Además de sus novelas y cuentos, Rubem Fonseca escribió pequeños ensayos, crónicas, divertimentos que vale mucho la pena visitar. Textos suaves, ocurrentes, variados, juguetones. Son escritos marginales de su obra pero destilan un gusto especial por la escritura: como quien navega plácidamente anudando temas, anécdotas, autores, obras y gracejadas. Como si Fonseca dijera: no hay temas pequeños sino tratamientos rutinarios y él quisiera inyectarle a cada uno el don de la sorpresa, la erudición o el cotorreo. La novela murió. Crónicas (Cal y Arena, 2008) es una buena puerta de entrada a esa parte de su literatura.
El libro no tiene unidad temática, por el contrario, parecería que los temas son caprichosos, al gusto del autor. Se trata de una serie de puertas que al abrirse colocan al lector frente a preocupaciones (importantes y baladíes), tramas (sencillas y complicadas) y episodios (relevantes y minúsculos), unidos solamente por el afán de recrear situaciones y reflexiones de manera libre, en ocasiones provocadora, pero siempre con un sabor peculiar, el del gozo del narrador que sabe que algo develará a su lector.
La fórmula, en muchos casos, es que un asunto lleve al otro. Dejar que el pensamiento fluya, se anude y descubra posibilidades no imaginadas antes. No se trata de sorprender por sorprender, sino de trazar conexiones, algunas incluso abusivas, pero que arrojan nuevas luces sobre el tema en cuestión.
¿Cuántas veces se ha decretado la muerte de la novela? Fonseca dice: cuando Henry Ford lanzó el modelo T, lo que haría que las personas prefirieran pasear en lugar de leer; cuando apareció el cine, con la llegada de la televisión, con la expansión de las computadoras e internet. Y Fonseca no defiende la singularidad o los aportes de la novela, da un giro al volante y apunta: a lo mejor se acaban los lectores, pero los escritores no. Punto.
"Puede saltar a la pornografía, las palomitas de maíz, El misterio que rodea la identidad de Jack el Destripador o la moda de las cirugías plásticas. En todos hay algo nuevo, un enfoque personal".
De ese tema puede saltar a la pornografía, las palomitas de maíz que venden en los cines, el misterio que rodea la identidad de Jack el Destripador o la moda de las cirugías plásticas. En todos hay algo nuevo, un enfoque personal que puede ser crítico o apologético, en los terrenos más extraños. A las palomitas prácticamente les canta una oda mientras ve que el Botox, por su rápida expansión, acabará aplicándose incluso “en las tiendas situadas en las estaciones de gasolina”.
Me gustan de manera especial sus crónicas en primera persona. Sus “primeros recuerdos de Nueva York”, su estancia en el legendario hotel Chelsea (hoy en restauración) y su encuentro con Dylan Thomas, destilan de manera socarrona una afligida nostalgia. Al parecer Thomas, cuando lo encontró en el bar, estaba algo más que borracho. Escribe Fonseca: “Los escritores alcohólicos son algo común. Las conversaciones con borrachos no deben tomarse en serio. No le di importancia. Así es como los poetas más jóvenes tratan a los más viejos”.
En “Reminiscencias de Berlín” refiere que le tocó vivir la llamada caída del Muro. Su crónica personal pasando del Berlín Occidental al Oriental (en sentido contrario al de la multitud) y su vuelta al punto de partida, para entrevistarse con colegas escritores y diplomáticos brasileños, tiene el aroma que destilan los momentos históricos. Momentos que nunca volverán a repetirse; únicos y fugaces. El pequeño grupo les muestra a sus amigos orientales la biblioteca del Instituto Latinoamericano. Escribe Fonseca: “Esa libertad de poder leer cualquier libro, que antes les era negada, tenía un gran significado”. Volvió a Berlín en 1993 y encontró las ilusiones carcomidas.
Su reconstrucción de la tragedia del Maracaná en 1950, en la que estuvo presente como espectador (“La copa del mundo: alegría y sufrimiento”), es una pieza de dolor y angustia, aunque el lector conozca el desenlace. Se sabe: en el cuadrangular final, Brasil había derrotado a Suecia 7-1 y a España 6-1; el 16 de julio Brasil necesitaba solamente un empate frente a Uruguay para ser campeón mundial y perdió 2 a 1. El testimonio de Jules Rimet, entonces presidente de la FIFA, recuperado por Fonseca, expresa de manera elocuente el vuelco del jolgorio ensordecedor al triste y monumental silencio. Concluye Fonseca:
La selección brasileña me ha dado muchas alegrías, al final de cuentas somos pentacampeones. No obstante, el sufrimiento de la derrota es siempre más avasallador y duradero que la felicidad de la victoria.
De la misma manera, su recuento de los desfiles en el carnaval de Río o su viaje por Israel, especialmente en Jerusalén, son crónicas personales que develan dimensiones escondidas. En especial “Visitando Israel” puede ser una guía magnífica para el recorrido de un eventual viajero.
Creo que en el relato más extenso del libro, “José: una historia en cinco capítulos”, se encuentran algunas de las claves para entender la literatura de Fonseca. José (¿él mismo?) es un niño y un joven fascinado por la lectura, la ciudad y las mujeres. De manera sucesiva y luego combinada son los nutrientes de su vida e imaginación. Los libros devorados, las calles, los comercios, playas y antros de Río de Janeiro, y las mujeres (“No había —y no hay— nada más agradable que ver a una bella mujer en movimiento”), son los pilares de su escritura. Sazonada además por el juego de la memoria, que oscila entre dos extremos también enunciados por Fonseca: “Los recuerdos que preservamos desde la infancia y cargamos durante toda nuestra vida son tal vez nuestra mejor educación, dice Aliosha Karamazov” (Dostoyevski), o/y: “La memoria traiciona a todos, es una aliada del olvido, una aliada de la muerte” (Joseph Brodsky). Porque de retazos de su memoria también está hecha su literatura.
Fonseca sabe jugar y lo hace con él mismo. Le han robado un reloj en su propia casa. Tiene cuatro sospechosos (el técnico de las cortinas, el electricista, el relojero y el muchacho de la farmacia), pero analizando el caso, llega a la conclusión de que existe un quinto sospechoso: él mismo. Que, en efecto, había movido el reloj de su lugar original.
Y la caja de sorpresas ofrece varias más: ¿quiere saber por qué los machos tienen los días contados?, ¿por qué los amantes del dinero, la delgadez y los libros siempre quieren más?, ¿por qué Fonseca defendió a Michael Jackson de la acusación de pedofilia? o ¿por qué la masturbación disminuye las posibilidades del cáncer de próstata? Bueno, pues acérquese al libro. Se trata de “Pensamientos imperfectos”, como diría el propio Fonseca, pero altamente estimulantes.