Evelio Vadillo

En los engranes del estado totalitario

En las tres décadas del régimen de Stalin, sus adeptos alrededor del mundo acataron el liderazgo, a menudo sin cuestionar el encarcelamiento, la tortura y el asesinato de —literalmente— millones de seres humanos. Atrapados bajo la lógica criminal de su poder y la utopía del hombre nuevo que entrañaba el socialismo soviético, los enemigos padecieron una persecución despiadada, que alcanzó a un convencido militante mexicano. En estas páginas, José Woldenberg sigue la ruta y propone publicar una investigación completa de esa historia.

Evelio Vadillo (1904-1958).
Evelio Vadillo (1904-1958). Foto: Fuente: commons.wikimedia.org

El 16 de marzo pasado, al llegar a mi lugar de trabajo, el Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, encontré en la charola de correspondencia un libro con una nota. Decía:

Espero, y es mi mayor deseo, que este libro sea de su interés. Se trata de un testimonio real, de la vida cotidiana, de carne y hueso, de un comunista mexicano preso veinte años en las cárceles —gulag— stalinistas. Saludos cordiales.

Enrique Montes García.

Ni había un correo ni un teléfono para al menos agradecerle al autor su amable obsequio.

Yo sabía del “caso Vadillo” porque en el PSUM, durante los años ochenta, se hablaba de él: un militante del Partido Comunista que fue a la Unión Soviética a estudiar y, acusado de trotskista, pasó interminables años en las prisiones de aquel país. Luego leí y escuché de Álvaro Ruiz Abreu parte de esa historia, leí también el cuento de Héctor Aguilar Camín (“El camarada Vadillo”) que publicó Nexos en 1990 y las notas que un lector envió a la revista para completar información sobre el caso.

El libro de Montes García es la reconstrucción más precisa y fundada de esa historia. No sólo recupera una rica y pertinente hemerografía, sino que su inmersión en el Archivo Histórico Genaro Estada de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en el de la Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación (Archivo General de la Nación) e incluso en el Archivo Escolar de la UNAM, logra documentar los pasajes de aquella terrible biografía.

Reconstruye la historia de Evelio Vadillo Martínez de manera panorámica: nace en Ciudad del Carmen, Campeche, el 11 de mayo de 1904. Emigra a la Ciudad de México para estudiar abogacía y en la capital se convierte en secretario de Manuel Antonio Romero. Ambos se suman a la rebelión encabezada por Adolfo de la Huerta en 1923; Romero llega a comandante militar y gobernador de Tabasco entre enero y junio de 1924. Cuando el levantamiento militar es derrotado, éste y Vadillo se exilian en Cuba, donde entran en contacto con las agrupaciones comunistas y de manera especial con Julio Antonio Mella.

Regresan a México en 1927, gracias a una amnistía decretada por el presidente Calles. Vadillo se inscribe en la Facultad de Derecho de la Universidad. Ingresa al Partido Comunista y en 1930 ya es secretario general del Socorro Rojo Internacional, sección mexicana, y miembro del comité central del Partido. En varias ocasiones es encarcelado por sus actividades políticas y una vez, incluso, en el penal de las Islas Marías. El 7 de noviembre de 1931, en el 14 aniversario de la Revolución Bolchevique, encabeza un pequeño comando de tres personas que toman las instalaciones de la XEW para enviar un mensaje revolucionario. Se casa con Margarita Gutiérrez y tienen un hijo. Se convierte en un militante de tiempo completo, abandona su empleo como inspector camionero y en 1935 la dirección del Partido lo manda a Moscú.

Es una historia de terror. Un aparato totalitario castiga a Vadillo sin clemencia... un hombre desaparecido

LO QUE SIGUE es una historia de terror. Un aparato estatal totalitario que castiga a Vadillo sin clemencia. Una embajada de México en la Unión Soviética que jamás suelta el caso, pero topa invariablemente con pared. Un hombre desaparecido por veinte años en cárceles y en campos de concentración.

El relato devela y documenta esa pesadilla extrema, que arranca el 19 de junio de 1947, cuando un hombre toca a la puerta de la embajada de México en Moscú y pide audiencia con el embajador (Luciano Joublanc Rivas). Afirma ser Evelio Vadillo, viste como campesino, se encuentra en mal estado, solicita asilo y repatriación. El embajador instruye al secretario Óscar Crespo de la Serna para atenderlo. Le realizan una larga entrevista y soli-citan instrucciones a México. Es necesario confirmar que se trata de un connacional. El gobierno emprende sus pesquisas. Después de comunicaciones de ida y vuelta, Joublanc Rivas informa que dada la difícil situación por la que pasa Vadillo “y peligro cualquier momento pueda volver tener dificultades con autoridades, ruego a usted autorización expedirle pasaporte y gestionar visas necesarias su regreso país, rogándole mientras fondos necesarios” (se trata de telegramas).

