Falsos verdaderos arte e inteligencia artificial

La artista visual Irasema Fernández experimenta con pintura al óleo en la que modela representaciones artísticas creadas por programas de Inteligencia Artificial (IA). ¿Puede esto ser considerado arte? Un gremio del mundo artístico cuestiona cómo muchas empresas utilizan el arte para alimentar su base de datos sin dar crédito a sus autores. Pero hay artistas que toman de herramienta a la IA para reinterpretar hechos históricos bajo la estética de un algoritmo

Buda y Benito Juárez, 2022.
Buda y Benito Juárez, 2022. Foto: Irasema Fernández

Durante un par de años, de 2021 a 2023, imité en óleo imágenes creadas a partir de programas operados con Inteligencia Artificial (IA) como Dall-E, Midjourney y NightCafeStudio. Como cualquier artista que lidia frecuentemente con las aguas agridulces de la creatividad, las reproducciones del algoritmo me provocaron envidia. Si la creatividad es la capacidad de crear algo a través de la sublimación de la experiencia, ¿cómo justificaba mis momentos más áridos y opacos cuando una IA me daba maravillosos ejemplos en segundos?

Compararse con la máquina es humano, lo han hecho los mejores matemáticos y jugadores de ajedrez, y el nacimiento de nuevas tecnologías ha representado retos para los artistas, quienes han integrado cada descubrimiento en su quehacer a través de la historia. Uno de los ejemplos más fascinantes es el “Artista juvenil de Maelzel” o también llamado el “Autómata de Maillardet” (circa 1805) creado por el relojero y mecánico suizo Henri Maillardet. El autómata es un muñeco de porcelana con una compleja máquina al interior de su pecho que le permite dibujar y escribir en inglés y francés. El artista juvenil sumerge la pluma en el tintero y escribe sobre una pequeña hoja de papel con precisión sorprendente y una caligrafía exquisita, mientras sus ojos siguen el curso de su escritura de izquierda a derecha

Así como se entrenaron modelos de Inteligencia Artificial durante años para imitar al humano, me pregunté si yo podría hacer el proceso inverso y aprender de un bot. Ya dije que el algoritmo me provocó envidia. La fibra que tocó en mí fue sensible: desde niña tenía la espina de aprender a pintar en óleo como mi abuela y yo, que estudié literatura, sentí que ya estaba entrada en años como para aprender una nueva disciplina artística. Pero la curiosidad fue latente. Llevé mi proyecto a un taller de pintura para conocer las técnicas básicas: mezcla de colores, uso de brochas y óleos. Mis maestros, jóvenes y reconocidos pintores, me miraron con curiosidad y me invitaron a buscar una forma de autoría propia, pero yo estaba necia.

“Se busca desesperadamente una mirada original, subjetivamente diferente, en un mundo enteramente reproductivo”, escribió Pierre Herrera, en su libro Dafen: Dientes falsos. Si bien es discutible si las reproducciones de las IA son arte, es innegable que tienen composición y narrativa porque están hechas de ideas y conceptos. Ahora se reconoce el estilo generativo de una IA, pero hace tres años resultaba tan extraño como lo fue mirar la primera película de Star Wars en 1977.

La primera imagen que imité fue una mezcla de Buda con Benito Juárez cocreada con el programa de Midjourney por Alfredo Borboa. Hice mi mejor trabajo para hacer una copia digna. Negocié mi capacidad para interpretar un color, del RGB al óleo, de una transición en pixeles a la creación de fondos y capas. Me las arreglé con brochas, espátulas, óleos y solventes. Lo que no preví fue el cansancio, me tomó varios meses navegar cada una de las doce pinturas que realicé.

Pinta en óleo las narcofosas de San Fernando con el estilo de Remedios Varo. Enter. Pinta en óleo las narcofosas del predio “El Maguey” de Tetelcingo con el estilo de Leonora Carrington. Enter. Pinta la matanza de los 45 indígenas tzotziles de Acteal. Enter. Esta última fue, a mi gusto, la más impresionante. El algoritmo de NightCafeStudio me devolvió el retrato de dos policías, uno con una hacha atravesada a la altura de la boca, y un espectro de lo que podría ser la muerte, sobre 45 piedras de bronce en un sitio boscoso. ¿Cómo se reinterpreta un crimen de Estado bajo la estética de un algoritmo? Detrás de esta imagen había una manera de leer las noticias, las protestas, los discursos oficiales y el rastro colectivo de nuestras acciones en Internet sobre un evento ocurrido.

