Escribir sobre Playboy y su creador tiene un doble grado de dificultad, porque tanto la ficción como el periodismo que se han publicado en sus páginas es de altísima calidad. Pero lo que se ha escrito sobre Hefner y su imperio, a favor y en contra, también es estupendo.
Para Hefner, el contenido literario de la revista era tan importante como las chicas desnudas. Según su biógrafo, Steven Watts, el joven editor le dijo a su equipo: “Las chicas desnudas garantizarán las ventas iniciales, pero la revista también tendrá calidad... Démosle al lector textos reimpresos de autores muy renombrados, lo mejor de los artistas plásticos locales, tiras cómicas, humor, tal vez algunas páginas a color para darle un toque de clase a la revista... Más tarde, con dinero en el banco, incrementaremos la calidad”.
PLUMAS DEL SIGLO XX
El contenido literario de los primeros tres números de Playboy consistía en relatos de autores como Sir Arthur Conan Doyle, que eran del dominio público y podían publicarse gratis. En 1954, un lector llamado Ray Russell le escribió a Hefner para decirle que le gustaba su revista y preguntarle, irónicamente, por qué no publicaba textos del siglo en que vivía. Hefner citó a Russell y lo contrató como editor literario de la publicación. El resultado inmediato fue que, en las ediciones de marzo, abril y mayo de 1954 apareció, publicada por entregas, la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury. “Se la vendí a Hef por 400 dólares. Una ganga”, declaró Bradbury muchos años después.
Hay que aclarar que la novela ya se había publicado, seis meses antes, en Balantine Books, pero había pasado totalmente desapercibida. La inteligencia de Bradbury y de su casa editorial, al permitir que se republicara en Playboy, hicieron que Farenheit 451 se convirtiera en un clásico de la ciencia ficción.
El hecho de que esa novela haya sido el primer acierto literario de Playboy resulta escalofriante por dos razones. Para explicar la primera, vayamos a un puente sobre el río Chicago en 1953. Ahí, un joven de 26 años se pregunta: “¿Esto es todo lo que hay?”. El joven Hugh tiene un buen departamento, un trabajo con el que le alcanza para mantener a su esposa y a su hija recién nacida. Es decir: tiene todo, pero no tiene nada. Después de ganar la Segunda Guerra Mundial, la bonanza económica convirtió a los Estados Unidos en una sociedad de consumo y conformismo. La felicidad parecía consistir en casarse, tener hijos y vivir en una casa de cerca blanca y césped verde, retacada de electrodomésticos. Muchos norteamericanos compraron la idea, pero Hugh Hefner no era uno de ellos.
En Farenheit 451, Ray Bradbury describe un Estados Unidos del futuro, donde los bomberos se dedican a quemar libros que el Estado considera inapropiados. El héroe de la novela es Guy Montag, un bombero que está feliz con su trabajo de pirómano asalariado. Una tarde, al llegar a su vecindario, Montag conoce a una adolescente encantadora, Clarisse, cuyas ideas lo hacen cuestionarse si su felicidad es real. Al llegar a casa, Montag descubre que su esposa, Mildred, está inconsciente por una sobredosis de somníferos. Dos paramédicos la atienden de mala gana, pero sobrevive. Montag sale a tomar aire y escucha a Clarisse y su familia hablar de los tiempos de felicidad iletrada en que viven.
Poco después, en una quema de libros donde una anciana prefiere consumirse en llamas que perder su biblioteca, Montag se roba un libro. Sospechosamente, su jefe va a verlo a casa y le cuenta por qué los libros son peligrosos y, al mismo tiempo, irrelevantes. Cómo hubo que cortarlos y alterar su contenido para que la gente con muy poca capacidad de atención pudiera leerlos. Además de que las nuevas tecnologías terminaron por volverlos obsoletos. Entre los nuevos electrodomésticos futuristas destaca la parlor wall, una pantalla gigante que cubre todos los muros de la sala. Mildred está tan abstraída en su parlor wall, que no es capaz de responder a las preguntas de su marido, ni siquiera cuando Clarisse desaparece.
