Cualquiera pensaría que haber vivido en Torreón durante la guerra contra el narco lo volvería inmune a uno contra todo. Pero no. Fui hackeado.
Existen enemigos mayores. Y no me refiero al SAT. Que aunque Hacienda lo supera en organigrama y burocracia es mucho más poderoso. Asústense: porque me refiero al polen. Que unos días se disfraza de frío. Otros de polvo. Y cuando se le da la gana de contaminación. O ceniza de volcán. Pero que viene a resultar lo mismo: alergia. Conocida también como La fiebre del heno. Título de la novela de Stanislaw Lem. Y también mi cruz. Mi martirio. Mi tormenta.
Nacer con alergia es como nacer con miopía. Te acostumbras a vivir con ella. La miopía supone una ventaja. Que se corrige al ponerte los lentes. La alergia se atempera cuando te tomas el antihistamínico. Pero es más rebelde que un hijo adolescente. No importa que lo amenaces con dejarlo sin domingo. No se va a asustar si lo asustas con quitarle el celular. Y se va a reír en tu jeta si le prohíbes salir con sus amigos. Una vez que te atrape, loratadina intravenosa o no, va a hacer contigo lo que se le hinche. Aunque te chingues la farmacia entera.
LA ALERGIA ES TRAICIONERA. Te ataca desprevenido. Como cuando vas comiendo mocos y de la nada te sale un morro con un cebollero y te grita cámara ya te la sabes. No le importan tus planes. Si vas a tener la entrevista para la renovación de la visa. Si vas a tener una noche de pasión. Si vas a presentar tu libro. Te ataca en medio de la noche. Es un aguafiestas profesional. Hay un dicho que dice: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Pero el Nazareno qué. Se queda corto. Yo más bien diría que a quien no le puedes susurrar nada en sueños es a la maldita alergia.
También es embustera. En ocasiones te hace creer que estás curado. Que ya nunca la volverás a ver como a tal o cual ex. Error. Es como los fantasmas chocarreros. Se aparece para jugarte chueco. Como me la ha jugado a mí tantas veces desde los doce años. Recuerdo la primera vez que la topé. Cuando hizo su entrada triunfal. En esa ocasión se puso el traje del relente. Pinche relente, en los poemas podrá quedar muy chingón pero en la nariz es una patada en los güevos. Pinche alergia, cuando no la conoces, te provoca lo mismo que la ansiedad: te inserta la idea de que ya bailó berthinha, de que ya te vas a torcer. Pero no te mueres, nomás te asustas, pero sientes que, como en la cumbia, el mundo se va a acabar.
La última jugarreta que me patrocinó la alergia ocurrió hace unas semanas. Aterricé en Ciudad Godínez ligadito con el son, lo que quiere decir quitado de la pena. Me dejé apapachar por la urbe. Que las chelas, que los tacos, que los discos. Mamá, no puedo parar. Y a las siete de la tarde me empezó a arder la garganta. Era lunes. Y la presentación de mi libro era el jueves. El covid no nos enseñó nada. O nos enseñó todo. Porque en cuanto me empezó a picar la garganta lo que hice, en lugar de checarme, fue ignorarlo. Rezarle a San Apapurcio para que mi malestar no fuera nada grave, un simple reflujo, chíngate esa esofagitis, carnal. O ansiedeath estacionaria.
El martes por la mañana empezó el viacrucis. Los que sufran de alergia me entenderán. Los que no: ti ti ti ti ti. Comencé a estornudar por deporte. Eso sí, siempre con público. Tan artera es la pinche alergia que cuando estás solo ni pedo te arma. Y lo sabemos, en tiempos post-covid Bryan, estornudar es colgarte el estandarte del apestado. Y cuál es el remedio para eso. Fingir que la virgen te habla. Cargar unos klínez. Y que el mundo gire. Al revés, pero que gire. Cómo explicarle a la gente que me mira con desconfianza, que no es un virus. Que desde chiquito soy así.
El miércoles por la tarde se desató el huracán. La cadena de estornudos se sucedió a la velocidad del bitcoin en picada. Entonces mi mente comenzó a operar en mi contra. ¿Y si esto no es alergia? ¿Y si es gripa? Peor todavía, ¿si es covid? La angustia comenzó a agarrar las paredes de mi mente de tiro al blanco. Había viajado hacía unos días para presentar el libro. Había concedido entrevistas. Era mucho lo que se involucraba. Gente de la editorial, medios, lectores. Todo dispuesto para echar cotorreo con motivo de mi libro. ¿Y qué no pudiera acudir por covid? Y lo más execrable, ¿qué tuviera que avisarles a todos con los que me di el beso de tres que se hicieran el test?
La alergia se atempera cuando te tomas el antihistamínico. Pero es más rebelde que un hijo adolescente
TENGO QUE HACER ALGO, me dije, para parar los estornudos. Me miré al espejo y me vi el rostro. Había perdido mucho líquido. Había tirado moco en las dos últimas horas como si fuera una campamocha en celo. Y no se me ocurrió nada mejor que cantar. Sí. Y aplaudir. En momentos como ése no tienes control de tu mente. Y me salió del alma. Entoné lo primero que me vino a la cabeza. Sin pensar en el género o whatever. Y ya sé lo que están pensando. No, no canté la de “mamá préndeme el mechón”. Ni la de “Womanizer”. Ni “No sé si es amor”.
Me agarró al vuelo. Estornudé y acto reflejo aplaudí y solté el siguiente verso: all we are saying is give peace a chance. Se convirtió en mi mantra instantáneo. Pero en lugar de aliviarme me hundía más. Otro estornudo, aplauso y all we are saying is give peace a chance. Estuve como cuarenta minutos dando vueltas en este verso como un borracho buscando su casa a las tres de la mañana. A cada estornudo me deshidrataba más. Oh, God, Oh, Dios, Oh, Santo Niño Anacleto, concédanme el milagro de librar ésta y les juro que cancelaré mi suscripción al Only fans del Potrillo. Al de Poncho de Nigris. Pídanme lo que quieran pero por favor detengan la maldita comezón que me escuece la nariz.
Tienes que ser valiente, Carlos, me dije. Si tienes covid, ps ya, afronta. Encara y mañana no hay presentación. Pero para eso tienes que ir al médico. Eran las diez de la noche en Ciudad Godínez. En mera colonia Condesa. Frente al Parque México (y luego no quiero que me dé alergia). Tienes razón, yo mismo me dije y salí arrastrándome y coreando todo el camino hasta la farmacia del ahorro “Give Peace a Chance”. Si alguien escuchó a este loquito entonar esa rola esa noche, fui yo. Me declaro culpable.
Apenas me vio el dependiente de la farmacia, pinche cara del gólem que me cargaba, me dijo que sufría yo de un caso severo de fiebre delhennon. Que no era candidato a la prueba del covid. Y me puso en las manos una caja de Allegra. Regresé a mi hotel cantando “Instant Karma”. Me tomé una pastilla y me sumí en un coma más severo que el que puede producir el mal del puerco más diabólico. La pastilla no me cortó la alergia. Sólo me mandó a la lona.
Mientras dormía el milagro se produjo. Pero no por el medicamento. Por capricho de la naturaleza. Desperté cantando “Silly Love Songs”. La alergia había desaparecido por completo. Me sentía un orco nuevo. Recuperé mi forma amorfa.
En la presentación no estornudé ni una vez. Aunque todo el tiempo me sentí como si estuviera sumergido bajo el agua. Que eso, combinado con las chelas y los mezcales, me dieron un viajesote que ya hubieran querido Yoko y Zappa un sábado por la noche.