una mujer Mexicana (sic) y me apresuré a compartir mi emoción con ustedes. Confieso que no había leído el libro ni estaba consciente de la controversia que ha generado. Quiero agradecerles a todos ustedes que llamaron mi atención y me regañaron por no haber investigado bien lo que estaba recomendando. Eso significa que me conocen y me otorgaron el beneficio de la duda. Les pido (sic) una disculpa por hablar de algo sin haberlo experimentado o sin haberme informado mejor.

En el caso de Yalitza Aparicio, ésta también usó sus redes; en Twitter, junto a su rostro muestra la portada del libro, también en inglés, con el siguiente mensaje: “Nada como arrancar el año con un nuevo libro para leer. Gracias a @oprahsbookclub por enviarme American Dirt”.

"tal vez, Oprah Winfrey tampoco lo ha leído o, para decirlo mejor, con palabras de Gabriel Zaid,  no lo ha leído personalmente . ¿Y cómo es no leer personalmente? Significa que otros lo REVISEN por uno y le pasen un resumen".

ESTA ANÉCDOTA REVELA algo que ya hemos abordado más de una vez en libros, revistas y suplementos: La mayor parte de las personas miente cuando asegura que ya ha leído un libro. En este caso, Yalitza Aparicio no dice que lo haya hecho, sino que tiene “un nuevo libro para leer”. Tampoco se sobreentiende, en la recomendación de Salma Hayek, que ya lo haya leído, pero da la impresión de que ha comenzado a leerlo cuando le agradece a Oprah Winfrey la generosa recomendación. De lo cual se puede colegir que, tal vez, Oprah Winfrey tampoco lo ha leído o, para decirlo mejor, con palabras de Gabriel Zaid, “no lo ha leído personalmente”. ¿Y cómo es no leer personalmente? Significa que otros, asistentes, subordinados, lo revisen por uno y le pasen un resumen en una tarjetita para decirle de qué va la cosa.

Pensando mal, quizá tampoco los asistentes de Oprah Winfrey lo leyeron, sino que únicamente lo solapearon y lo cuartaforrearon, lo hojearon y lo ojearon, y picaron algo del principio, del medio y del final, para luego elaborarle el resumen, que es también como, muchas veces, proceden los reseñistas que hacen recensiones de enormes libros soporíferos (novedades editoriales) que recomiendan con la autoridad de quien se despachó el libro desde la página legal al colofón. Y como esto lo hacen a cada rato, debemos suponer que no viven sino para leer gordos libros de las mesas de novedades que se apiñan (más que apilarse) no sólo por decenas, sino por cientos.

Este tipo de anécdotas demuestra que leer y querer leer son cosas distintas, en gran medida porque son tantos los libros de moda, los éxitos que aparecen por docenas en una semana, que la mayor parte de la gente ya no desea leer, sino haber leído. Y admitir que un libro de actualidad aún no está integrado a nuestra experiencia, es como reconocer que no estamos en lo que todos deberíamos estar, especialmente en las redes sociales, donde hay que hablar de lo que todos hablan. Y entonces, gente influyente (influencer, la llaman hoy) como Oprah Winfrey logra que los demás recomienden lo que ella les recomienda, sin necesidad de leer lo recomendado. Da lo mismo leer que no leer; lo importante es recomendar y mostrar que se está al tanto de lo que debe leerse.

POR ELLO LAS ENCUESTAS de lectura son tan poco fiables; porque la gente puede decir la verdad acerca de muchas cosas (incluida su vida sexual), pero, en general, miente cuando se trata de libros leídos. Y esto lo han probado dos autores con sendos libros que deberían leer los que no leen libros, pero los reseñan, comentan y recomiendan. Se trata de Cómo hablar de los libros que no se han leído (Anagrama, 2008), del francés Pierre Bayard, y de Saber de libros sin leer (Planeta, 2011), del inglés Henry Hitchings. Ambos se refieren a este risible tema que nada tiene que ver con el clásico de Mortimer J. Adler, Cómo leer un libro (1940), que de lo que habla, justamente, es de leer y no de no leer.

En cuanto al arte de no leer y de hablar de libros como si ya los hubié-semos leído, el libro de Bayard es extraordinariamente ameno, y parte de una afirmación incontrovertible: la sacralización del libro lleva invariablemente a la “obligación de leer”, una obligación que, socialmente, hace que sea mal vista la no lectura; todo lo cual conduce a “una hipocresía generalizada sobre los libros efectivamente leídos”.

La mayor parte de la gente, a partir de la coacción social, dice que ha leído más libros de los que en realidad ha leído, o bien afirma que está “releyendo” Viaje al centro de la Tierra, de Verne, o Las flores del mal, de Baudelaire, aunque en realidad apenas los esté “leyendo”: es risible que hable de releerlos (aunque así lo diga), porque la verdad es que jamás los había leído.

INCLUSO LOS “GRANDES LECTORES” mienten, porque, precisamente, por ser “grandes lectores”, no se pueden permitir reconocer que no han leído El hombre sin atributos, de Robert Musil o los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Y, sin embargo, todo el mundo es capaz de hablar de libros no leídos como si los hubiese leído, incluidos los profesores que dan clases de literatura, como el mismo Pierre Bayard que habla de su experiencia en este ejercicio docente de la mentira cultural que va aparejada al conocimiento (y desconocimiento) libresco.