Es obvio que, cuando un autor de ciencia ficción habla del futuro, está hablando del presente. Y cuando se trata de un genio, como Bradbury, ese futuro se vuelve presente cada vez que alguien lo lee. El tema de Farenheit 451 es uno de los más relevantes de nuestro tiempo: nada menos que la libertad de expresión.
Afirmar que Hugh Hefner es un héroe de la libertad de expresión me parece insólito, pero cierto. Es un héroe como Guy Montag, de Fahrenheit 451 .
COMO GUY MONTAG
Para no herir sensibilidades, en 2011 apareció una edición de Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, en la que el personaje nigger Jim (negro Jim), se llama slave Jim (esclavo Jim). Hace poco apareció una versión de El principito para niñas: La princesita. El 9 de diciembre del año pasado, se realizó una quema de libros en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hoy por hoy, quien se ofende tiene razón, y una acusación sin fundamentos en las redes sociales siempre es cierta. Vivimos y morimos en el mundo de Farenheit 451.
Cuando Bradbury lo escribió, evidentemente estaba criticando a la sociedad conformista y consumista de su tiempo, que no hizo nada por detener al senador Joseph McCarthy en su persecución de intelectuales acusados de comunismo. El héroe de su novela no parece héroe al principio, pero las circunstancias lo obligan a tomar conciencia y hacer lo correcto.
Afirmar que Hugh Hefner es un héroe de la libertad de expresión me parece insólito, pero cierto. Es un héroe como Guy Montag. Si la felicidad del bombero ficticio hubiera sido real, las palabras de Clarisse no le hubieran calado tan hondo. Y un libro no lo habría llevado a cambiar su destino.
Los nazis no eran idiotas: los libros son, en efecto, muy peligrosos. Si Hefner no hubiera leído Comportamiento sexual del hombre, del visionario Alfred Kinsey, habría pensado en su insatisfacción en ese terreno como algo normal. Pero el “Reporte Kinsey” reveló que las prácticas sexuales de los norteamericanos estaban muy alejadas de sus dichos y, peor aún, de sus leyes. La práctica del coito anal era ilegal en casi todos los estados de la Unión, así como el sexo oral y, por supuesto, la homosexualidad. “Las leyes y las normas morales existen para el bienestar de la gente. Excepto en lo que concierne a la sexualidad. Esto debe cambiar”, dijo Hefner años después, cuando Playboy ya era la publicación más influyente de Estados Unidos.
OBSCENIDAD Y MÁS OBSCENIDAD
En 1953, poco antes de aquel día en el puente, Kinsey publicó Comportamiento sexual de la mujer. La mitad del país quería matarlo. Para el propio Hefner, el “Segundo Reporte Kinsey” fue un vaso de agua helada. Era evidente que su esposa tampoco estaba satisfecha. Perdieron la virginidad juntos, pero cada vez sentían menos pasión.
Por cierto, ella se llamaba Mildred, como la esposa del incendiario Montag. El homólogo de Montag en la vida real comenzó su defensa por la libertad de expresión cuando el Servicio Postal de Estados Unidos se negó a darle servicio de correo de segunda clase, que es el que usan todas las revistas para que su envío no cueste un ojo de la cara. El Servicio Postal argumentó que no enviaría la revista porque era obscena. Playboy ganó esa batalla. La siguiente vino en junio de 1963. Unos policías llegaron a la primera Mansión Playboy (un edificio en la zona más lujosa de Chicago) y arrestaron a Hefner por obscenidad.
La obscenidad estaba en unas fotos de Jayne Mansfield, que eran escenas exclusivas de su nueva película. Durante un sexenio, Mansfield había engalanado las páginas de la revista una vez al año. En esta ocasión, las fotos eran obscenas porque “en algunas hay un hombre vestido con ella, semidesnuda”. Los demás argumentos eran igual de endebles.
Dato curioso: en 1949, una rubia llamada Norma Jean Baker posó con los senos al aire, frente a un telón de terciopelo rojo. En 1953, cuando Norma Jean ya era Marilyn Monroe, Hugh Hefner estaba buscando a la modelo perfecta para aparecer en el primer número de Playboy. Entonces leyó en el periódico que aquellas fotos legendarias, que casi nadie había visto, ahora pertenecían a una agencia de Illinois, a dos horas de Chicago.
