Figura central del infamado siglo XX, pocos artistas han sido tan decisivos en la concepción del mundo por venir, ese azar calculado, como el estadunidense John Cage (1912-1992).
Su sensibilidad fuera de serie vaticinó la importancia central de educarnos más en la capacidad de maravillarnos frente al mundo que en la producción y el consumo de información, dejando de lado (o más bien, entre paréntesis) nuestra vocación por el ruido, a fin de reconocer el reflejo de la conciencia de todo lo que existe, cuya encarnación más nítida se manifiesta en el silencio.
COMPOSITOR, ESCRITOR, PERFORMER, inventor, crítico y filósofo, la cercanía del californiano con el budismo zen, así como con las enseñanzas de la filosofía india, incubaron una conciencia sofisticada, sensible, diáfana y poderosa, cuyas vibraciones aún siguen operando sobre distintas esferas de la creación humana, en varias disciplinas. Fue capaz de encontrar en la compleja vastedad de la experiencia sonora algunos de sus frutos más fecundos, expandiendo la conciencia de la especie sobre la representación y exploración del mundo sensible.
Por ello, compilar su correspondencia en la cuidada edición de Caja Negra —Escribir en el agua, con una traducción erudita y un prólogo sesudo que escribió el poeta argentino Gerardo Jorge— permite conocer los entretelones de uno de los protagonistas excéntricos del siglo XX. Cage fue un artista proteico cuyas innovaciones radicales siguen afectando segmentos muy específicos de la creación contemporánea y que, en palabras del traductor, apuntalan los afanes de Cage “ponderando la disolución del ego, la suspensión del control sobre la materia sonora, la inmersión total en el sonido y en el espacio, la utopía de hacer caer todas las distinciones entre el arte y la vida”.
El dictum encuentra su correlato en la imagen de una mano que acerca una caracola a la oreja para escuchar el sonido del mar, sólo para descubrir que el sonido que se escucha es el rumor propio de la sangre (o para decirlo en sus palabras, que condensan acaso toda una poética: “¿Qué es más musical: un camión pasando frente a una fábrica o un camión pasando frente a una escuela musical?”).
BIOGRAFÍA FRAGMENTARIA de una sensibilidad en movimiento, destaca tanto su fascinación por estudiar con el compositor y teórico musical austriaco Arnold Schöenberg como su correspondencia con Pierre Boulez, David Tudor, Morton Feldman, Peggy Glanville-Hicks, Karlheinz Stockhausen, Henri Michaux, Joan Miró, Octavio Paz, Charles Olson, e. e. cummings, Marshall McLuhan y Merce Cunningham, quien sería a la postre su compañero de vida. Empero, al margen del name dropping tan del gusto de incontables melómanos, lo de veras valioso son algunas de las consideraciones de Cage, tan sugestivas como lúcidas. Aquí, una muestra:
... Necesitamos un nuevo lenguaje que pueda ser experimentado por todos los seres humanos en forma inmediata y que al mismo tiempo otorgue a los animales, a las plantas, al aire, al agua y a la tierra un lugar equivalente en la creación. Los ideogramas chinos lo hacían, antiguamente. Necesitamos ideogramas que hagan eso ahora.
Es sabido que pocos temperamentos suelen ser más elocuentes que los abocados a la exploración del silencio. Sin embargo, en el caso de Cage queda claro que la suya es una pregunta por la posibilidad del sentido:
Con respecto a la sintaxis, tengo una posición tomada: del mismo modo que con el gobierno, creo que necesitamos liberarnos de ella. Es necesario que las palabras (ideas) floten y adquieran relaciones particulares entre sí sólo en las mentes individuales y de manera momentánea (como el juego de la luz del sol a través de los árboles). Una sintaxis fija implica una mentalidad monárquica. Eliminemos la sintaxis.
Lúcido, conoce perfectamente su oficio, como cuando le señala al director y productor de cine británico Peter Yates:
... Sé bastante sobre Satie... y tu información sobre él no es precisa... No mencionas la mayoría de sus obras más importantes y no le das de ningún modo la importancia que tiene, la cual, creo yo, es la de haber estructurado su música de forma consistente usando como patrón los periodos de tiempo en lugar de las relaciones armónicas. No tengo dudas de que Satie era consciente de lo que estaba haciendo, pero no sé si comprendía su importancia real, que es real: una liberación del yugo de Beethoven, mucho más real que la propuesta por Schöenberg con el dodecafonismo.
Teórico rebelde, sus juicios son la piedra de toque que anuncia nuestra pluralidad sensible del presente, como lo señala en esta carta dirigida a Patricia Coffin, directora de la revista Look, en 1967:
Mi impresión es que el lugar de los Beatles se encuentra más en el campo de la revolución que en el de la música seria. En este sentido, pienso que los músicos serios harían bien en seguir su ejemplo. Es decir, seamos serios o populares, creo que hoy nuestra verdadera ocupación, si amamos a la humanidad y al mundo que habitamos, es la revolución.
Inconforme sistemático, John Cage sigue encarnando hoy la figura de un sensei que en lugar de katana nos lega un piano preparado, desde el que es posible atisbar el mensaje que ya anunciaba en su mítica pieza 4’ 33’’: La belleza imperturbable —conspicua y aterradora— se manifiesta en el silencio.