La primera imagen que imité fue una mezcla de Buda con Benito Juárez cocreada con el programa de Midjourney por Alfredo Borboa

LA MÁQUINA DE MACEDONIO

En su novela La ciudad ausente, Ricardo Piglia relata que existió una máquina creada por Macedonio Fernández que reunía todas las historias de una isla, desde los libros de historia hasta la oralidad. Su propósito era el de la traducción pero, luego de alimentarse con historias por un largo período, la máquina desarrolló una nueva narrativa: manifiestos y formas de protesta que reflejaron el sentimiento de la comunidad frente a una dictadura que les mantenía en silencio. El Estado encontró peligrosa a la máquina y decidió meterla dentro de un museo pues de esa manera su producción se convertiría en discurso muerto, es decir, que una vez ahí dentro perdería contacto directo con la calle y sus palabras se cristalizarían.

Piglia, que vivió la dictadura argentina y siguió de cerca otras dictaduras latinoamericanas, las guerras frías, el avance de la tecnología y su cobertura mediática, depositó, sin afanes activistas, esa política en su literatura. Para mi alma juvenil, como estudiante de literatura, Piglia dotó de sentido por qué el arte y la literatura importan tanto en su utilidad política como en su inutilidad ociosa.

ARTE PARA RETRATAR LA VIOLENCIA

Los crímenes de Estado han estado presentes en la historia de México en cada década. La violencia policiaca es pan de cada día. Abordar este tema desde el arte fue un llamado para mí desde que escuchaba las fervorosas conversaciones en torno a Ayotzinapa, el 2 de octubre, Aguas Blancas, Acteal y otras matanzas. En agosto de 2019, miles de mujeres exigieron justicia por una adolescente que fue violada presuntamente por cuatro policías de la Ciudad de México. Se dice “presuntamente” no porque se dude de la violación, sino porque la negligencia y encubrimiento por parte de la Fiscalía General de la Justicia de la Ciudad de México entorpeció el inculpamiento, el acceso a la justicia y la reparación de daños. La filtración de videos en medios de comunicación puso en duda si se trataba de policías o civiles y, sobre todo, ya en la opinión pública se revictimizó a la adolescente por haberse encontrado en una situación vulnerable y un estado inconveniente. Tanto la adolescente como la familia no quisieron continuar con el proceso. Aquello representó motivos suficientes para enardecer a una población de ciudadanas y movilizar colectivas y contingentes a nivel nacional: al grito de #NoMeCuidanMeViolan. A nadie sorprendió la violencia policiaca y cómo este órgano se usa para castigar y no para proteger. O para proteger la propiedad y desproteger a la población flotante: trabajadoras sexuales, comerciantes, migrantes y gente de a pie. En el camino, tuve la fortuna de encontrarme con Suhayla Bazbaz, Lulú V. Barrera, Itzel Plascencia, Xochitl Rodríguez, Sofía J. Poiré, Oriana López, Daniela Nicolini y Paulina Sánchez, gracias a ellas y el trabajo de otras colectivas, impulsamos políticas públicas en larguísimas juntas con la Fiscalía para exigir que se abrieran carpetas de investigación en contra de elementos de seguridad pública y privada por los delitos de acoso sexual, abuso sexual, estupro, corrupción de menores, violación e intento de feminicidio. Mi aportación consistió en hacer la imagen y el diseño de nuestras campañas y protestas. El resultado: desde septiembre de 2018 hasta octubre de 2023 se abrieron 1,037 carpetas, según el último reporte de la Fiscalía General de la Justicia. Da escozor pensar en la cantidad de delitos no investigados en otros estados de la república y lo inaccesible que es obtener esta información. Aunque la Fiscalía de la CDMX ha cooperado en hacer su trabajo, no olvidemos que este esfuerzo es gracias a la inagotable constancia de las asociaciones civiles y activistas.

EL RESULTADO

Fue así como las representaciones artísticas de los algoritmos de la Inteligencia Artificial y la máquina de Macedonio para mí se convirtieron en la misma cosa. Me interesó la relación entre imagen y palabra. Juan Cárdenas, en su ensayo Nudos ciegos, dice que “la imagen también quiere volverse sonido, quiere volverse olor y, en últimas, quiere volverse palabra” y, a su vez, “la escritura está apuntando constantemente a su exterior, a lo que no es escritura; la escritura siente atracción por los bordes, la escritura se desborda, como queriendo dejar de ser escritura, como queriendo volverse tinta, papel, imagen, voz, sonido, olor, presencia”. ¿No son las reproducciones de los algoritmos de las Inteligencias Artificiales un ejemplo perfecto de ambos mundos?

