Contra la creencia popular, el hip hop mexicano comenzó su desarrollo desde finales de la década de los ochenta, casi diez años antes de que las disqueras transnacionales trataran de insertarse en el mercado con productos como Control Machete. Hacia 1996, año en que fue publicado el álbum debut de la banda regia, ya existía un movimiento intenso en las tres principales ciudades del país.
A diferencia de otros países, como MC Randy & DJ Jonco en España, o Panteras Negras en Chile, quienes grabaron sus primeras maquetas en 1989 y 1991 respectivamente, en México no hubo una oferta discográfica que ahora sirva de testimonio. Pero esto no significa que no hubiera personas rimando o scratcheando; simplemente las cosas sucedieron de otra manera, una muy similar a la que prendió la chispa en el Bronx de Nueva York de los años setenta con las fiestas de Kool Herc y Grandmaster Flash. Las fiestas, los crews, las rimas, los DJ’s innatos estuvieron aquí. Lo que faltó fue una forma de registrarlo todo.
La historia de Ed One y Neemeye es representativa en ese sentido. Nacidos en la década de los setenta (74 y 79, respectivamente), ambos pertenecen a la primera generación que estuvo en contacto con el hip hop, ya sea por medio de la radio, los tianguis de paca, o por amigos que migraban por trabajo a Estados Unidos y regresaban al barrio.
Hacia 1995, Ed One y Neemeye comenzaron a organizar fiestas donde eran los encargados de selectear la música. En el caso de Ed, él recuerda que en cada reunión había una demostración a cappella de las rimas que cada integrante de su crew había escrito. En el caso de Neemeye, usaba el equipo de audio heredado de su papá para mezclar la música con dos decks de casete conectados a un ecualizador, el cual tenía dos entradas y un switch que dejaba elegir una canción mientras sonaba otra.
Así vivía la gente del hip hop; sin pretensión discográfica, su crecimiento ocurría de manera natural.
Ed One y Neemeye pertenecen a la primera generación que tuvo contacto con el hip hop, por medio de la radio o los tianguis
Fue hasta el periodo 1999-2001 que las nuevas tecnologías llegaron a los hogares mexicanos con las primeras computadoras Pentium I, capaces de correr programas de audio como Audacity, Acid y las primeras versiones de Cubase y Fruity Loops (ahora, FL Studio).
Los interesados ya no sólo podían grabar rimas con un mejor audio que el obtenido al conectarse a la casetera de una boom box, sino que también (y tal vez resultó un hecho más importante para la evolución del movimiento nacional), comenzaron a hacer los primeros beats originales. De esta manera fue que se lograron varios demos y también maquetas que ahora fungen como los primeros registros de hip hop netamente mexicano,
material de nombres como Yak-Mag, Delosimple o Achemuda, grabados con micrófonos dinámicos conec-tados a tarjetas de audio PCM, que pa-saban de mano en mano en CDs sin títulos ni portadas.
Para mediados de los dosmiles, el internet y la piratería habían hecho lo suyo. Ya era parte del conocimiento popular lo necesario para producir hip hop y la gente podía mantenerse en contacto a través de foros de discusión o chats ofrecidos en programas para descarga de archivos como SoulSeek, por decir algo.
Además, el mercado de instrumentos musicales en el país comenzaba a vender interfaces de grabación y micrófonos de condensador a precios accesibles para los jóvenes interesados. Justamente a partir de este periodo surgió una segunda camada de álbums y shows que pusieron en el panorama nombres como Ned-man Guerrero, Juancer El Bastardo, Menuda Coincidencia, Black Leeroy, Tino El Pingüino o Ese-O, a la par de crews como Jedi Revolver, Sonido Líquido y 871, por nombrar algunos de los más representativos.
Sin embargo, la creciente oferta de producciones en el país todavía no se comparaba en calidad técnica a la proveniente de España, la cual había estado respaldada desde el inicio por una industria musical independiente. En nuestro país, ni sellos ni estudios, transnacionales o independientes, habían logrado comulgar con los hip-hoppas, ya sea por desconocimiento de los códigos culturales por parte de los primeros, o por la pureza discursiva que resguardábamos con recelo los segundos.
Al final, la historia del hip hop mexicano durante sus primeros veinte años es como la de un joven autodidacta que se negó a pertenecer a fenómenos burocratizados, como son las disqueras y los mercados dictados por la industria, para encontrar su propio sitio. Prácticas que, sí, lo dejaron fuera de la profesionalización inmediata del género, como sucedió en otros países hispanohablantes, pero que al mismo tiempo le permitieron crecer en formas, estilos y discursos.
En ningún otro país encontramos sonidos tan distópicos como los beats de Black Leeroy o Denezeta, temáticas como las de los raps de Yak-Mag, Smak o Mime87, o DJ’s igual de longevos inmersos hoy en el tornamesismo como Neemeye. Es una historia que debe honrarse y respetarse.