Jon Lee Anderson, periodista viajero

Esgrima

Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson Foto: Fuente: puntou.uanl.mx

En Los años de la espiral. Crónicas de América Latina (Sexto Piso, 2020) el escritor estadunidense aborda diez años en la vida de esta región del continente donde todo es descomunal: corrupción, narcotráfico, violencia, mentira, éxodo, pobreza y cataclismos. Nada nuevo, pero sí más extremo. Entre 2010 y 2020 lo inesperado hizo de nuestros países una espiral. El ocaso de la marea rosa —líderes de izquierda que propusieron cambiar el mundo— y figuras como Bolsonaro definen el pulso de este libro donde conviven sicarios, heroínas, escritores, líderes políticos, seres anónimos del Amazonas.

El libro ofrece una síntesis que mucho tiene de ejercicio novelístico.

Estas crónicas ofrecen una síntesis de la década. Cada texto responde a una situación específica, pero el conjunto crea un prisma que subraya cómo muchos patrones de comportamiento se han modificado significativamente. La izquierda estaba en la cima y ahora está a la baja. Un populismo de derecha ha ascendido. Obama creó una distensión con Cuba, un momento increíble que de nuevo es todo lo contrario. Trump llegó al poder. Hay una remilitarización palpable en varios países, más una degradación de la democracia. Lo veo como un hemisferio que es parte de un mundo muy globalizado.

Se nota tu pasión trashumante por la región…

Conozco bien la geografía latinoamericana. He vivido o pasado largo tiempo en media docena de estos países. Tengo el ojo de alguien que vive dentro, un familiar íntimo si se quiere, pero al mismo tiempo forastero. Quiero mucho esta tierra. No soy alguien que llevó a cabo una misión y se fue, me importa el porvenir de su gente. El libro pone el pasado en perspectiva con este presente que es un impasse, no sólo el que yo visualizaba por el declive de la izquierda, el auge de la derecha, Obama, Trump. También está la pandemia, que va a agudizar muchos problemas.

Los momentos de coyuntura suelen contener circunstancias sigilosas.

Es curioso, las coyunturas dramáticas de la historia no se sintieron dramáticas en su momento. Pearl Harbor, el 11 de septiembre e incluso la contingencia actual nos llevaron a adaptarnos y dejamos de ver los detalles. Cuando te acostumbras a una ciudad te olvidas de la arquitectura. No la ves. Este libro busca recordar la arquitectura que nos rodea, mostrar cómo llegamos aquí.

Los libros han sido muy importantes en mi vida. Mi madre era escritora de libros juveniles y me inculcó el amor a la lectura

¿De qué modo vinculas la literatura con tu trabajo periodístico?

Los libros han sido muy importantes en mi vida. Desde chico quise vivir al máximo, conocer el mundo. Mi madre era escritora de libros juveniles y me inculcó el amor a la lectura, a la escritura. Llevé un diario de niño y de adolescente, más o menos hasta los 25 años, cuando los apuntes periodísticos lo suplieron. Los autores que más me interesan son quienes exploraron e incursionaron en la colisión de culturas, como Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Graham Greene, Albert Camus, V. S. Naipaul y, a su modo, Gabriel García Márquez. Y entre los contemporáneos, Emmanuel Carrère y Viet Thanh Nguyen.

¿Recuerdas algún momento en especial donde la literatura y el periodismo convivieron?

Las imágenes de una gran obra literaria quedan en el aire luego de leerla y dialogan con lo que uno va encontrando. El otro día recordaba que cuando en 2001 fui a Venezuela por primera vez, para hacer un perfil de Chávez, releí Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier. Lo había leído de adolescente y me había gustado. Cuando regresé a la novela manifestó sus resonancias. ¿Cuál fue la influencia de ese libro en lo que escribí sobre Chávez? No sé, pero tocar el mundo a través del canon literario es algo que sin duda te da nivel.

¿Estar con Obama en la Casa Blanca, oír las confesiones de un sicario o conocer indígenas del Amazonas ha marcado de alguna manera tu forma de hacer periodismo?

Explorar ambientes tan distintos me permite compartirlos con el lector en la máxima plenitud que puedo lograr como periodista. Quiero que los vivan conmigo, que estén ahí y sientan, huelan, palpen. Cuando se logra eso, cala hondo. Si no logro compartirlo con el lector se vuelve algo pasajero y hasta pueril, olvidable. Deseo que lo que escribo quede en la memoria de quien lee.

Tu trabajo te ha llevado a zonas de riesgo.

¿Cómo te relacionas con el miedo?

El miedo no tiene lugar. Y no lo digo de forma machista. Claro, lo he sentido enésimas veces, pero antes de salir nunca pienso en eso. No dejo que me inhiba al plantearme una historia. Ya en el camino calculo los riesgos de meterme en el callejón con un tipo o subirme a la Suburban en Guerrero. Hay viajes que uno no debe hacer, en los que ya fue suficiente haber visitado el lugar, como para arriesgar un encuentro que podría llevar a la muerte. Eso forma parte de la valoración en el momento. La experiencia te ayuda a determinar el camino correcto, pero siempre puede haber fallas y por eso tantos colegas mueren. Pero el miedo no es un factor. Si te consume es mejor que te dediques a otra cosa.

Vives viajando. En ese sentido, ¿cuál es tu noción de hogar?

Desde hace casi 18 años vivo en un pueblo del suroeste de Inglaterra, la patria de mi mujer y donde nacieron mis hijos. Antes viví en España, en Cuba, en Oxford... He vivido en muchos lugares y he viajado cantidad, pero mi casa actual es un santuario para reposar mis andanzas. Hasta antes de la pandemia me pasaba la mitad del año viajando. En 2019 viajé por 24 países e hice unos cien vuelos, y eso que no fue mi año más movido. Si ahora tengo que pensar en mi lugar predilecto creo que sería un campo agreste. Me gusta el aire libre. Disfruto salir con mis perros, estar con mi mujer y mis hijos cuando vienen a pasar ratos con nosotros. La convivencia con mis hermanos, sobrinos, primos y ciertas amistades me son muy importantes: necesito tener relaciones continuas, un abanico de seres queridos. Eso quizás sea el hogar, un lugar que no cambia, que es constante en su función de santuario afectivo.