Diez años antes de la Revolución de Octubre, León Trotsky fue desterrado a Siberia. Luego de un largo recorrido logró huir de regreso a San Petersburgo y de ahí al exilio. Esa travesía de ida y vuelta fue narrada por él mismo y gracias a la editorial Siglo XXI hoy se puede leer, luego de más de cincuenta años de ser inconseguible en español. El editor de la obra, Horacio Tarcus, en breves y certeras pinceladas ubica al lector:
El 16 de diciembre de 1905 la policía rusa irrumpió en el edificio de la Sociedad de Economía Libre de San Petersburgo, donde se estaba realizando la que sería la última sesión del Soviet de Delegados Obreros de la capital rusa. Culminaba así... la Revolución Rusa de 1905... había logrado sostenerse activa durante cincuenta días...
Los delegados fueron detenidos bajo el cargo de preparar una insurrección. Entre ellos estaba Trotsky, que a sus 25 años presidía el Soviet. Fueron enviados a la prisión de Kresty, luego a la Fortaleza de Pedro y Pablo. El juicio se inició en septiembre de 1906 y el 2 de noviembre
... el jurado pronunció su veredicto: los miembros del Soviet fueron absueltos de la acusación de insurrección; pero Trotsky y otros catorce procesados fueron condenados a la pérdida de sus derechos civiles y a la deportación de por vida a Siberia, bajo vigilancia.
El 5 de enero de 1907 empezó el dilatado viaje hacia Obdorsk, “una ciudad situada sobre el Círculo Polar Ártico, a más de 1600 km de la estación de ferrocarril más cercana”. Salieron en tren, luego viajaron en trineos, siempre escoltados por la policía y los soldados. Y antes de llegar a su destino final, Trotsky logró evadirse. Escribió su testimonio y con seudónimo lo publicó ese mismo año. (No fue la primera vez que lo arrestaron. De 1898 a 1900 cumplió dos años de una condena de cuatro, gracias a otra fuga).
En el prólogo de su testimonio irradia un optimismo determinista que alumbra el cuadro anímico e intelectual que enmarca el relato. Escribe que están “tan poco enamorados de la clandestinidad como un ahogado de las profundidades del mar”, pero que no tienen otra opción. Y que
... no nos van a asfixiar... La causa a la cual nos consagramos se apoderará del universo; entonces nuestro partido, actualmente sofocado por la clandestinidad, se disolverá en la humanidad entera, que por primera vez será dueña de su propio destino. La historia es una gigantesca maquinaria al servicio de nuestros ideales.
Esa idea (ilusión) central, la de poseer las claves para entender el flujo de la historia, es la fuente del optimismo y la certeza de estar de antemano en la corriente humana condenada a vencer.
Todo lo que lleva les parece novedoso a sus habitantes:
mis utensilios de cocina, mis tijeras, las medias... todo les provocaba auténtico estupor
LA PRIMERA PARTE del relato son cartas que, luego se sabría, Trotsky envió a su esposa Natalia Sedova, en las cuales narra las incidencias del trayecto de ida. Están cargadas de incertidumbre, pero también de una aparente o real tranquilidad como para infundir confianza a quien las recibía. La segunda parte, escrita ex post, resulta un relato de aventuras que recrea con buena pluma no solamente los espacios físicos por los que transcurre la huida, sino los tipos humanos con los cuales se va topando.
La crónica sorprende porque no es sombría. Una cierta ironía la recorre de principio a fin, como si Trotsky evadiera presentarse como víctima. En la primera carta, fechada el 3 de enero de 1907, por ejemplo, escribe: “¡Con lo acostumbrado que estaba a aquel calabozo diminuto en el que se trabajaba tan a gusto!”. Más adelante le recuerda a Natalia: “como bien sabe usted, incluso mudarse de departamento supone una proeza moral para una persona como yo. Ni qué decir tiene: la mudanza de cárcel a cárcel es un tormento mucho mayor”. Ese tono, ese sarcasmo ante la adversidad, contrasta con el carácter plañidero que en el presente asumen no pocas víctimas (esto último no pretende ser una crítica o un juicio, sino un apunte que constata las polares actitudes).