Según la docuserie Playboy Americano, Hefner llegó a la agencia con todo el dinero que poseía: mil dólares. Muy poco, pero había que intentarlo. El dueño de las fotos le dijo que la gente había pagado mucho por verlas.
Sólo por verlas. “¿Cuánto me costaría comprar una para publicarla?”, preguntó Hefner. El dueño replicó, saboreando las palabras: “Seiscientos dólares” y luego sonrió con malicia ante la cara de sorpresa de su potencial cliente. “Es mucho dinero... ¿Me aceptaría quinientos?”.
Por quinientos dólares, una foto sublime de Marilyn Monroe convirtió a Hugh Hefner en el editor más rico del mundo. Diez años después, unas fotos corrientonas de Jayne Mansfield, la competencia directa de Monroe en el cine, casi lo llevan a la cárcel. Pero el jurado no estuvo de acuerdo nunca. Siete votaron culpable y cinco, inocente. El juicio se anuló y Hefner salió libre. Pero el golpe más bajo llegaría poco después.
ALGO ESTABA HACIENDO BIEN
Al principio de este artículo dije que no sólo lo que se publicaba en Playboy tenía gran calidad, sino también algunos textos acerca de la revista. Un mezcla perfecta de instinto periodístico, audacia y talento, llevaron a la bellísima feminista Gloria Steinem a usar un nombre falso para trabajar durante varias semanas, clandestinamente, como conejita en el Club Playboy de Nueva York. El resultado es una crónica extraordinaria, llamada “I Was a Playboy Bunny”, que se publicó en dos números de la revista Show.
Cuando Hefner y su equipo decidieron abrir los clubes Playboy, bá-
sicamente inventaron la Disneylandia para adultos. Cuando un niño no sabe que Disneylandia no es más que un parque de diversiones glorificado, se imagina un lugar mágico donde todo puede suceder. Luego resulta que la mitad del tiempo hay que hacer fila y la otra mitad hay que marearse y vomitar. Supongo que lo mismo les pasó a muchos adultos cuando llegaron por primera vez a un Club Playboy. Sí, las conejitas estaban ahí, pero no podían tocarlas. Eran amables, pero tan inalcanzables como en la revista. Un niño de diez años se habría dado cuenta, en un segundo, de que el Club Playboy no era más que un restaurante bar glorificado. Pero un niño de diez años es mucho más racional que un cuarentón o cincuentón caliente.
La crónica de Gloria Steinem relata la ausencia absoluta de glamour tras bambalinas. Lo mucho que las conejitas trabajaban y lo poco que ganaban, enfundadas en esos uniformes que, para los hombres, son un sueño, pero para ellas eran corsés asfixiantes y zapatos de 7.5 centímetros de tacón. Meseras glorificadas y malpagadas, para acabar pronto.
¿En qué año publicó Gloria Steinem su artículo? En 1963, el mismo año del juicio por obscenidad de las fotos de Jayne Mansfield. Hugh Hefner logró ser odiado por la derecha persignada y por la izquierda militante. Algo estaba haciendo bien.
Si lo que dice Steinem es cierto, entonces Hefner es un explotador. Pero los clubes eran manejados directamente por su socio Victor Lownes, así que le concedo el beneficio de la duda. E incluso si era un capitalista explotador, sostengo que es un héroe de la libertad de expresión. En la televisión lo demostró con sus programas Playboy Penthouse y Playboy After Dark (Playboy después del anochecer). En el primero, que estuvo al aire de 1959 a 1961, Hefner fungía como anfitrión y le daba la bienvenida a la cámara, es decir, a quien lo estuviera viendo. La escenografía era un departamento lujoso y los invitados eran bellos y famosos o las dos cosas.
Era un buen programa, pero fue visionario por atreverse a mezclar invitados negros conviviendo con blancos. Los capítulos pueden verse por internet. No deja de ser impactante y conmovedora la llegada de Nat King Cole en un episodio, vestido como príncipe, colgando su abrigo y su bufanda, saludando de beso a una conejita rubia. En otro capítulo, Hef está entusiasmadísimo de tener a Ella Fitzgerald entre sus invitados y le pide, le implora que cante. Por ahí anda Lenny Bruce, a quien Hefner sacó de la cárcel varias veces. ¿El cargo? Obscenidad, por supuesto.
