Manuel José Othón

Invocador de brujas y nahuales

Un narrador del siglo XIX mexicano, Manuel José Othón, acaba de ser reeditado en nuestro país. En los relatos que comprende el volumen Cuentos de espantos (Ediciones Odradek, 2022) echa mano de atmósferas tocadas por lo siniestro, para reflejar la realidad de un país inasible, afectado por guerras intestinas. El también poeta no se frena para impregnar cada página de la elocuencia sonora que es distintiva de sus versos; esta nueva oportunidad de acercarnos a su escritura es aquilatada por Roberto Abad.

Cuentos de espantos
Cuentos de espantos Foto: larazondemexico

El nombre del escritor potosino Manuel José Othón (1858-1906) debería tener un lugar notable en la historia de la literatura fantástica mexicana. Además de su obra poética, que lo convirtió en un referente nacional del siglo XIX, practicó la brevedad con relatos costumbristas y estampas de la vida en provincia.

Hay en sus narraciones, sin embargo, una veta oscura donde retoma la tradición oral de un país que atraviesa una época convulsa y cuyo imaginario se enriquece de elementos supersticiosos. Para muestra, las presencias de la noche, amenazadoras y desconfiables, que rondan en las tres historias de Cuentos de espantos, reeditado en México durante este 2022 por el sello independiente Ediciones Odradek.

EN ALGUNA DE SUS CARTAS, Othón expone el propósito de reunir tanto sus cuentos como novelas cortas bajo el título tentativo de Vida montaraz, pero la muerte le impediría hacerlo. Esa idea de conjuntar sus tramas dispersas en revistas la concretaría sólo a través de dicha compilación de relatos sobrenaturales, que inicialmente se publicaron en el periódico El Mundo Ilustrado, en 1905.

“Encuentro pavoroso”, “Coro de brujas” y “El nahual” comparten ya no digamos un mismo contexto geográfico, sino una respiración que entrelaza al cuentista con su yo poético. La naturaleza, elemento fundamental de sus Poemas rústicos, yace como un ente sospechoso que despliega sus sombras para dar pie a los fenómenos de la soledad en el bosque: hombres que cabalgan de noche, que viven en yermos rodeados de piedras; susurros que atrae la madrugada y que se alojan en los árboles; relámpagos de una tormenta que se reflejan en la corriente inestable del arroyo.

Encuentro pavoroso , Coro de brujas y El nahual
comparten contexto y una respiración que entrelaza al cuentista con su yo poético

LEJOS DE LAS PRIMERAS INTUICIONES visibles en “El padre Alegría”, escrito a los 21 años, el estilo pulcro de Othón en estos cuentos seduce con imágenes que elaboran un paisaje complejo y detallado: “El sol del mediodía clavaba sobre la tierra gris sus estiletes de lumbre, que, al atravesar la atmósfera candente, vibraban cual moléculas de oro fundidas en el inmenso crisol del espacio” (p. 69). Pareciera existir una poética que lo distingue de sus contemporáneos: el retrato de una geografía como lugar de perplejidad. Es decir, la vida de los personajes se ve sometida a las normas de esa naturaleza aliada a las fuerzas antagonistas, cuyo origen está relacionado con la invocación de cierta maldad.

En “Encuentro pavoroso”, a finales de un abril que quizá saluda al de Eliot, un hombre regresa a la ciudad a través de las calles de la villa. La noche es clara, los peñascos y las frondas se abren majestuosos a su vista. En algún momento, una suerte de espectro o monstruo irrumpe en su camino:

Eran unos ojos que fosforecían opacos y brillantes a un tiempo mismo, como un vidrio verde. Era una nariz rígida y afilada, semejante al filo de un cuchillo... Eran unas mandíbulas donde la piel se restiraba tersa y manchada de pelos ásperos y tiesos... (p. 23). Sin embargo, el relato no adopta más riesgos y el encuentro trasciende como una anécdota.

EN UNA LECTURA DETALLADA, Marco Antonio Campos refiere que lo más importante para Othón "en sus últimos cuentos fue narrar bien una historia, y, sin grandes complejidades, crear una atmósfera de terror o una narración dramática y dar al final una variación o crear un anticlímax”. Si bien es cierto que las resoluciones suelen ser injustas con el desarrollo de las tramas, la principal virtud de éstas se halla en el alto nivel de la prosa que revela la capacidad narrativa del poeta.

En “Coro de brujas”, por ejemplo, el narrador se encuentra en una finca rústica donde desempeña funciones del orden judicial. Es cerca de allí donde funge como testigo de la desgracia que sufre don Carpio, el administrador, y comienza a ser acechado por visitas nocturnas que lo atormentan en forma de pájaros. Cuenta: “Destacándose en la masa negra de las sombras, se bullían vertiginosamente como en una danza infernal, sobre el pretil y sobre las canales de su misma habitación” (p. 43). De “El nahual”, último relato, se ha dicho un poco más, ya que ha sido antologado en compilaciones sobre el cuento siniestro mexicano.

A esta edición de Alfonso D’ Aquino la acompaña —desde la portada— una serie de esgrafías realizada por la artista visual Cezilya León, e incluye en sus últimas páginas una selección de poemas de Noche rústica de Walpurgis, también de Othón, lo cual vale una mención aparte. Como resulta evidente, no sólo se trata de versos que comparten el imaginario de Cuentos de espanto, habitado por brujas, pactos satánicos y transformaciones animalescas, sino que son un claro ejemplo del poema de terror, tan poco frecuentado en nuestra república de las letras: “Todas las noches me convierto en cabra / para servir a mi señor el chivo / pues, vieja ya, del hombre no recibo / ni una muestra de amor, ni una palabra”.