Espejismos

OJOS DE PERRA AZUL

Espejismos
EspejismosFoto: Cortesía del autor
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En la casa de mi infancia había un espejo de cuerpo entero, tridimensional, enmarcado en madera oscura. La primera vez que me vi ahí, me di cuenta de que esa masa con pies, manos, orejas y nariz era la imagen de mí misma. Al reconocerme, me hice consciente de que era doble o múltiple, simultánea. Contemplé mis extremidades, las moví para que la de enfrente me copiara, di un brinco, ella hizo lo mismo, me acerqué y puse atención en los detalles, me alejé para obtener distintas perspectivas de la experiencia de ser más de una, yo y las otras, cada una en su dimensión. Me podía ver invertida, al revés, la cabeza sobre el suelo y las piernas en el aire, quizás suspendida como un fantasma o bien enraizada como un árbol en la tierra. Ese raro efecto angular deformaba cada parte y exageraba las facciones, era una versión asimétrica y ominosa de mi Yo. Le tomé gusto a examinarme en los reflejos, a desdoblarme, a verme como igual, pero desconocida.

La que aparece en los vidrios se enoja fácilmente, frunce el ceño y dice groserías a quien pase cerca de ella. La del agua de los lagos o albercas habla sin parar en un idioma extraño que no logro entender. En los pisos limpios percibo a las personas que caminan, mi cara en los platos de metal hace muecas a los comensales, parpadea más de lo normal. Frente al mármol bien pulido ensayo discursos metafísicos, y en los aparadores de las tiendas me la paso cantando mis canciones favoritas. Ya no me extrañan esas otras que soy fuera de mí.

POR ESO AHORA QUE ESTAMOS EN LA CAMA, observo que me observo desde el espejo en el techo de esta habitación. Desde arriba, atisbamos a esos dos que están abajo, nuestros idénticos, recostados entre los pliegues de las sábanas, hundida la conciencia en las almohadas, en la humedad del sueño más real, sostenidos por los hilos del deseo que nos atraviesa, atrapados los cuatro en el tiempo que pausamos. En el reflejo, los miramos mirarnos el uno al otro, los ojos se entrecruzan, multiplicados. Admiramos los cuerpos desnudos, tan iguales y tan diferentes de los nuestros, anatomía imperfecta. 

Ella toca el sexo de él, mientras que el suyo se dispone a recibirlo. Él se trepa a su cuerpo con ardor y fuerza, los brazos de ella lo abrazan con pasión. Un mismo ritmo, murmullos, las bocas y las lenguas se entrelazan, las pieles exhalan sudor, se anuda el apetito de posesión insaciable, un último estertor nos sacude y un chispazo de luz nos ilumina. En la imagen que ahora somos en lo alto, sentimos fluir el desenfreno del acto compartido. Para ellos brusco y finito, efímero, mientras nosotros perpetuamos la imagen para siempre duradera.

Abajo ellos se descubren pasajeros y mortales, envidian lo que proyectan por encima suyo, tú y yo, los del espejo, sin memoria y sin pasado, repetibles, posibles, sin desgaste ni cansancio. La realidad es más frágil que el cristal donde se mira, se rompe a pedazos si nos alejamos, dejando astillas del momento, enterradas en la espalda y el recuerdo. Sólo quedará el reflejo en el techo donde fuimos y seremos.

*Soy rebelde sin pausa.