Otro elemento del testimonio es que no subraya las tintas. Por el contrario, a cada momento reconoce el buen trato que reciben los prisioneros. “El trato de la administración es bastante aceptable, en cierto modo, incluso atento”, “el oficial se mostró muy amable al recibirnos”, “el vagón separado, de tercera clase, muy bueno”, “tras trece meses de confinamiento el viaje entretiene y estimula”, “si bien el oficial del convoy es atento y amable, el equipo lo es por partida doble”, “tenemos cuatro niños en el vagón... su comportamiento es impecable... los lazos de amistad que los unen a los escoltas son asombrosamente estrechos. Los bestias de los soldados los tratan con una ternura inmensa”. Al parecer, los encargados y vigilantes del convoy cumplían su misión con integridad, sin sevicia ni malos tratos. Aunque en algún momento aparece un cabo “despiadado y cruel” que agrede sin excusa a “un niño carretero” y a una “mujer tártara”.
El recorrido en tren es largo, lento, “gozamos de todas las comodidades imaginables”. Los trayectos se hacen solamente de día y son diseñados desde San Petersburgo. Al paso del tren no faltan grupos de personas que los aplauden y vitorean. “En la cárcel de Tiumén había un sinfín de presos políticos... desterrados administrativos. Se reunieron bajo nuestra ventana, nos saludaron con cánticos e incluso arrojaron una bandera roja con la divisa ‘Viva la Revolución’.” Encuentran, dice Trotsky, cómplices por todos lados. Resultan inyecciones de aliento en medio del infortunio.
LUEGO EL TRASLADO es en trineos. Aún más lento. Y aunque Trotsky afirma que “el frío es tolerable” las temperaturas oscilan entre los menos 20 y menos 30 grados. “Estamos bien abrigados e inhalamos con deleite el aire fresco”. Conforme se desplazan hacia el norte, el régimen “se ablanda”: les permiten ir de compras con escolta y entran en contacto con los pobladores. A partir de un punto de la travesía encuentran que en todos los pueblos hay deportados políticos, algunos de los cuales establecen talleres, otros viven en las casas de los campesinos o fundan cooperativas; todos tienen la necesidad de adaptarse a su nueva condición, que puede durar años o toda la vida. Eso sí, el número de deportados es creciente y parece una ola imparable. Se ha pasado del destierro selectivo al masivo (y entre ellos muchas personas “completamente ajenas a la causa”). También, escribe, se han multiplicado las fugas.
Cada vez se encuentran más lejos de San Petersburgo o Moscú, el oriente parece no tener fin. Pero incluso en los pueblos más alejados Trotsky consigna que la idea de la Revolución se ha expandido. Se anima al ver que campesinos y jóvenes los tratan con respeto y consideración, que los gestos de respaldo se multiplican. Por otro lado, sin embargo, da cuenta y se queja del abuso del alcohol y de pueblos enteros que viven en la embriaguez.
Trotsky no enaltece al pueblo, no quiere pintar un fresco idílico y mentiroso. Incluso entre los deportados encuentra “haraganes” y va más allá.
Escribe: “La masa constituyente del destierro está siendo suplantada por la mediocridad políticamente desamparada, por un público ignorante y eventual”. Cree, como buena parte de sus compañeros, que la tarea política es elevar el nivel de comprensión de las personas, no mimetizarse con sus usos y costumbres, ni halagarlas con la finalidad de ganar su voluntad. Porque conforme avanza la caravana de reos, “todos los días descendemos un peldaño más hacia el reino del frío y el salvajismo”. No hay autoengaño. Sabe que la insalubridad aumenta, como el analfabetismo y la desinformación.
LLEGAN A LA CÁRCEL de Beriózov el 12 de febrero. Un pueblo con alrededor de mil habitantes. Es ahí donde Trotsky decide fugarse. Aunque le indican que la evasión sería más sencilla en primavera, él resuelve partir desde Beriózov antes de que la caravana lo arrincone todavía más al norte, en Obdorsk. Finge estar enfermo, mientras el resto de sus compañeros parte hacia su destino final. Decide escapar por un camino distinto al de la ida, menos vigilado, pero que sólo se puede recorrer con trineos de renos. Se trata de llegar hasta donde pueda abordar el ferrocarril, pero son kilómetros y kilómetros sin siquiera encontrar caballos. “Un joven mercader, de ideas liberales”, le consigue quien lo pueda guiar y llevar. Se trata de un ziriano borracho, conocedor de la zona y del trato que hay que darles a los renos. Su nombre es Nikifor Ivánovich Jrenovy; por supuesto, Trotsky tiene que recompensarlo. “Yo compro un trío de renos, los mejores a disposición. El trineo también corre a mi cargo. Si Nikifor me traslada con éxito... tanto los renos como el trineo pasarán a su propiedad. Aparte le daré cincuenta rublos en billetes”.
