El humus de la experiencia

En una singular convergencia con los 500 años de la caída de Tenochtitlán, este ensayo del escritor inglés D. H. Lawrence —recuperado por Antonio Saborit— aborda desde una óptica desafiante el dilema cultural de América frente a la civilización europea de su tiempo. En lugar de asumir el fardo de una tradición más o menos petrificada, propone a los habitantes del nuevo continente un regreso a sus raíces, a la comprensión del mundo —de acuerdo con Mary Austin— que interrumpió la llegada de los colonizadores europeos.

D. H. Lawrence (1885-1930).
D. H. Lawrence (1885-1930). Foto: Fuente: fictionistic.com

“América, escucha a los tuyos” fue uno de los artículos centrales en la entrega del 13 de diciembre de 1920 de la revista The New Republic. D. H. Lawrence tenía treinta y cinco años cumplidos, y a pesar de ser el novelista de Hijos y amantes (Sons and Lovers) y El arcoíris (The Rainbow), no era menor la atención que recibía el poeta de ¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí (Look! We Have Come Through!) y Nuevos poemas (New Poems).

“Lawrence pertenece desde luego al ala psicológica de la poesía moderna”, escribió un muy joven Conrad Aiken en The Dial, otra de las revistas serias de Nueva York, el 6 de agosto de 1919:

Si bien lo conocimos primero como imaginista —señala—, más bien está con T. S. Eliot, o [Edgar Lee] Masters, o con el mucho más amable [Edwin Arlington] Robinson, todos los cuales en cierto sentido descienden del [George] Meredith de El amor moderno (Modern Love). Aunque no se parece mucho a éstos. La gama de Lawrence es muy corta: casi siempre es erótica, febril y sofocante en su peor momento, tristemente filosófica en el mejor. Esta gama, dentro de sus límites, es asombrosamente diversa. No hay atmósfera por ligera que sea que pase por sus anteojos de miope y deje pasar de largo. Aquí, de hecho, tocamos la debilidad central de Lawrence, pues si como novelista con frecuencia escribe como poeta, como poeta son más las veces que escribe como novelista. Se nota que Lawrence sabe esto; al lector de ¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí le pide que no lo tome como un conjunto de poemas breves, sino como una especie de novela en verso. No habría hecho falta un reorganización profunda para hacer lo mismo con Nuevos poemas o amores (New Poems or Amores), aunque tal vez no tan contundentemente. Más que la mayoría de los poetas, ha hecho de su poesía una autobiografía secuencial, si bien desarticulada. Y más que casi cualquier otro poeta que se compare con la riqueza del temperamento de Lawrence, no lo hace de manera selectiva, ni en el material ni en el método.

The New Republic consideró que “América, escucha a los tuyos” no debía salir así nada más —a fin de cuentas ni la Casa Blanca merecía calificar como lo más venerable de la cultura de Estados Unidos ni el pintor James McNeill Whistler aparecer como un pintor primitivo—, por lo que sus editores solicitaron una réplica a Walter Lippmann, colaborador del semanario.

Desconcierta el vigor ensayístico de Lawrence, su ingobernable inclín por la prédica, el sarcasmo y los giros muchas veces imprevistos de una exposición cuidadosamente suelta. Así que Lippmann se quedó con el matamoscas en la mano. Ignoro la reacción que pudo tener ante “América, escucha a los tuyos”, otro de los asiduos y atentos lectores de Lawrence, Louis Untermayer. O bien el ya citado Aiken. Pero encuentro que en Mary Austin este Lawrence dio con su mejor lectora.

Desconcierta el vigor ensayístico de Lawrence, su ingobernable inclín por la prédica, el sarcasmo y los giros de una exposición cuidadosamente suelta

AUSTIN PERCIBIÓ antes que nada la naturaleza epistolar de los párrafos que Lawrence confió a The New Republic. Esto se lee en la recensión que en julio de 1921 dedicó en The Dial a la reedición de dos títulos de Frank Hamilton Cushing: Zuñi Folk Tales y Outlines of the Zuñi Creation Myth. Austin asimismo entendió que en “América, escucha a los tuyos” Lawrence se dirigía principalmente a los artistas, tanto a los nacidos en Estados Unidos —cuyo gobierno decretó a la vuelta del siglo XX apropiarse del gentilicio americanos— como a aquellos que soltaron su primer llanto en alguna otra parte de América, y reconocía que a ellos, y a nadie más, competía la realización de esta tarea: “completar el patrón de vida interrumpido en el Nuevo Mundo por la conquista europea y la búsqueda de fuentes de inspiración nativas en la poesía y el teatro y el dibujo del arte amerindio”, escribió Austin. A lo que añadió que Lawrence “no había dicho nada que los artistas occidentales no hubieran ya dicho de una u otra manera”. A los ojos de Austin muchos de estos creadores habían experimentado la

... necesidad de nutrir su producto propio por medio del humus de la experiencia humana que depositaron sobre la tierra los primeros americanos. Han visto que es inevitable que las sagas de esa cultura menos sofisticada asuma en nuestras propias letras el lugar que ocupan en la literatura de Europa los cantos de los reyes irlandeses y los skalds escandinavos.

Austin sabía muy bien a qué se refería al afirmar lo anterior, mientras que en el caso del Lawrence publicado por The New Republic ni siquiera aparecía aun como posibilidad visitar el suroeste de Estados Unidos. Menos, mucho menos, sus mañanitas mexicanas, ni el extraordinario delirio de su novela La serpiente emplumada.

En Taos, Nuevo México, la propia Austin vio muy pocos años después a Lawrence, quien gozó de la hospitalidad de Mabel Dodge, como Robert Edmund Jones, Robinson Jeffers, Georgia O'Keeffe, Agnes Pelto y Carlos Chávez. “Para esa época —escribió Austin en Earth Horizon— habíamos llegado a una comprensión general del significado y del valor del arte indígena”,

... que tenía que ver por completo con el principio de la unidad consciente en todas las cosas, el gesto de una belleza rítmica para interpretar el significado de las cosas comunes, la preparación de la tierra y el riego y la plantación del maíz, las delicadas moralejas de la naturaleza.

Mary Austin prefirió observar a Lawrence que cruzar palabra con él cuando lo tuvo cerca, no obstante el interés de ambos en la singular riqueza cultural del subsuelo americano.

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