Gabriela Mistral: La vanguardia arcaica

Para la poeta chilena, la lengua “ya no sirve en este mundo de gentes, hábitos, pájaros y plantas contrastados con lo peninsular”; por eso, ella crea un habla propia, hecha de coordenadas andinas. Como explica Hernán Bravo Varela en este ensayo sobre Gabriela Mistral, esa habla —el uso personalísimo de algunas palabras— demuestra que la impureza del decir no necesariamente es un defecto, sino que puede convertirse en una potencia. Este texto fue leído en el marco del 50 aniversario de dos acontecimientos: el golpe de Estado en Chile y la muerte de Pablo Neruda

Gabriela Mistral (1889-1957)
Gabriela Mistral (1889-1957) Foto: shutterstock.com

Antes que dar a luz la estética modernista, Rubén Darío anunció, desde finales del siglo XIX, las vanguardias poéticas venideras en América Latina. Siguiendo esta lógica, el segundo Darío —ese renovador nostálgico de tanto predecir el futuro— anticipará la producción más íntima de aquellas vanguardias. La distancia que media entre Azul (1888) y Cantos de vida y esperanza (1905) es semejante a la que habrá, por ejemplo, entre Altazor (1931), de Vicente Huidobro y Residencia en la tierra (1935), de Pablo Neruda: de un lado, la pirotecnia; del otro, la sordina.

Así pues, y en tanto fue precursora, la obra misma de Darío separará a las vanguardias oficiales de esa “otra vanguardia” que, según José Emilio Pacheco, se caracteriza por su “poesía antipoética”, “realista y no surrealista”, escrita no para “jugar al pequeño dios” de Huidobro, sino para exhibir “una debilidad y una vergüenza que, sin embargo, puede expiarse describiendo lo que sucede…”. Como referencias, Pacheco propone la crónica en verso de El soldado desconocido (1922), de Salomón de la Selva o la ironía autobiográfica de Espejo (1933), de Salvador Novo —aunque también cabría incluir, como antecedente de esta vanguardia alterna, los propios Cantos de vida y esperanza, donde el ocaso vital de Darío se anuncia con madurez estética.

BÚSQUEDAS CONTRAPUESTAS

En ambas tipologías podemos encontrar dos búsquedas: la de una voz, que hace pública la expresión individual, y la de un habla, que vuelve singular la expresión colectiva. La voz del joven Darío, como la de Huidobro en Altazor, se define por su tono extático o febril, por la altisonancia con que nombra un mundo que es inminente o permanece invisible:

Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos […]

Únanse, brillen, secúndense tantos vigores

[dispersos;

formen todos un solo haz de energía

[ecuménica.

(Rubén Darío, “Salutación del optimista”)

Levántate y anda

Vive vive como un balón de fútbol

Estalla en la boca de diamantes motocicleta

En ebriedad de sus luciérnagas

Vértigo sí de su liberación

Una bella locura en la vida de la palabra

Una bella locura en la zona del lenguaje

(Vicente Huidobro, canto III, Altazor)

En contraparte, el habla del segundo Darío, como la de Residencia en la tierra, de Neruda, se define por sus matices telúricos y por un mundo terreno e introspectivo:

… la conciencia espantable de

[nuestro humano cieno

y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,

hacia lo inevitable, desconocido…

(Rubén Darío, “Nocturno”)

…me piden lo profético que hay en mí,

[con melancolía,

y un golpe de objetos que llaman

[sin ser respondidos

hay, y un movimiento sin tregua,

[y un nombre confuso.

(Pablo Neruda, “Arte poética”)

HERENCIA DE SÍMBOLOS

No resulta de extrañar que la chilena Gabriela Mistral (1889-1957) llamase al nicaragüense “ídolo de mi generación, el primer poeta de habla castellana” —las cursivas son mías—, ni que los textos de la chilena fuesen publicados en Elegancias (1911-1914), revista dirigida por Darío. Entre ambos poetas existe admiración pero, sobre todo, continuidad: una tarea que pasa de la conquista de la voz a la independencia del habla. Definir como posmodernismo cualquier secuela dariana es una falsa obviedad: tan posmodernistas resultarían el mismo Darío y Mistral como Alfonsina Storni (1892-1938), Juana de Ibarbourou (1892-1979) o los vanguardistas que podemos señalar en nuestra lengua. Baste leer los debuts de Huidobro (Ecos del alma, 1911), Neruda (Crepusculario, 1923) y la propia Mistral (Desolación, 1922), para advertir que el modernismo era ya plantilla retórica o punto cero. Sin embargo, sólo desde esa plataforma Huidobro y Neruda saltarían a sus propias vanguardias.

