Enrique González Pedrero: Santa Anna y el poder

Esgrima

Enrique González Pedrero
Enrique González Pedrero Foto: Fuente: elalbanaque.com

Los años que llevaba sumergido en los turbulentos océanos del siglo XIX mexicano, en el proceso de investigación y escritura de su magno estudio sobre Antonio López de Santa Anna, dieron a Enrique González Pedrero (1930-2021) nuevas perspectivas sobre un presente que había ido cambiando. El primer tomo de País de un solo hombre: El México de Santa Anna, apareció en 1993 (FCE, como los siguientes), en pleno declive salinista, con el subtítulo de “La ronda de los contrarios”; diez años más tarde (2003), promediando el foxismo, se editó “La sociedad del fuego cruzado”. El volumen final, “El brillo de la ausencia”, era todavía obra en proceso cuando ocurrió esta conversación —justo en 2003— y llegó a las librerías en 2017, con Peña Nieto en el poder. ¿Cómo es que el pasado se reflejaba en la actualidad, o viceversa?

Decía González Pedrero: “La historia para mí es memoria, y esa memoria es importante para no volver a tropezar con la misma piedra. De todos modos el hombre tropieza, pero tengo la impresión de que tropieza menos el que tiene una idea más o menos certera de lo que ocurrió antes en el país”.

—Santa Anna se ha convertido acaso en el modelo más próspero de la política mexicana —le comenté.

—Lo que me parece ha ocurrido en el país es que mucha gente no sabe quién fue en realidad Santa Anna, y entonces muchos políticos lo han repetido sin saber el modelo inconsciente que estaban siguiendo. Santa Anna era un hombre astuto, hábil, no inteligente pero sí vivo, muy vivo, y así tenemos muchos políticos astutos, hábiles, que saben aprovechar el momento para la realización de sus intereses personales y no piensan en las metas, los intereses del país.

—Por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari era un Santa Anna clásico, ¿no lo cree?

—Usted lo ha dicho.

—¿No le parece?

—Sí. Bueno, yo creo que hay muchos, unos con mayor dimensión, otros con menos, pero ahí está ese modelo. De ahí que mi interés fue hacer una buena radiografía del personaje con el objeto de mostrarlo a la mayor cantidad de gente posible para que se dieran cuenta de que no era un modelo muy apetecible. En la época hay otros personajes, brillantísimos, verdaderamente notables, que por desgracia se vieron opacados por este gran actor, este gran seductor. Santa Anna manejó el país como si fuera un rancho, una propiedad suya, como si no existiera ningún freno, ningún límite.

—García Márquez comenta que el problema de un novelista cuando se mete a fondo a escribir sobre un dictador es que el personaje puede empezar a parecerle simpático, porque llega a conocerlo muy bien y, quizá, a entenderlo. ¿Le ha ocurrido algo así con Antonio López de Santa Anna?

—No, porque mi personaje es México, no Santa Anna. Él es la época, el hombre que dominó al país en su etapa, pero el personaje real se llama México, es el que a mí me importa. Y me pareció que ese periodo era el menos estudiado de nuestra historia, acaso porque es el más traumático, el que más nos duele. Lo mejor es enfrentar los problemas que uno tiene, recobrar la memoria histórica para recobrar, también, la libertad y la identidad: ¿qué soy?, ¿por qué me ocurrió esto?

—¿Le decepciona el México del que se ha empapado?

—No, hay tal cantidad de personajes notables que no ocuparon el mismo sitio del proscenio de la historia pero que valen mucho la pena. Busco echarles un poquito de luz y mostrar lo que eran. Sí los celebramos en el santoral patriótico, pero no hay el conocimiento de quiénes eran. Sí sabemos que Guadalupe Victoria fue el primer presidente de México, y que Guerrero también ocupó la presidencia pero lo corrieron por incapaz... ¿Guerrero era incapaz? Me hice esa pregunta y llegué a la conclusión de que no lo era. Quisieron presentarlo así para echarlo del poder y luego asesinarlo, pero no hay tal. Otro personaje que me interesa es Mier y Terán, científico notabilísimo que se carteaba con los académicos de Francia...

—Lo paradójico es que en ese México de notables imperara el vivillo, el corrupto...

—Imperó un tiempo, hasta que lo echaron.

—Un tiempo muy largo.

—Ah, sí, pero si eso lo sabemos aprovechar... Habrá personajes que se le parezcan, pero no pueden ser iguales. Las cosas hoy son distintas.

—Usted habla del siglo XIX como la infancia del país, ¿el trauma originario de México no será esta proclividad a ser gobernados no por los sabios sino por los astutos?

—El gran trauma de México es la tendencia a confundir el interés personal con el interés público, privatizar el público, apropiarse de él. Pero ahí está la ciudadanía, la sociedad civil, para impedir que eso ocurra. Los tramposos van a seguir existiendo siempre, y es la sociedad la que debe ponerles frenos.

—¿Se podría decir, de modo simbólico, que Santa Anna sigue gobernando?

—Nuestros presidentes eran personajes autoritarios porque tenían poderes meta o extraconstitucionales, y sus límites eran los que ellos mismos se ponían. Lázaro Cárdenas no se desbordó, hizo todo lo que pudo en favor de la sociedad, de su tiempo y de la nación.

—Pero Miguel Alemán, por ejemplo, usó el poder para enriquecerse.

—Ésa ya es otra etapa. Por eso no se puede hablar de los setenta años del PRI como si hubiera sido siempre igual. No es lo mismo Miguel Alemán que Adolfo Ruiz Cortines o que Adolfo López Mateos... Es “el estilo personal de gobernar”, según definió Daniel Cosío Villegas; o como decía Salvador Novo: el sistema métrico sexenal.

—Quizá ese amplio poder del Ejecutivo es ahora una añoranza del nuevo grupo en el poder.

—Pero no llegaron con ese programa, ofrecieron el cambio, ofrecieron la transición, y aunque sea una promesa electoral debe cumplirse o el ciudadano que deposita su voto va a marcar otro círculo en la papeleta. Aquí hubo un planteamiento de ruptura. Se dijo: “Vamos a hacer otra cosa”. Y ahí había razón. Lo que pasa es que luego no se quiso o no se pudo hacerlo, o está en veremos el asunto, pues la historia todavía no acaba.

COMO METÁFORA de la política, a González Pedrero le gustaba imaginar al Ulises homérico en su paso por el mar de las sirenas. “El canto de estos seres mitad pez y mitad mujer atrae a los marineros, hace que se arrojen al mar y se ahoguen. Para atravesar esas aguas, Ulises urde el plan de ser amarrado en el mástil y se pone algo de cera en los oídos para oír un poco de ese canto. Ese amarre es la ética, es la moral. El que está en el poder no debe dejarse llevar por los que le cantan que es eterno... Ulises puede oír a las sirenas, puede verlas, pero no lo jalan. Eso, el mástil y la cera, es la sociedad civil. Habrá vivillos como Santa Anna que se arrojen al mar, allá ellos; pero habrá otra parte de la sociedad que sabrá por dónde tiene que seguir...

—¿Percibe a Fox bien amarrado al mástil?

—Ojalá, ojalá lo esté, porque las sirenas son terribles.