Itinerario de un refugiado

En la errancia de los judíos —más allá de la leyenda—, la persecución nazi contra el pueblo de Israel produjo un éxodo tremendamente doloroso, padecido por individuos y familias que buscaban sobrevivir al exterminio. José Woldenberg recupera el periplo de Yosef Rotenberg, nacido cerca de Varsovia, quien para salvar la vida debió separarse de los suyos y terminar sus días en nuestro país, donde fue maestro del Nuevo Colegio Israelita

Yosef Rotenberg (1896-1984).
Yosef Rotenberg (1896-1984). Foto: Fuente: diariojudio.com

Es difícil recordar aquellos tiempos, pero es más difícil olvidar.

YOSEF ROTENBERG

Estudié en el Nuevo Colegio Israelita de 1961 a 1966, desde cuarto de primaria hasta el fin de la secundaria. La escuela estaba frente al Toreo de Cuatro Caminos y hoy ninguno de los dos existe. Fundada por profesores del Bund, esa escuela era la expresión de una minoría dentro de una minoría.

El Bund fue creado en 1897 en Vilna, Lituania, y fue la organización so-cialista que reunió a trabajadores e intelectuales judíos de Polonia, Rusia, Lituania y Bielorrusia. Reivindicaban el idish como su idioma identitario y expresión de una cultura singular, y según algunas versiones fueron cofundadores del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, del que fueron expulsados por sus reivindicaciones particulares. Hay que decir, por ejemplo, que Ber Borojov intentó enriquecer el arsenal conceptual del marxismo emparejando al término relaciones de producción el de condiciones de producción, ya que las condiciones espirituales no eran insignificantes en la vida de las personas. Por el contrario, es preciso tomar en cuenta la tradición cultural e histórica, el idioma, los usos y costumbres, diríamos hoy, de las diferentes comunidades, porque modelan la vida intelectual y moral y nunca son anodinas. Son el cemento que ofrece sentido de pertenencia y pueden ser igual o más relevantes que las condiciones materiales de vida.

En esa escuela me dio clases el profesor Yosef Rotenberg (nació en 1896 en Lubartów, cercano a Varsovia). Nunca me enteré de su pasado porque a esas edades uno no vive en la presunta inocencia sino en la inconciencia. Pero ahora, gracias a mi hermana, he leído un libro testimonio de aquel profesor que narra la trayectoria de escape que lo llevó de Varsovia hasta Shanghái (y que concluiría en México). Escrito originalmente en idish y al parecer publicado en 1984, un buen número de las alumnas del lerer (maestro) Rotenberg lo tradujeron al español y apareció en 2017. (Escribo “al parecer en 1984” porque el libro no lo aclara, pero el prólogo de otra maestra, Vele Zabludovsky, está fechado en ese año).

SU RELATO EMPIEZA el 6 de septiembre de 1939 en Varsovia. El día primero, el ejército alemán había iniciado la invasión a Polonia. El avance resultó imparable; los judíos de Varsovia y los patriotas polacos se preguntaban, en medio de la angustia, ¿qué hacer? “El gobierno y todos sus oficiales ya habían evacuado, la policía se encontraba en el mismo proceso”. La huida de la ciudad se realizaba de forma desorganizada, “Varsovia había sido abandonada a su suerte”. La velocidad del avance nazi sorprendió a todos. El temor, en una onda expansiva, comenzó a apoderarse de la población. Como militante del Bund, Rotenberg consultó con su partido, pero también con su esposa, hermano y hermana. Todos coincidieron en que los militantes políticos debían escapar, porque se-rían las primeras víctimas; no imaginaban siquiera lo que los nazis harían luego con la población civil. El lerer dejó a sus espaldas a mujer e hijo. Nunca más volvió a verlos.

La huida debe ser hacia el oriente. Por supuesto nadie conocía entonces el protocolo secreto que apenas unos días antes (23 de agosto de 1939) habían firmado la Alemania nazi y la Unión Soviética. Se hizo público el Pacto de no Agresión entre ambos, pero sería hasta años después cuando salió a la luz el acuerdo secreto en el que esas potencias se dividían Polonia. En medio de bombardeos, de enormes y angustiantes dudas, Rotenberg y otros empiezan su errancia. A pie, en carretas, llegan primero a Grajov1 y luego a Minsk Mazovietzk, donde tristemente entienden que el Partido no tiene un plan de evacuación. La consigna parece ser sálvese quien pueda.

La huida no significa sólo un desplazamiento físico, sino el derrumbe de la vida, los proyectos que le dan forma a la existencia. No sólo la cotidianidad se desploma, sino también los planes e ilusiones... Es una calamidad individual y colectiva

De Varsovia cada vez salen más personas. Los pobladores se esconden en los bosques para protegerse de los bombardeos. Nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde marchar. Pasan por distintas Shtetlaj (pequeñas aldeas judías) y lo mismo encuentran una especie de resignación de origen religioso que terror, fruto de la información y los rumores que corren como liebres. Rotenberg es testigo de la destrucción de Mezritch. El fuego parecía cubrirlo todo. “Éramos sombras tenebrosas hundidas en una tétrica noche”.