La revista envió a Norman Mailer a Zaire, para que escribiera sobre la contienda de Muhammad Ali contra George Foreman. El resultado fue The Fight (EL COMBATE), una de las mejores crónicas deportivas de todos los tiempos .
DEFENDER LO IMPOPULAR
En la revista, la primera “Playboy Interview” la hizo Alex Haley —quien años después escribiría la gran novela Roots (Raíces). Su entrevistado fue Miles Davis, quien habló más sobre la dificultad de ser un hombre de raza negra que de música. La entrevista es un ejemplo de algo que suele decir Rafael Pérez Gay: cuando algo está bien escrito, “se borran las fronteras entre la literatura y el periodismo”. Otra entrevista memorable, ejemplo de la libertad de expresión, fue al líder negro radical Malcom X, quien declaró: “Todos los blancos nacen siendo demonios, es su naturaleza” y “Jesucristo era negro”. Evidentemente, Hugh Hefner no estaba de acuerdo con el activista (al menos no en la primera declaración). Pero lo dejó expresarse libremente porque “son las ideas impopulares las que hay que proteger. Las ideas de las minorías. Las ideas populares se protegen a sí mismas”.
El año 1975 fue clave para Hefner. No volvería a ser el mismo. Pasaron tres cosas: se enamoró “por primera vez”, en sus propias palabras, de una chica llamada Barbi Benton. En un episodio de Playboy After Dark, el Señor Playboy se ve dispuesto a dejar la poligamia por ella. La segunda cosa fue un gran logro editorial. La revista envió a Norman Mailer a Zaire, para que escribiera un reportaje sobre la contienda de Muhammad Ali contra George Foreman. El resultado fue The Fight (El combate), una de las mejores crónicas deportivas de todos los tiempos y, sin duda, el libro clave del boxeo.
La tercera cosa que le pasó a Hefner en 1975 fue criminal. El FBI lo había estado cazando durante años. Dicen que había un agente que debía leer Playboy de cabo a rabo y reportar cualquier detalle sospechoso. Nunca encontraron nada. Pero la asistente de Hefner, una mujer inteligente y con mucho carácter, llamada Bobbie Arnstein, se fue de vacaciones a Miami con el típico novio que no le cae bien a nadie. Una vez ahí, el tipo compró cocaína mientras Bobbie estaba comprando bloqueador solar. Meses después, Bobbie fue acusada de narcotráfico. Las autoridades le dijeron claramente que iban sobre Hefner. Que sólo bastaba con que ella dijera que él era el verdadero narco y saldría libre. Esa noche, Bobbie se hospedó en la habitación de un hotel de segunda y se quitó la vida.
Ver a Hefner hablar con la prensa dos días después es tremendo. No para de llorar; ni los lentes oscuros ni el fleco ocultan los lagrimones corriendo por su rostro afiladísimo. Al llegar a su casa después del sepelio, tomó una decisión: “No más Chicago, aquí sólo hay dolor”. Barbi Benton apareció de milagro y ese amor le salvó la vida. Ella encontró la casa que se convertiría en la Mansión Playboy West, que vimos en Había una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino.
¿MISÓGINO?
Después de leer esto, muchos seguirán pensando que Hugh Hefner fue un misógino. Yo creo lo contrario. Veo en las playmates a mujeres que disfrutan y presumen su belleza, pero ésa es una impresión subjetiva. Lo que sí es cierto es lo siguiente. Lo declaró Keith Hefner, el hermano de Hugh, al ya mencionado biógrafo Steven Watts:
Una vez, en una estación de tren, algún pasajero nos dijo que evitáramos el puesto de jugos porque una persona negra estaba exprimiendo las naranjas. De inmediato, mamá nos dijo a Hugh y a mí: “Algunas personas creen que la gente negra es diferente a nosotros, que no son tan limpios y otras cosas. Y eso no es cierto”.
¿Puede un misógino salir de una madre así?