Cuando el ámbito no es el escolar, la mentira es mucho más fácil. Cualquiera sabe que los demás, muy probablemente, no han leído el libro del que hablan, y se puede mentir, en medio de tantas opiniones y comentarios, a sabiendas de que ninguno de los mentirosos le aplicará a nadie un examen de saberes concretos acerca del libro del que todos disertan con tanta autoridad y conocimiento.

Si en un corrillo de “lectores en serio” alguien reconociera que no ha leído el Ulises, de Joyce, padecería un rechazo inmediato incluso por parte de los que no lo han leído, pero que es de suponerse que lo han leído porque jamás han dicho lo contrario. Así funciona, explica Bayard, este sabroso y divertido ejercicio de hablar de los libros que no se han leído.

Y, en efecto, resulta divertido, o por lo menos entretenido, de no ser tan patético, el hecho de que la gente recomiende y valore (es decir, estime el mérito de) lo que de hecho no conoce. Para Bayard, “no haber leído un libro constituye de hecho el caso más común, y aceptarlo sin vergüenza es un requisito para comenzar a interesarse por lo que está verdaderamente en juego”.

Lo que ocurre es que, hoy, lo que está en juego no es el libro, y ni siquiera su lectura, sino tan sólo el parloteo que se adopta porque otros parlotean de lo que nosotros no podemos evitar parlotear. Se da incluso el caso, en este juego de hipocresías cultas, de poder inventar un libro o un autor acerca de los cuales los demás dirán que algo han escuchado al respecto, pero que aún no lo leen, y el más audaz dirá que ya lo encargó en Amazon, pero que le han dicho que se encuentra agotado.

Una manera de hacerse una idea del libro, para poder hablar de él, afirma Bayard, es “leer o escuchar lo que los demás escriben o dicen a su respecto”, que es lo mismo que les sucedió a Oprah Winfrey, Salma Hayek y Yalitza Aparicio. De hecho, hoy mismo, incluso nosotros podríamos hablar y escribir del libro American Dirt como si ya lo hubiésemos leído, a partir de los juicios con que lo han censurado quienes dicen que ya lo leyeron, y como de hecho lo censura Salma Hayek, a partir de quienes le han dicho que es un libro censurable y horrible.

"resulta divertido, o por lo menos entretenido, de no ser tan patético, el hecho de que la gente recomiende y valore lo que de hecho no conoce".

SABER DE LIBROS SIN LEER, de Henry Hitchings, es menos original y no tan divertido como el libro de Bayard, pero tiene lo suyo. Hitchings advierte que “la gente suele ser poco sincera en lo que respecta a sus hábitos de lectura”. Y asegura que de una “lectora en serio”, por ejemplo, se da por hecho que haya leído Jane Eyre, de Charlotte Brontë, y Orgullo y prejuicio, de Jane Austen (dos clásicos de la gran literatura escrita por mujeres), pero no porque ella lo haya dicho, y repetido en todo momento, sino porque nunca ha dicho lo contrario. Y, probablemente, los ha leído, pero también, probablemente, sólo haya visto las películas, por cierto, en-can-ta-do-ras.

Que en nuestros países, mayoritariamente católicos, uno viva, y lo diga, sin haber leído El Corán, no se considera vergonzoso, y ni siquiera una carencia importante de cultura, aunque algunos ostenten que lo han leído y hasta releído; lo vergonzoso, en nuestros países mayoritariamente católicos, es no haber leído la Biblia. Y son tantos los que dicen que la han leído, no fragmentariamente, sino completa, que tenemos derecho a suponer que todos la hemos leído, aunque sea otra más, en general, entre nuestras mentiras culturales.

Hitchings acierta: “¿Hay algo que aporte más pruebas de la vanidad de los deseos y ambiciones de la humanidad que una biblioteca, donde filas y más filas de libros crían moho sin que nadie los toque?”. Y, sin embargo, en nuestro medio cultural, todo el mundo lleva una gran biblioteca en la cabeza. De cada uno de ellos decimos que es “una biblioteca ambulante” (o, más exactamente, “deambulante”). Son los que han leído todo lo publicado y los que leerán también todo lo que se publique mañana.

Y, como uno de los principios de la cultura es la conversación, sabemos que la gente es culta cuando conversa y, especialmente, cuando conversa sobre libros, y los recomienda con énfasis, y los elogia y hasta los glosa, en realidad, nada más, porque ha leído o ha escuchado las recomendaciones, los elogios y las glosas de los demás, entre quienes habrá algunos, o muchos, que los hayan recomendado, elogiado y hasta glosado no por haberlos leído, sino por haber también escuchado o leído las recomendaciones, los elogios y las glosas de sus amigos o conocidos (en caso de que uno tuviera amigos y conocidos tan influyentes como Oprah Winfrey).

Por cierto, acerca de Cómo hablar de los libros que no se han leído, en su Saber de libros sin leer, Hitchings se permite la siguiente mordacidad: “Muchos de los críticos compañeros de profesión bromeaban diciendo que se habían formado opiniones sobre el libro de Bayard sin haberlo leído”. A lo mejor no bromeaban: era lo único cierto que esos críticos ingleses habían dicho en mucho tiempo.

EN CÓMO LEER UN LIBRO, Adler sostiene que “siempre ha habido ignorantes cultivados que han leído demasiado y no demasiado bien”. La otra posibilidad, para nada asombrosa, es que esos “ignorantes cultivados” hayan leído, en realidad, muy poco, pero hayan prestado bastante atención al parloteo libresco de los demás.