Los estados más propicios para desarrollar humanidad: en lo físico, la intemperie; en lo espiritual, la duda.
Las incertidumbres sobreviven, ningún delator es lo adecuadamente sagaz para detectarlas, ninguna policía es lo suficientemente hábil para seguirlas, ningún ejército es lo bastante numeroso para rodearlas.
—Todo lo que quiero ser, lo empeño en esta consigna.
—Y yo, lo poco que soy, lo ofrendo a esta duda.
En la mayoría de las situaciones no podemos ver, sólo queda arrastrarse y tantear en la oscuridad.
Las eufóricas certezas del vino ayudan a disimular nuestra tambaleante condición de incertidumbre.
En una coqueta y minúscula hoja en blanco se pavoneaban lo incierto y lo indecible, como un colorido insecto en el linde de la flor.
Dijo: de la filosofía me gustan sus silencios cómplices, sus miradas de miope perplejidad y sus lapsos de tartamudez.
En la historia avanzamos sin saber cómo ni hacia dónde; en el arte retrocedemos en el tiempo y en el espacio y acariciamos una gran y oscura incertidumbre.
Ninguna falsa certeza supera esa voluptuosa sensación de no saber qué somos, ni a dónde vamos.
En el pleno de la noche, un pensamiento largamente parido que, al salir a la superficie, se palpa a sí mismo y siente duda y frío.
Una mente filosófica: la que tiene un sesgo profesional que la inclina a interpretar y dudar incluso de aquello que la llena de dicha.
Dijo: “un buen hombre duda de su humanidad varias veces al día”.
Estamos llenos de palabras que aspiran a la verdad y a la posteridad, hay que sustituirlas por frases aleatorias e inciertas, destinadas a borrarse y a morir lentamente en los oídos de los otros.
Cuidado, aun la intuición más cargada de incertidumbre corre el peligro de petrificarse en una frase hecha o degenerar en una consigna.
Hay una paradoja luminosa cuando nos vemos completamente reducidos a la soledad y a la incertidumbre y, sin embargo, nos vislumbramos parte de un todo y esperamos una respuesta.
Dijo: “¿Por qué no te despojas de todas tus certezas para que puedas hablar a solas con tu entendimiento?”.
Para evitar la propensión a las certezas, dentro de cada uno de nosotros deberían habitar y discutir permanentemente un viejo loco y un escudero gordo, glotón y cobarde.
Confesó el escritor: “Me encanta llevar con engaños a mi casa a esas palabras crédulas, ávidas de significado, hacerles respirar ese aire sórdido que yo respiro y contagiarles mi confusión, mi desamparo”.
Ser como un niño, perdido y confundido en la vastedad de sus incertidumbres.
Hay que quitarle peso al mundo, gravedad al conocimiento, solemnidad al acto, lenguaje a la lengua.
La tragedia griega es un método que nos enseña a prepararnos, cada vez mejor, para enfrentar las mismas incertidumbres y tomar las mismas y fatales decisiones.
La incertidumbre tiene un sabor salobre y despide un olor a tierra húmeda y a gusanos en flor.
Cuando no nos buscamos, viene a visitarnos, de improviso y con hambre, lo que somos.
Una palabra que, en su total inocencia, no afirme ni niegue nada, y sólo imite, estirándose, los misterios de la naturaleza.