Se pide un informe a Gobernación, que presenta una semblanza muy completa de Vadillo, además de solicitar otro informe a Manuel Antonio Romero (que el volumen reproduce en un anexo). No hay duda de su identidad y la embajada le otorga refugio. Lo aloja en “una modesta habitación en el sótano”. Le proporciona “comida, ropa y dinero”. Se producen no pocos roces entre el asilado y el embajador (documentados), en espera de que el primero reciba la visa de salida. La burocracia soviética, que incluye al ministro Molotov, da largas al asunto. La embajada insiste, incluso realiza gestiones ante Alejandra Kollontay, en algún momento embajadora de la Unión Soviética en México, y aunque ella es empática con la causa, tampoco logra obtener la visa. La Secretaría de Relaciones ordena al embajador ofrecer protección a Vadillo y seguir con los trámites para lograr su salida, pero finalmente Moscú niega el salvoconducto. “De acuerdo a las reglas existentes URSS, interesado debe presentar solicitud visa salida en lugar residencia, es decir, Suchinski Kazajstán” (sitio desde donde Vadillo había escapado para llegar a Moscú).

EL LABERINTO CONSTRUIDO por las normas soviéticas conforma una situación inverosímil y delicada. Si regresa, Vadillo seguramente será de nuevo aprehendido. Su permanencia en la embajada puede seguir sin término. La embajada y la Secretaría intercambian telegramas. Por fin se decide que una persona del cuerpo diplomático lo acompañe a Kazajstán, pero los soviéticos niegan esa posibilidad. Vadillo regresa solo para iniciar los trámites de su salida. Y el asunto vuelve a atorarse. ¿Por qué esa cerrazón? ¿Por qué se niegan a liberarlo? Quizá la respuesta se encuentre en un informe que el embajador Joublanc Rivas envió a la Secretaría de Relaciones Exteriores. Hay que subrayar el quizá. Apunta que el prisionero

... conoce demasiado lo que es el Partido Comunista Soviético y los métodos que emplea en el extranjero, para que este gobierno considere que sería inofensivo al salir de la URSS. Vadillo, en su primera época aquí, gozó de la confianza plena de los comunistas rusos, hizo estudios de propaganda, sabotaje, provocación, dirección de huelgas, organización de motines y tumultos... Conoce, pues, todo el mecanismo secreto de esta formidable maquinaria. Sabe cómo se administra desde aquí, cómo van los fondos a los diferentes países, cómo se obtienen pasaportes falsos... Conoce también a fondo los horrores de las cárceles soviéticas, la incomunicación que en su caso personal fue de tres años, la intimidación a los acusados, las sentencias sin juicio... y finalmente el destierro a Siberia. Vadillo, al caer en manos de un hábil editor norteamericano, podría ganar millones de dólares con que simple y sencillamente relatase sus experiencias aquí...

De este modo, según la hipótesis del embajador, no lo dejan salir porque sabe demasiado.

Vadillo apremia a la embajada para que lo socorran. Ésta continúa con sus gestiones, pero las autoridades de Kazajstán niegan la visa. El embajador, incluso, les propone a sus superiores que le autoricen sacarlo por “otros medios”, asumiendo él toda la responsabilidad en caso de que el intento fracase. Pero la Secretaría no se lo permite. El asunto llega hasta la oficina del presidente Miguel Alemán, a quien le sugieren que, en el extremo, México podría retirar a su representante en Moscú si no se le permitía salir a Vadillo, pero el presidente sólo autorizó dirigir una nota al embajador soviético. Mientras tanto, al parecer por una riña de borrachos en Alma Ata, ciudad de Kazajstán, Vadillo es condenado a otros dos años de prisión y a partir de ahí se pierde su rastro. En el colmo de la arbitrariedad, el gobierno ruso se niega a informar en qué cárcel se encuentra recluido.

La prisión de Vladimir en 2019.
La prisión de Vladimir en 2019. ı Foto: A. Savin / commons.wikimedia.org

FLASHBACK: LA PRIMERA PRISIÓN de Vadillo se produjo en 1936, un año después de su llegada. Son los años de los Juicios de Moscú, en que Stalin descabezó a la vieja guardia bolchevique y asesinó o transfirió a los campos de concentración de Siberia a miles de enemigos reales y ficticios del régimen. En ese ambiente, Vadillo solicitó regresar a México, pero le dieron largas. Una versión es que un día aparecieron pintas en los baños con vivas a Trotsky; se culpó de ello al mexicano. Lo condenaron a cinco años en un campo de concentración y cinco de relegación en Alma Ata. Una década más tarde, en 1947, como ya se apuntó, reaparece a las puertas de la embajada de nuestro país en Moscú.

