Cuando hablamos de sobriedeath

El corrido del eterno retorno

Cuando hablamos de sobriedeath
Cuando hablamos de sobriedeathcibersam.es
Por:

Dejar la drogar es fácil. No requiere un esfuerzo sobrehumano. Pero los adictos tendemos al drama. Y nos encanta tratar de convencernos de lo contrario. De que renunciar a la droga es rifarte un tiro con el más felón del club de la pelea. La verdad es que no tienes que luchar contra nada. Un día despiertas y decides que tiene que parar. Porque tienes la nariz hecha mierda. Porque ya nunca se te para. Por las crisis de ansiedad.

Si cuentas con cocaína de reserva no la botas a la basura. Todavía es útil. La cocaína es como el dinero. Nunca estorba. En este caso te sirve para probarte algo a ti mismo. Que eres capaz de no sucumbir. La pasarás mal por un breve periodo. Cinco o siete días en que tu cuerpo reclama, exige, patalea. Sufres dolores de cabeza. Te tornas irascible. Te dolerán los huesos. Te atacará un hambre incomprensible. Sudarás frío. Hasta que una mañana te levantas y descubres que los achaques han desaparecido. Estás limpio. Acabas de salir del sauna de la desintoxicación. Has cruzado la malilla en la barca de Caronte. Sin haberte anexado. Sin pedirle chichi a nadie. A base de puras agallas. Es entonces cuando sobreviene el auténtico despeñadero.

Cuando has pasado demasiadas horas en modo vuelo lo más complicado es saber qué hacer contigo mismo sobrio. Nada te puede salvar del aburrimiento. Ni el deporte, ni los rompecabezas, ni las clases de cocina. Menos el yoga o la meditación. Porque a ti lo que te excita es drogarte. Y si es con buena merca, mejor. Lo que te prende es zumbarte dos esquinazos groseros a escondidas en el baño del téwibol. Lidiar con el malabar de que no te vean, que no te agarren con el polvo en las chatas y te echen a patadas. Doble rush de adrenalina en las rocas. Nada se compara. Pero antes de que le marques al díler recuerdas que no podías más. Y sales a caminar. Tu intento de hacerte pendejo. Nada fiable, por cierto.

El infierno viene a tu encuentro cuando el fin de semana se acerca. Hace cuánto tiempo que no te quedas un sábado en casa. ¿Cinco años? ¿Diez? ¿Desde los 21? ¿Qué hará Jagger un sábado por la noche? No drogarse. Si él puede, tú puedes. Hay millones de personas que no se drogan los sábados por la noche. No es tan difícil. Pero hay millones que sí. Y tú pertenecías a ese sector. Cómo es que cambiaste de bando. Te convertiste en lo que juraste destruir. Sientes envidia de todos aquellos que no se arruinaron los placeres. Que se metieron una, dos rayas y se fueron a casa. Tú en cambio te metiste un gramo, dos. Y te la seguiste tres días. Fuiste incapaz de dosificarte.

Nada te puede salvar del aburrimiento. Ni el deporte,
ni las clases de cocina 

No estaba en tus planes. No querías hacerlo. Pero es inevitable llegar al punto de la recapitulación. Qué hiciste por la mañana. Preparar un licuado de fresa con leche de almendras y azúcar de coco para tu hija. Después la llevaste a la escuela. Fuiste a nadar. Escribiste cuatro horas. Nunca te has atrasado en la renta. El internet está pagado. Por insólito que parezca llevas una vida ordenada, a pesar de las fiestas de cuatro días que sueles agarrarte. A punto estás de convencerte de que has conseguido el equilibro cuando un grito desesperado brota desde la profundidad cavernosa de tu interior: quiero un pinche pase.

Nada te distrae. Ni la más vacua de las series de televisión. No te puedes concentrar en la lectura. De repente, la puta libido, que había estado dormida por siglos, se despereza y te clava los colmillos. Te pones más caliente que cuando tenías catorce años. Llamas a tu fuck buddy, la amiga que venía a ver Netflix, pero qué crees, tengo novio. Llamas a aquella morra que siempre quiso contigo, pero se mudó de ciudad. Llamas a tu ex. Anda con sus amigas y ni por error va a correr para bajarte la calentura. Te mandan a la chingada. Antes no las necesitabas porque tu única jaina era la cocaína. ¿Pero ahora?

El adicto en proceso de curación tiene que entretenerse en algo. Y aunque es en lo último que debes ocuparte, piensas en tu muerte. El día que te vayas de este mundo no morirás por un problema de salud. Será por drogo. Por la vida que llevaste. No importa que otra persona muera por lo mismo, y más joven, tú siempre cargarás con la deshonra de la droga. Pero en este momento la humillación más grande no es ésa. Es estar jodidamente sobrio.

Una ocasión el escritor Eduardo Lago me contó que dejó de beber una temporada. La razón por la que volvió al alcohol es porque descubrió que no era más feliz sobrio.