A partir de Visoke, Rotenberg viaja con un pequeño grupo que acompaña a Henrik Erlich, líder bundista, editor del periódico de la organización y destacada personalidad de la política polaca de entreguerras. En carreta se dirigen hacia Pinsk (en donde, por cierto, nació mi padre). “Cada cual caminaba hundido en sus propias y tristes elucubraciones”. Por los pueblos que pasan reciben la solidaridad de camaradas y de otros judíos que los acogen en sus casas y les ofrecen comida. Cuando llegan a Kartuz-Bereze, pequeño poblado en el que el lerer había dado clases, encuentran que ha sido abandonado. “Sólo los ancianos y enfermos permanecen”.

LA HUIDA NO SIGNIFICA sólo un desplazamiento físico, sino el derrumbe de la vida, los proyectos y expectativas que le dan forma a la existencia. No sólo la cotidianidad se desploma, sino también las ideas, los planes e ilusiones que pusieron en pie los programas y proclamas políticos. Es una calamidad individual y colectiva. Un terremoto vital y social.

Estando en Pinsk, aún ilusionados con la idea de que los soviéticos defenderían a los caídos y perseguidos, se enteran de que el Ejército Rojo ya marcha sobre la ciudad. “La invasión ocurrió al mediodía de una tarde soleada... ni siquiera los simpatizantes les dieron la bienvenida... se percibía un extraño silencio”.

Algunos esperaban la resistencia del ejército polaco que ya para entonces prácticamente no existía. El miedo entre los refugiados se incrementó. Sabían que siempre es bueno para el invasor activar un chivo expiatorio. Se inician los arrestos, las órdenes de presentarse a la comandancia, los robos que practican las nuevas autoridades.

Es necesario abandonar Pinsk, porque la NKVD (policía secreta soviética) empieza a trabajar. Los militantes del Bund se encuentran en una auténtica ratonera. Al oeste los nazis, al oriente los soviéticos. Los primeros los persiguen por judíos, los segundos sólo los hostigan por ser contrarios a su política. Resulta entonces prioritario que Henrik Erlich escape. Se hacen los preparativos en sigilo, pero, al parecer por una traición, es detenido por la NKVD. Dos años será prisionero en la URSS y, en 1941, acusado de actividades antisoviéticas, es asesinado.

Rotenberg huye con otros hacia Bialystok. Desde el inicio se enteran de arrestos de sus compañeros. El estado de ánimo resulta “deprimente”. Esa ciudad había sido ocupada por los alemanes, pero ahora estaba en manos del Ejército Rojo. Viven una auténtica catástrofe nacional. Lo construido a lo largo de los años por varias generaciones no se evapora, se destruye y los referentes de la vida diaria desaparecen uno a uno.

Rotenberg piensa incluso en regresar a Varsovia. El panorama pinta más que negro: “los alemanes continúan destruyendo... y seguirán asolando a la colectividad judía polaca en su totalidad”. Pero, además, se pregunta el profesor, “¿qué será del millón y medio de judíos que se encuentran en los márgenes fronterizos ocupados por los soviéticos?... ¿existe acaso alguna esperanza de reconstruir la vida judía?”.

EL NÚMERO DE REFUGIADOS crece día con día y sus condiciones cada vez son más precarias. La cacería de socialistas del Bund continúa. Circulan rumores de todo tipo y Rotenberg recibe la encomienda de su partido de trasladarse a Vilna, Lituania, para plantearles a sus camaradas la situación y reclamar su solidaridad. El viaje a Vilna es una odisea y el paso de la frontera, en forma clandestina, aún más.

En esa ciudad, Rotenberg se reen-cuentra con una especie de vida normal. Las actividades cotidianas continúan desarrollándose y ya se han instalado cocinas y casas para los refugiados. Parece un oasis. Lituania está en paz. No obstante, sus compañeros en Vilna poco o nada pueden hacer por los refugiados que se encuentran del lado soviético, y mucho menos por los que quedaron en la zona dominada por los nazis. No hay salida. En Vilna la vida en general —y la de la comunidad judía en particular— sigue fluyendo. Comparado con lo que sucede en Varsovia o Bialystok, representa un respiro civilizatorio. Incluso el profesor se incorpora a realizar tareas editoriales, publicando textos de los clásicos de la literatura en idish, Sholem Aleijem o Itzhak Leibush Peretz, para los niños y adultos de las escuelas judías. Todo parece indicar que, no sin problemas, la existencia se puede reconstruir. Pero en junio de 1940 se produce la ocupación de Lituania por el ejército de la Unión Soviética. Ahora sí, el regreso se vuelve imposible y la situación da otro vuelco radical. Los nuevos mandos inician una serie de inspecciones y arrestos. El silencio se instala en la ciudad. La “Vilna hogareña, judía, familiar y acogedora había desaparecido”.

