El hombre del norte, de Robert Eggers

Filo luminoso

El hombre del norte
El hombre del norte Fuente: cinemascomics.com

En sus anteriores largometrajes Robert Eggers ha explorado los efectos del aislamiento y las fuerzas enloquecedoras de opresión que se manifiestan bajo rígidas estructuras machistas y autoritarias, ya sea en la pesadilla religiosa de deseo y transgresión en la Nueva Inglaterra del siglo XVII en la cinta La Bruja (2015) o en la relación de poder entre cuidadores de El faro (2019), en la costa de la misma región, a finales del XIX. En su tercera película, Eggers retoma con mucho mayor presupuesto y ambición una vieja historia escandinava de venganza, honor y violencia extrema que también es una pieza de época compulsivamente precisa y detallada en términos históricos. Una vez más, el eje narrativo es la obsesión del honor y la masculinidad tóxica.

El hombre del norte se inspira en una leyenda que recogió Saxo Grammaticus en su Gesta danorum o Historia danesa (1208-1218), aparentemente influenciado por varios mitos y recuentos de venganzas que se remontan a la historia egipcia del asesinato de Osiris por su hermano Set, quien es vengado por su hijo Horus. Saxo influyó en Shakespeare para escribir la historia de un príncipe danés que cobra venganza del asesinato de su padre, en Hamlet.

A los diez años, el príncipe Amleth (Oscar Novak) recibe con entusiasmo a su padre, el rey Aurvandil, el cuervo de la guerra (Ethan Hawke), al regreso de otra batalla. Padre e hijo llevan a cabo un estrambótico ritual de iniciación para el heredero al trono, dirigido por el bufón y chamán Heimir (Willem Dafoe), en el que aúllan, comen como perros y el niño jura vengar a su padre si es asesinado. En una alucinación Amleth se ve a sí mismo como una rama en un inmenso y macabro árbol de cadáveres de una larga dinastía de reyes guerreros.

La cinta entreteje visiones de valkirias cabalgando por los aires con imágenes de cuerpos mutilados que representan
a un centauro

A LA MAÑANA SIGUIENTE Amleth es testigo del asesinato de su padre a manos de su tío, Fjölnir (Claes Bang) y sus hombres, del secuestro de su madre, la reina Gudrún (Nicole Kidman), de su toma del poder del reino de Hrafnsey y de la orden de asesinarlo a él mismo. El niño logra escapar en un bote mientras repite el mantra que dará sentido a su vida: “Te vengaré, padre. Te salvaré, madre. Te mataré, Fjölnir”. Amleth es recogido por una banda de vikingos con quienes se convierte en una mole de músculos y furia (Alexander Skarsgård, quien es productor y uno de los responsables del filme), un guerrero berseker nórdico (un invasor feroz, poseído por una especie de trance, frenesí animal y furia ciega que lo lleva a la destrucción, el saqueo y el genocidio). El protagonista no aparece violando ni asesinando aldeanos desarmados, sin embargo es indiferente a que los pobladores considerados inservibles como mercancía sean incinerados vivos en un granero.

Resulta difícil sentir simpatía por un personaje inmoral, desapegado y cruel, cuyo universo se reduce a su deseo de venganza. Tras tomar una aldea fortificada Amleth encuentra a una vidente (Björk), quien le dice la forma que tomará su venganza. Poco después, cuando se distribuye el botín de la guerra, especialmente los esclavos, Amleth descubre que su tío perdió su imperio y vive en una granja rústica en Islandia. Sin pensarlo, se marca a fuego como los esclavos recién capturados y se hace pasar por uno de los que serán enviados para su venta a Fjölnir. En la barca que lo lleva a su destino conoce y se enamora de la bruja Olga del bosque de los abedules (Anya Taylor-Joy), quien será fundamental para su venganza, además de preservar su linaje y herencia: “Tu fuerza rompe los huesos de los hombres, yo tengo la astucia para romper sus mentes”.

Olga y Gudrún son mujeres fuertes que logran maniobrar y valerse de su poder e independencia en un mundo donde la mujer es reducida a ser una propiedad, con lo que imprimen un elemento feminista a la historia. De hecho, el giro narrativo de Gudrún elimina cualquier ilusión de justicia y legitimidad en la causa de Amleth. La trama de la cinta tiene puntos de coincidencia con Hamlet pero destacan las diferencias, especialmente que el protagonista no tiene aquí las ambigüedades filosóficas ni la angustia moral del personaje de Shakespeare. Mientras Hamlet es una figura melancólica que finge locura y emplea su ingenio para no ser asesinado, Amleth no tiene dudas y se vale de su fuerza desmedida para convertirse en un ser tan ruin como su odiado tío. Los dos hombres han interiorizado ideales caballerescos de heroísmo y de protección a la mujer, por los que están dispuestos a cometer cualquier crimen. La cinta de Eggers evoca a Shakespeare al mostrar la cabeza cortada de Heimir, como recordatorio de la escena del cráneo en el monólogo de Hamlet: “Ser o no ser...”; asimismo, hay una obvia referencia a la presunta relación edípica de Hamlet con su madre.

La épica que adaptaron Eggers y el novelista, poeta y guionista islandés Sjón (Lamb, Valdimar Jóhannsson, 2020) se nutre de historia, cultura, poemas, sagas y antropología. La escrupulosa puesta en escena comienza en el año 895 d. C. en Noruega, se extiende por la tierra eslava de los rus y llega a Islandia, en la víspera de la fundación del parlamento, en el 930 d. C.

EL GRAN ACIERTO DE EGGERS, como en sus cintas anteriores, es la fusión de lo mágico con lo cotidiano, así como de lo auténtico con lo alucinatorio. Sus tres películas suceden en circunstancias donde lo sobrenatural parece al alcance de la mano, donde tradiciones y superstición amenazan materializarse; el ejemplo más ominoso es el volcán con ríos y lagos de lava que se presenta como el Valhala. De acuerdo con el propio Eggers, su cinta es una mezcla entre Andrei Rublev (Andrei Tarkovsky, 1973) y Conan, el Bárbaro (John Milius, 1982), una fusión de cine de arte con entretenimiento estrepitoso pop.

Este filme no aparece en un vacío sino justo en los talones de El caballero verde (David Lowery, 2021) y El último duelo (Ridley Scott, 2021), que han venido a cambiar nuestra percepción fílmica del pasado medieval, de los ideales del orgullo y el peso de los rituales. El otro antecedente memorable es la inquietante aventura escandinava minimalista, Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009). El hombre del norte entreteje visiones fabulosas de valkirias cabalgando por los aires con imágenes grotescas de cuerpos mutilados que representan a un centauro. Eggers cuenta con la majestuosa fotografía de Jarin Blaschke, la edición de Louise Ford y una pista sonora escalofriante de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, ejecutada con instrumentos de la época. No obstante, la cinta adquiere sórdidas resonancias en este momento, por la guerra en la actual tierra de los rus. La destrucción de la aldea eslava no puede verse sin pensar en Ucrania. Así, en estos tiempos de proliferación de movimientos neonazis que gustan de apropiarse de la imaginería nórdica en busca de una identidad, este filme puede ser interpretado por ellos como una validación de sus delirios sanguinarios y supremacistas blancos.

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