House of Vans

La canción #6

House of Vans.
House of Vans. digger.mx

Era sábado en la tarde y yo sólo quería descansar. Entonces llamó Liz para invitarme a Boris, el trío japonés de heavy experimental en House of Vans. Dije que no, estaba muerto y prefería el plan original de relajarnos. La de relaciones públicas la anotó en la lista de medios, va a estar chingón, insistió. No. Es un error escuchar a un grupo ahí, tienen la peor acústica de la ciudad y dan trato policial, nos consta. Mi mente intervino: ¿qué te está pasando?, ¿cuándo te has negado a un concierto por estar cansado? Liz nos confirmó en la lista por si cambiaba de opinión, lo cual sucedió en un clic. Mi mente: levántate y anda. Liz: nos vemos a las ocho afuera de House of Vans. Volví a fallarme: regresé a este lugar. Agarré un par de gomitas mágicas y me subí a un taxi que atravesó, estoico, una tormenta eléctrica.

Liz estaba en la fila de invitados y medios, todos con paraguas porque la lluvia caía duro. Unas chicas con chaleco fosfo del staff  te pedían que mostraras el INE, el certificado de vacunación y que firmaras una carta que exentaba a HOV de cualquier responsabilidad en caso de que sucediera algo. En seguida, un cateo profundo por cortesía de los simios de inseguridad, encapuchados que te hacían sacar todo de las bolsas del pantalón y la chamarra. Ahí nos dieron baje con los paraguas y los artículos personales de las mujeres, en vez de tener un sitio para guardarlos. Imaginé la guerra sangrienta de paraguas. A Liz le vaciaron la bolsa porque “eso no pasa” y todo se lo quedaron en unas bolsas de plástico que llenaban con lo ajeno. Antes de pasar, otras chicas de relaciones públicas con tabletas y celulares verificaron nuestros nombres. Pero no estábamos anotados. Cada vez que sucede esto recuerdo “Defamation Innuendo” de los Circle Jerks. Liz trató de comunicarse con la de RP que la había invitado, nada. No íbamos a entrar, por eso traté de recuperar el paraguas, pero un simio de inseguridad empezó a chillar que lo soltara. Es nuestro y ya nos vamos, dije. Pero volvió a chillar y amagó con obligarme. Tomé a Liz de la mano y salimos a la calle. Nos fuimos caminando bajo la lluvia, sólo faltó el piano triste siguiendo nuestros pasos.

Nos fuimos bajo la lluvia, sólo faltó el piano triste siguiendo nuestros pasos

Caminamos empapados hasta una farmacia donde pedimos un Cabify que nos cobró cuatrocientos pesos por la lluvia/demanda. Ni las gomitas mágicas me salvaron del mal rato. Yo sólo quería descansar y ver Netflix en mi cama, carajo. Cuarenta minutos después, la de relaciones públicas le llamó a Liz: que ya podíamos pasar. No es la mentalidad enana de HOV, sino yo por ir. Regresé prometiéndome, otra vez, no volver a poner un tenis ahí.

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