El 18 de febrero salen de Beriózov en pleno invierno de Siberia. Nikifor no sólo no deja de beber, sino que visita a amigos en el camino que se encuentran igualmente beodos. Las relaciones entre Trotsky y su guía no dejan de tener momentos conflictivos, pero leídas más de cien años después, admiten incluso alguna sonrisa.
El recorrido es dilatado, arduo. Deben cambiar renos en algunos pueblos y en muchas de las aldeas perdidas Trotsky no entiende una palabra. Nikifor es su traductor: habla ruso, ziriano y dos dialectos ostiacos. Si se topan con algún retén, le instruye a su guía, debe decir que transporta a un mercader, aunque éste no se preocupa. Él está haciendo su trabajo y poco le importa que su pasajero sea un comerciante o un político. Los policías y no él deben cumplir con su labor y evitar que los desterrados se evadan, pero eso a él no le corresponde. Buen observador, Trotsky describe el paisaje, la situación de los lugares donde descansan y los tipos humanos que se topan en el camino. Se irrita, por ejemplo, cuando observa que sólo las mujeres trabajan mientras sus maridos se emborrachan o que la influencia rusa por aquellos parajes parece reducirse al vodka y “las malas palabras”.
Disfruta y al mismo tiempo le horroriza la naturaleza. “Estamos atravesando un terreno abierto entre un bosquecillo de abedules y el cauce del río. El camino es aterrador. En apenas un momento, el remolino borra la estrecha huella de nuestro trineo”. Son los escenarios de un recorrido por otro mundo, una naturaleza que es descubierta por los ojos de un hombre ajeno a esos paisajes.
Narra algunos de los usos y costumbres que le llaman la atención (en algunas aldeas ostiacas “dan el pecho a los niños hasta los seis años”, o que al despertarse todos aquellos que han dormido en la misma habitación escupen, o que canturrean una “mísera canción que sólo tiene cuatro notas”).
Hoy, cuando lo políticamente correcto prevalece, cuando a todas las expresiones culturales se les iguala, el texto de Trotsky recuerda que existen jerarquías y que no es correcto idealizar el atraso. Sí, respetar usos y costumbres ajenas, pero no cerrar los ojos ante las aciagas realidades que generan el aislamiento, la pobreza y el analfabetismo. En un paraje encuentra que todo lo que lleva les parece novedoso a sus habitantes: “mis utensilios de cocina, mis tijeras, las medias, la manta dentro del trineo: todo les provocaba un auténtico estupor”.
A LO LARGO DEL TEXTO hay un homenaje a los renos. A su fuerza y capacidad de resistencia. Las jornadas que soportan sin comer ni tomar líquidos. A fin de cuentas, son los animales que hacen posibles los traslados y en su caso particular los que hicieron viable su huida. Junto con Trotsky y Nikifor, son los personajes centrales del relato.
Trotsky no disimula que en algún tramo sintió miedo. Portaba una pistola en su maleta y en su momento no se atrevió a sacarla. Al final del recorrido por más de 700 kilómetros agradece a Nikifor Ivánovich Jrenov: “sin él no salía de esta”.
Como escribe Leonardo Padura en la presentación:
Las páginas de La fuga de Siberia... no se convierten en un alegato político ni en una obra de propaganda o reflexión... Relatan la historia personal y dramática... que nos entrega a un Trotsky observador, profundo, humano, por momentos irónico, que otea a su alrededor y expresa un estado de ánimo o toma la fotografía de un ambiente que... se revela extremo, exótico, casi inhumano.
León Trotsky, La fuga de Siberia en un trineo de renos, presentación de Leonardo Padura, edición al cuidado de Horacio Tarcus, traducción de Irina Chernova, Siglo XXI, México, 2022.