Después de la muerte del nicaragüense empezaron a circular dos tipos de detractores: por un lado estaban los que, como Enrique González Martínez (1871-1952), piden torcer “el cuello al cisne de engañoso plumaje” y por otro, los que, como José Coronel Urtecho (1906-1994), se jactan de ser “irrespetuoso[s] con los cisnes” de Darío, luego de asesinar sus retratos. Todos ellos quieren matar al padre o, al menos, borrar su imagen, deshacerse de una herencia de símbolos y muletas. La mayoría lo hace entre guiños, juegos y burlas, como Urtecho; los demás, entre ellos González Martínez, llevan a cabo una curiosa operación: veneran al último Darío, al mismo tiempo que sacrifican al primero.

CONTINUAR EL LEGADO

A pesar de lo anterior, es un hecho que también existió una tercera vía: la de Mistral, más ecuménica que la de Urtecho y menos contradictoria que la de González Martínez. La chilena nunca tuvo como propósito negar a Darío; por el contrario, se propuso continuar un legado hecho de indagaciones. Y ella, como la autora inquieta e incómoda que fue, indagó sin descanso. No buscó el hito que inventa sino el mito que crea; no quiso —como señalé antes— la invención de una voz, sino la creación de un habla (en otras palabras, un uso particularísimo de la lengua). El habla, término frecuente en los textos en prosa de Mistral, como una “vuelta a la semilla” poética.

No solo en la escritura, sino también en mi habla,1 dejo por complacencia mucha expresión arcaica, sin poner más condición al arcaísmo que la de que esté vivo y sea llano. […] El campo americano —y en el campo yo me crie— sigue hablando su lengua nueva veteada de ellos [los arcaísmos]. La ciudad, lectora de libros doctos, cree que un tal repertorio arranca en mí de los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca.

(“Nocturno de la derrota”)

Portada de "Desolación Poemas"
Portada de "Desolación Poemas"
Portada "Ternura"
Portada "Ternura"

Antes que un rasgo conservador, aquella “mucha expresión arcaica” une a Mistral con otros dos autores dispares: Michel de Montaigne y Juan Rulfo. Como apunta Juan José Arreola sobre el ensayista francés —aplicable también tanto al narrador mexicano como a la poeta chilena—, su escritura “nos [hace] llegar a las fuentes vivas del idioma, allí donde el genio popular labra expresiones a su imagen y semejanza”. El objetivo es un habla cuyas impurezas otorgan fluidez a la lengua hablada, un continuum donde se mezclan lo pretérito, lo actual y lo venidero.

Aquella lengua bien podrá ser el castellano, pero “mucho de lo español”, según afirma Mistral en su “Colofón…” a Ternura (1945), “ya no sirve en este mundo de gentes, hábitos, pájaros y plantas contrastados con lo peninsular. Todavía somos su clientela en la lengua, pero ya muchos quieren tomar posesión del sobrehaz de la Tierra Nueva. La empresa de inventar será grotesca…”. Si lo fue, quizá se deba al hecho de que ciertas vanguardias quisieron inventar una lengua ya inventada, impuesta colonialmente. A diferencia de la lengua, el habla no es unánime: siempre está por descubrirse de forma parcial. Y descubrir el habla es exponerla —no imponerla.

PAISAJE FEMINIZADO

¿Quién es la hablante en los poemas de Mistral? No se trata exclusivamente de una, sino de muchas hablantes, tantas como sus obsesiones le piden: la gran materia natural y los pequeños materiales humanos, el paisaje bárbaro e inconcebible como el suicidio, la oda a la infancia y la elegía a una maternidad trunca, los caracteres femeninos que conforman una patria. Pero esta última quizá represente la obsesión más resonante de todas. Al respecto, Lila Meruane afirma que “la patria mistraliana […] es un paisaje feminizado”, el cual cambia menos de geografía que de anatomía. Cada mujer ofrece una muestra celular o toma cerrada de Chile: la cordillera, la selva y las islas australes…

¡Cordillera de los Andes,

Madre yacente y Madre que anda,

que de niños nos enloquece

y hace morir cuando nos falta;

que en los metales y el amianto

nos aupaste las entrañas…!

(“Dos himnos”: “Cordillera”)

Ella [la selva], con gestos que vuelan,

se va a sí misma creciendo;

se alza, bracea, se abaja,

echando, oblicuo, el ojeo;

abre apretadas aurículas

y otras hurta, con recelo,

y así va, la Marrullera,

llevándonos magia adentro.