En 1940 se produce la ocupación de Lituania por el ejército
de la Unión Soviética... El silencio se instala en la ciudad. La Vilna hogareña, judía y acogedora había desaparecido

LOS SOVIÉTICOS, SIN EMBARGO, ofrecen visas de tránsito. No para todos, la burocracia tiene sus propios tiempos, pero muchos lo intentan. Rotenberg y otros lo logran. Parten en tren hacia Kovne el 12 de febrero de 1941, y de ahí siguen hasta Moscú. Al llegar les quitan sus documentos y les anuncian que su viaje continuará hasta Vladivostok. Son nueve días en tren. En el trayecto llegan a Birobidzhan, en la frontera con China, que en 1928 había sido proclamada como “la patria judía soviética”. Stalin pensaba que ahí debía asentarse la población judía y no fueron pocos los que le tomaron la palabra. Varios miles migraron hacia esos recónditos territorios e iniciaron la construcción de sus hogares, escuelas, hospitales, clubes. Pero en el periodo de las purgas estalinistas (1936-1939) se desató una ola de persecución que llegó hasta los dirigentes de aquel experimento. Había cambiado el humor del dictador. Diversas oleadas de antisemitismo impactaron sucesivamente aquel ensayo y a aquellos territorios.2

El 24 de febrero el tren llegó a Vladivostok. Tenían que salir rápidamente de territorio soviético porque su visa de tránsito era temporal. Rotenberg y otros lograron tomar un barco hacia Japón, que a decir del profesor, los recibe de manera calurosa.

LA RECONSTRUCCIÓN que hace Rotenberg de su estadía en ese país no sólo está marcada por la fascinación, sino por el agradecimiento. Los inmigrados se sentían libres del miedo y de las humillaciones. Existía un comité encargado de recibirlos y atenderlos, pese a que los permisos de permanencia tenían que refrendarse periódicamente. Los bundistas estaban organizados y se mantenían en contacto con los familiares que se habían quedado atrapados. Incluso les remitían algunas provisiones. Sin embargo, en junio de 1941, “cuando la URSS entró en guerra con Hitler ya no pudimos continuar enviando paquetes”,3 y llegó la orden de que los refugiados debían trasla-darse a Shanghái, ocupada por los propios japoneses desde 1937.

Los refugiados no tenían a dónde ir. Los países que teóricamente podían recibirlos negaban las visas o las limitaban al máximo. Escribe Rotenberg: “el tristemente famoso cónsul de la em-bajada estadounidense en Tokio, Harry Thompson, no deseaba que ningún pie judío pisara tierra americana”. De nuevo, sin posibilidades de escapar. “En Shanghái había alrededor de dieciséis mil refugiados judíos provenientes de Alemania, que habían empezado a arribar desde 1937”. Contaban con un comité para auxiliar a los nuevos refugiados y Rotenberg encontró un nuevo hogar temporal.

Finalmente, “el 8 de enero de 1947, Yosef Rotenberg partió hacia México, gracias a una visa conseguida con la ayuda del profesor Tuvie Maizel”, quien luego sería el director del Nuevo Colegio Israelita. Desde su llegada se dedicó a la docencia. Y el 13 de junio de 1984, a los 88 años, murió en la Ciudad de México.

COMO ESCRIBÍ AL INICIO, Yosef Rotenberg fue mi maestro. Lo veía como un viejo. Tendría más o menos mi edad actual. Lo recuerdo siempre de traje gris, chaleco y corbata. Usaba lentes y era un hombre en extremo pulcro y de muy buenas maneras. Pues bien, al igual que la escuela donde estudié, el idish, el Bund, su proyecto, aquellos profesores y aquellas comunidades judías de Europa Oriental ya no existen. Fue el sombrío triunfo de Hitler y sus secuaces.

Yosef Rotenberg, De Varsovia a Shanghái. Memorias de un refugiado, S. E., México, 2017, 222 págs.

Notas

1 Todos los nombres de las ciudades aparecerán como los cita Yosef Rotenberg, a sabiendas de que, en polaco, alemán, lituano o ruso, se pronuncian de otra manera o incluso tienen otra denominación.

2 Existe un testimonio del escritor Israel Emiot de lo que sucedía en Birobidzhan en los años cuarenta y de su propio arresto, encarcelamiento y deportación a Siberia, acusado del delito de nacionalismo. Un escritor judío en Siberia, Círculo d’Escritores Olvidados, Madrid, 2015, 277 págs.

3 Sería más exacto decir: cuando Hitler decidió invadir la URSS.