Sus familiares y amigos desde México continuaron insistiendo. Diferentes embajadores y encargados de negocios mexicanos en Moscú dieron seguimiento al caso (como Germán Rennow, Ricardo Almanza Gordoa, Alfonso Rosenzweig-Díaz), mientras sus compañeros de partido jamás dieron color. Un episodio significativo es el de una mujer que, en 1950, acudió a la embajada de México en Polonia para informar que Vadillo se encontraba en Suchinski, en la República de Kazajstán, muy cerca de Siberia, y que se presentaba a nombre de él para pedir auxilio. Eso lo supo la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero las autoridades rusas no ofrecieron información al respecto. Mientras, en un nuevo proceso, lo acusaron de espiar en favor del gobierno mexicano, y en un juicio sin abogado ni garantías lo condenaron de nuevo, esta vez a veinte años de cárcel. Un hombre al que tritura la inmensa maquinaria represiva de un Estado totalitario.

La muerte de Stalin, en 1953, abre una esperanza. Inicia la excarcelación de miles de perseguidos políticos, la rehabilitación de personajes acosados. La embajada de México insiste en sus solicitudes ante las autoridades soviéticas. El ingeniero austriaco Franz Hawlik acude a la embajada de nuestro país en Viena, en septiembre de 1955, para informar el sitio exacto donde se encontraba Vadillo, la cárcel donde se conocieron.

No estaba en Kazajstán. Desde 1950 fue trasladado a la prisión de Vladimir, cerca de Moscú.

HABÍA CUMPLIDO SIETE AÑOS de su nueva sentencia, le faltaban 13, cuando un buen día se presentaron dos individuos que le ofrecieron “repetidas disculpas, atribuyendo todo lo sucedido a la Banda de Beria”. Lo condujeron a “los mejores establecimientos comerciales” para que se comprara ropa (que ellos pagaron), lo llevaron a Moscú y lo instalaron en un “bonito chalet”. Pudo entonces comer y descansar. Era el preámbulo para entregarlo en la embajada de México. Antes de tomar el avión, los mismos “caballeros” que lo escoltaron al salir de prisión le entregaron “una botella de vodka, una lata de caviar y una cámara fotográfica Kiev”, con disculpas reiteradas.

Llegó a México el 16 de octubre de 1955. Había dejado el país con 31 años, volvía con 51. Algunos periódicos dieron la noticia y un mes después ofreció una conferencia de prensa. Excélsior, El Universal, ABC y Últimas Noticias destacaron lo dicho por Vadillo. Pero de acuerdo con La Voz de México, órgano del Partido Comunista, él estuvo detenido en la URSS “porque formaba parte de un centro de conspiración trotskista”.

Lo acusaron de espiar en favor del gobierno mexicano,
y en un juicio sin abogado lo condenaron de nuevo,
esta vez a veinte años de cárcel

Encontró empleo en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Según el periódico ABC, rechazó una proposición “de 25 mil pesos y mil dólares de adelanto... de una famosa revista norteamericana (Life)... para que escribiera sus memorias”. No se reencontró con su exesposa, aunque buscó a su hijo. Cursó el último año de Derecho en Ciudad Universitaria y, a punto de presentar su examen profesional, murió de un infarto el 7 u 8 de abril de 1958. Algunos especularon que fue envenenado por los soviéticos. Está sepultado en el panteón Jardín; escribe Enrique Montes García que un trabajador de limpieza del cementerio le comentó que nadie visita su tumba.

Releo mi nota y me doy cuenta de que es un resumen apretado y que pierde mucho de la riqueza que tiene el libro. Vadillo se dirigió a la tierra de la gran promesa (algunos testimonios afirman que contra su voluntad y por mandato del Partido), donde se forjaba un futuro luminoso, una esperanza que compartían millones en el mundo. Él era un comunista convencido, dedicado, noble. Se topó, sin embargo, con una sociedad a la que se le habían conculcado todas las libertades en nombre de una causa vaporosa; lo atrapó un aparato estatal policiaco al servicio de un dictador que supuestamente encarnaba la voluntad del proletariado, en una maquinaria de terror.

Sirva esta nota para agradecer a Enrique Montes García su incisiva investigación y su iluminador libro. Ojalá sirva también para que alguna editorial se interese y lo publique. Hoy es una edición de autor que imprimió sólo cien ejemplares.

Enrique Montes García, Veinte años en el Gulag. El caso de Vadillo (1935-1955), edición de autor, Ciudad de México, 2022.