Andy Fletcher

La fuerza magnética en Depeche Mode

El 27 de mayo falleció, a los sesenta años, el fundador y tecladista de la banda británica conocida por temas como “Personal Jesus”, de 1989. Entre los muchos logros de Fletcher se encuentra haber ampliado el espectro de Depeche Mode, un experimento tan fecundo en búsquedas y novedades que incluso rockeros a la antigua usanza voltearon a escucharlo. Aunque su aportación era más bien discreta —no componía, ni cantaba—, con la muerte del músico se cierra un ciclo vital del grupo.

Andy Fletcher (1961-2022).
Andy Fletcher (1961-2022). Foto: Fuente: fakazakamp.com

No todas las viejas estrellas del rock asqueaban a los punks. David Bowie, por ejemplo, desempeñó un papel decisivo en la segunda oleada de esta corriente. En la novela emblemática del punk, El buda de los suburbios, de Hanif Kureishi, la atracción que Bowie ejerce sobre el protagonista se equilibra con la fuerza magnética del emergente ídolo punk Charlie Hero, trasunto de Billy Idol. Sin embargo, en el posmoderno documental ficticio de Michael Winterbottom, La fiesta interminable (24 Hour Party people), biografía de Tony Wilson y la creación del sonido Madchester, cuando Ian Curtis escucha en el tocacintas del automóvil de Wilson el demo que ha grabado con su banda Joy Division, sentencia: “Sueno demasiado a David Bowie”. Y en Control, biopic sobre Curtis filmada por Anton Corbijn —el artífice de la imagen de Depeche Mode, nada menos—, el casi adolescente Ian emula a Bowie cuando asiste a los conciertos.

Por ello no sorprende que un oscuro cantante con registros criminales y aspiraciones de aparadorista fuera invitado a incorporarse a un trío, justamente después de que interpretara “Heroes”, de Bowie, durante un palomazo. El fichaje del fichado Dave Gahan cifraría el destino de la agrupación que se denominaría Depeche Mode, cuyas improntas más evidentes, además del uso de los sintetizadores, son las canciones interpretadas con gravedad vocal —no importa el intérprete, Martin Gore también acomete sus variaciones Bowie— y un estilo recitativo que propicia una sensación de reticencia e intimidad, como si asistiéramos a una ceremonia ritual, muy acorde con su cancionero de visos lúgubres, desencantados y atormentados.

Aun cuando pocos grupos posean un sonido tan inconfundible, lo cierto es que las transformaciones han cifrado la trayectoria de DM. A la primera época del entonces cuarteto, conformado por Vince Clarke, Andy Fletcher, Martin Gore y Dave Gahan, cuyo rumbo determinó Clarke, un admirador del romanticismo de Bowie y de John Fox, quien tras la publicación del primer álbum, Speak & Spell, dejó al grupo (para formar Yazoo y posteriormente Erasure), siguió una etapa de confusión, de la que emergerían con el liderazgo plenamente asumido por Gore y con una idea del estilo hacia el que se decantarían. Electrónica, pop, asimilaciones armónicas y la sutileza de las orquestaciones minimalistas, cierto patetismo soul, una creciente orientación hacia el rock de tintes góticos —en realidad, residuo de su barro original: Clarke y Fletcher habían comenzado su asociación influidos por The Cure y Siouxsie and the Banshees— y un cancionero donde se entremezclaban las incitaciones hedonistas con los remordimientos, el dolor y la culpa.

Una vez encontrado un sello y nicho propios, curiosamente Depeche amplió su rango genérico y su espectro musical. No era sólo una banda de soul y funk con temas interpretados con una voz salmódica, sino también una banda abierta a explorar nuevas tendencias. Al respecto, la influencia de Alan Wilder, quien relevó a Vince, fue crucial. Al sustituir los antiguos sintetizadores análogos por digitales permitió la ampliación de la gama sónica. Singularmente, para una de sus últimas grabaciones, Sounds of the Universe, retornaron a una onda más decididamente europeísta. La obsesión con Kraftwerk siempre estuvo latente.

Aun cuando pocos grupos posean un sonido tan inconfundible, lo cierto es que las transformaciones han cifrado la trayectoria de Depeche Mode

Al final de los años ochenta y la primera mitad de los noventa, DM produjo sus mejores álbumes y se entronizó como el grupo británico más importante a nivel mundial. Sus integrantes se convirtieron en favoritos del rock de estadio y nuevos ídolos de las masas. A Black Celebration siguió Music for the Masses, su gran obra de esta etapa orientada hacia una música de baile altamente compleja y con versos decadentes. La próxima fase se caracterizará por un sonido más violento y con acentos góticos.

Y aun cuando DM continuó explorando derroteros, lo cierto es que su prestigio se asienta en Violator, clásico de la historia del rock, y Songs of Faith and Devotion. Con una minuciosa y vanguardística producción, ambos conjugan rock y electrónica en un clima celebratorio y al mismo tiempo pletórico de referencias que van de la música medieval al subgénero disco, del indie a los presagios industriales.

DM demostró que además de un grupo con ideas de avanzada —una de sus máximas era: no repetir un sonido, declara Gore en un video— fue un conjunto al que le cuesta encauzarse, y por ello probablemente el único disco valioso en los últimos años sea Sounds of the Universe, con su propuesta de enfilar hacia un estilo más atmosférico, aunque artificioso.

Andy Fletcher (1961-2022) fue uno de los fundadores y el único que se mantuvo. Bajista y tecladista al principio, paulatinamente su papel lo asumieron los otros miembros, por lo que las dudas sobre cuál era su verdadera participación —no componía, no cantaba y su aportación instrumental parece vaga— se convirtieron en broma recurrente. En realidad, Fletch era más que un músico; personalidad mercurial, se convirtió en el enlace y el aglutinante, responsable tanto del acabado musical como de aspectos extramusicales.

Mediador entre los conflictivos Gore y Gahan, abogado con los contratos, vocero ante la prensa y el público, hombre de negocios en general, también daba cohesión a los temas y se convirtió en un instrumentista multifacético, siempre dispuesto a cubrir con argamasa sonora los huecos. Ésa fue la relevancia de este pelirrojo nervioso y a la vez calmado: ser la fuerza magnética tras una banda que a pesar de su sonido maquinal fue un torbellino de vicios, pasiones y arrebatos.

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