(“Selva austral”)

Todas ellas [las islas] son hermanas,

pero por la niebla vaga

unas parecen figuras;

todas están bautizadas

y como las Gracias, todas

son donosas y alocadas.

(“Islas australes”)

Portada "Lagar"
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Portada "Poema de Chile"
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TIEMPO PSICÓTICO

No conforme con trazar un atlas femenino de la patria, Mistral diseñó un reparto de “Locas mujeres” (tal y como reza el título de una sección de Lagar) en cada uno de sus libros. Estampas de mujeres milenarias y aniñadas, solares y sonámbulas, fieras y vulnerables que entonan un solo y monumental Poema de Chile: un himno en código, disperso, vertiginoso.

Lejos de la confesión —que en poesía despide un tufillo a chantaje emocional—, Mistral cede la palabra, según Meruane, a

las soñadoras, las desaforadas, las errantes y las intrépidas, las fervorosas, las estériles, las quejosas, las que esperan y se celan y abandonan, las desveladas y desoladas, las nostálgicas, las incapaces de olvidar a la madre y a las maestras difuntas. Un coro en el desvarío de lo íntimo.

Desde ese coro, Mistral inauguró un registro excéntrico, fuera de sus cabales, que la poesía chilena adoptó durante la dictadura militar, y cuyas palabras “donosas y alocadas” lograron exhibir un tiempo desgraciado y psicótico. [Ahí están, entre otros, Luis XIV (1982), de Paulo de Jolly (1952-2020); La tirana (1983), de Diego Maquieira (1951); Canto a su amor desaparecido (1985) y La vida nueva (1993), de Raúl Zurita (1950); La bandera de Chile (1991), de Elvira Hernández (1951); Huellas de siglo (1986), de Carmen Berenguer (1946), Lumpérica (1983), primera novela de Diamela Eltit (1949) y La esquina es mi corazón (1995), primer libro de crónicas de Pedro Lemebel (1952-2015). Se trata de hablas delirantes, volátiles, transidas de dolor y deseo, que repiten la palabra “Chile” hasta perder su sentido].

UNA PATRIA VERBAL

“Denme ahora las palabras / que no me dio la nodriza”, pide Gabriela Mistral en “La abandonada”; el lector jamás tiene claro a quiénes dirige su discurso, pero sospecha que se trata de ese conjunto de personajes fuera de la ley y de la lengua. Son familiares, amigas, amantes a las que Mistral cede la palabra y deja oír; maestras, alumnas y colegas a quienes hereda una patria verbal. Y así continúa su ruego:

Las balbucearé demente

de la sílaba a la sílaba:

palabra “expolio”, palabra “nada”

y palabra “postrimería”,

¡aunque se tuerzan en mi boca

como las víboras dormidas!

Al exaltar la insensatez y la fragilidad (el balbuceo “demente”, las palabras torcidas en la boca), la ganadora del Nobel en 1945 se opuso a cantar “por la razón o la fuerza”, según el lema de su escudo nacional. Esa lección de

rebeldía contó con algo mejor que buenos alumnos: tuvo continuadores rebeldes, agitadores sin bandera. ¿Quiénes, si no, tomarían las riendas de la poesía en Chile, de su escuela pública y su sanatorio clandestino?

Texto leído el 12 de septiembre de 2023, en el ciclo “Ni pena ni miedo. Presencia de la literatura chilena”, coordinado por Juan Villoro para la Casa Estudio Cien Años de Soledad (Fundación para las Letras Mexicanas), en conjunto con El Colegio Nacional y la Universidad Veracruzana. El evento se dio en el marco del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile y el 50 aniversario luctuoso de Pablo Neruda.

Nota

1 De nueva cuenta, las cursivas son mías.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

AA.VV., Antología de la poesía latinoamericana de vanguardia (1916-1935), ed. de Mihai Grünfeld, Hiperión, Madrid, 1997.

Arreola, Juan José, Obras, ed. de Saúl Yurkievich, FCE, México, 1995.

Darío, Rubén, Poesía, ed. de Ernesto Mejía Sánchez, FCE, México, 1998.

Huidobro, Vicente, Altazor. Temblor de cielo, ed. de René de Costa, REI, México, 1997.

Mistral, Gabriela, Gabriela Mistral en verso y prosa. Antología, ed. de Cedomil Goic, RAE, Lima, 2010.

_____________________, Las renegadas. Antología, ed. de Lina Meruane, Lumen, Barcelona, 2019.

Neruda, Pablo, Residencia en la tierra, Losada, México, 2000.

Rodríguez Valdés, Gladys, Invitación a Gabriela Mistral (1889-1989), FCE, México, 1990.