Tengo entendido que hay empresas que contratan, por sueldos ínfimos, a cientos de personas para que segmenten y nombren los objetos que aparecen en una imagen. Por ejemplo, en una fotografía sobre la matanza de Tlatelolco, pondrían: edificio, plaza, muertos, jóvenes y con el mouse seleccionan dónde están y cómo lucen. La segmentación se hace, en su mayoría, por empresas en China y la India, por lo que las imágenes contienen sesgos culturales si se aplican fuera de esos países. Pero no le resta potencia ni importancia pues, tratándose de un trabajo humano y colectivo, las imágenes se asocian certeramente a lo que en el mundo experimentamos.

Terminadas las doce pinturas, escribí en largas tiras de papel cada una de las historias detrás de éstas, en las distintas versiones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y otros testimonios extraoficiales que circulan en Internet. Su materialidad en papel, su peso físico, su existencia fuera de la pantalla, el cansancio de mis manos, las horas invertidas, me hicieron coautora. Siguiendo el principio de Lev Manovich, quien asegura que las IAs no hacen arte por sí solas ni automatizan la creación artística, sino que ofrecen nuevas herramientas a las y los artistas y, sobre todo, nuevos diálogos.

¿Las creaciones con Inteligencia Artificial pueden ser consideradas arte?
¿Quién es artista y quién no? ¿Qué pasa con la autoría? ¿Quién lucra con el contenido que depositamos en Internet?

LOS PROBLEMAS ÉTICOS DE LA IA

Cuando hablamos de arte e Inteligencia Artificial las aguas se revuelven una vez más, del mismo modo que sucedió cuando apareció la cámara fotográfica, el cine, las computadoras y el Internet. ¿Las creaciones con Inteligencia Artificial pueden ser consideradas arte? ¿Quién es artista y quién no? ¿Qué pasa con la autoría? ¿Quién lucra con el contenido que depositamos en Internet? El gremio del mundo artístico ha puesto el dedo sobre la llaga en cuanto a los problemas de autoría de la Inteligencia Artificial. En México, hace un año se viralizó una imagen que decía “En esta casa no se acepta arte creado con Inteligencia Artificial” (en alusión a las calcomanías católicas que dicen “no se acepta propaganda protestante ni de otras sectas”), como apoyo a los y las artistas digitales que generan ingresos, por mencionar un par de ejemplos, a través de la elaboración de retratos y animaciones en 3D, y que se vieron afectados por el uso de aplicaciones como Lensa que, por la módica cantidad de robar todos los datos de tu teléfono, te regala, eso sí, grandes retratos de diferentes modas y épocas.

Se reavivó el antiguo fuego en torno a la originalidad y la autoría, a los problemas éticos y estéticos, al robo y sus implicaciones en el futuro. Uno de ellos es que estas empresas se sirven del arte de miles de artistas para alimentar sus bases de datos sin permiso, sin dar crédito y, sobre todo, lucrando. Empresas como Lensa, Dall-E, Midjourney, NightCafeStudio, y otras venden publicidad, venden datos de sus usuarios y te venden créditos en los que si pagas 20 dólares al mes puedes producir una cantidad ilimitada de contenido, mismo que se acumula en mega computadoras en medio del desierto que provocan contaminación y empeoran el calentamiento global. Como artistas, bien podríamos evitar el uso de Instagram, Facebook y Twitter, pero la realidad es que ayuda mucho tener redes sociales para promocionar y vender nuestra obra; así la gente sabe qué estás haciendo y de vez en cuando te escribe para comprarte algo. Pero en cuanto le das “publicar” a una imagen, audio o video estás cediendo los derechos de explotación de ese contenido, porque ningún gobierno ha logrado restringir el poder de Facebook, o de cualquier otra plataforma, en favor de sus usuarios. Es por eso que los artistas han sido de los pocos gremios que han señalado los problemas de la IA. Algunos rechazan el uso de la IA en el arte y habemos otros artistas que hemos usado esta herramienta para el desarrollo de nuestra obra.

He estado al tanto de estas discusiones, y les doy la razón, pero todavía pienso que es posible usar la IA con otros propósitos, en mi caso, para enfatizar la narrativa de cómo se han tratado hechos históricos, cómo se contextualiza y se pone un nuevo marco a la violencia. En octubre de 2023 tuve la oportunidad de exponer mis pinturas. Ahí estaban, colgadas, en su potencia estática, fuera del espacio público y la lucha social. “Era una metáfora perfecta de la máquina de Macedonio. Contar con palabras perdidas la historia de todos, narrar en una lengua extranjera”, escribió Piglia en La ciudad ausente. Con sus sesgos y sus verdades, la IA me devolvió un falso verdadero, como dice Pierre Herrera, y yo le di un cuerpo con el trazo.