Kafka y los sueños (1883-1924)

El mundo literario conmemora los 100 años de la muerte de Franz Kafka. El Cultural ha decidido publicar un par de breves impresiones. Un perfil del autor de El proceso escrito por la autora italiana Alessia Tagliaventi que comenta la famosa fotografía del escritor de Praga tomada aproximadamente en 1923 (Grandes autores vistos por grandes fotógrafos), y un texto de nuestro colaborador Jorge Estrada en el que afirma que buena parte de su obra se puede leer como un sueño

Franz Kafka, c. 1923.
Franz Kafka, c. 1923. Foto: Wikipedia

UN PERFIL

En la mayoría de las fotografías que lo retratan, la mirada de Kafka parece profunda, enigmática. Durante toda su vida, el escritor fijó su mirada insistente y obstinada en la realidad, una mirada tanto más sospechosa cuanto mayor era la impenetrabilidad en su rostro. Observó a fondo, sin acusar el vértigo, la condición del ser humano en una realidad que cada vez era más compleja. Frente al surgimiento de nuevas leyes y de un mundo nuevo, Kafka reaccionó mostrando un sentimiento que ya no es habitual en el hombre moderno: el estupor.

Y así, el anónimo empleado de una compañía de seguros, praguense pero de lengua alemana, se pone a escribir; a lo largo de su vida publica sólo unos pocos cuentos, y a punto de morir, condena a su obra con el más terrible de los testamentos: la destrucción. Tiene la sensación de haber fracasado, pero hará esta petición al amigo que, como sabe, no lo obedecerá. Lo que se salva es una de las imágenes más trágicas y grotescas del siglo XX. La escritura de Kafka es notablemente visual, y su lenguaje de una objetividad espectral. La ciudad de El proceso está conformada por estancias bajas, edificios laberínticos y habitaciones oscuras en las que parece que es posible tocar con el dedo el polvo de los muebles; las posadas de El castillo saben a sopa y cerveza, y todo es materialmente tan evidente que se siente el olor del frío. Aunque las vivencias que se narran se limitan a la esencialidad del lenguaje, las contradice con su carácter exorbitante, que pone en tela de juicio la pretensión de objetividad. Lo extraño irrumpe en lo obvio llegando a una proximidad amenazante. El lector no puede relajarse: frente a escritos como La metamorfosis o En la colonia penitenciaria, no es posible la indiferencia. Por ello, su obra se encuentra en un punto de inflexión decisivo en la evolución de un arte auténticamente moderno. El personaje de la novela de fines del siglo XIX se ha puesto a hacer actos gratuitos y casi no es posible darle un nombre. La K con un punto es todo lo que queda, y sus historias permanecen, a menudo, abiertas, inconclusas.

Kafka plantea muchas preguntas, pero no se sabe dónde hay que buscar las respuestas. Joseph K., en El proceso, lucha contra un poder incomprensible, muestra la irracionalidad y, al final de aquella batalla inútil, extenuado, se pregunta dónde estará “el juez que no he visto nunca”, dónde se halla “La Corte Suprema, ante la que nunca ha sido presentado”. “Levanto las manos, estirando los dedos”: este gesto de K., antes de ser condenado a muerte, es uno de los gestos más elocuentes de Kafka. (A.T.)

LOS SUEÑOS

La importancia de los sueños en la obra de Kafka ha sido destacada a menudo por sus comentadores. Probablemente el argumento de mayor peso lo constituye la afirmación de que toda la obra de Kafka se puede leer como un sueño. Muchos de sus personajes, particularmente el de Josef K., se mueven en un ambiente onírico cuyos bordes son difusos. El interés de Kafka por su vida onírica fue, además, intenso, y entre sus lecturas se encontraban los libros de Sigmund Freud, como puede constatarse en sus diarios.

En el inicio de la novela Metamorfosis, Kafka cuenta: “Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de sueños inquietos, comprobó que se había transformado en un insecto monstruoso en la cama… ¿Qué me ha ocurrido?, pensó Samsa. Aquello no era un sueño”.

En el libro Un médico rural, Kafka escribió un breve relato donde su personaje Josef K. sueña con un artista que pinta las letras de su propia lápida. El relato comienza así: “Era un día hermoso y K. quería salir a pasear. Cuando apenas había dado dos pasos ya se encontraba en el cementerio…” K., al final del relato, despierta fascinado por aquella visión con el artista, un agujero cavado con sus propias manos y una letra J. que preparaba un lugar para el descanso eterno.

En sus diarios, Kafka escribió muchas entradas que comenzaban con las palabras “Un sueño”. En una entrada del 20 de Octubre de 1921 Kafka cuenta: “Un sueño, un sueño breve, mientras dormía breve y espasmódicamente; espasmódicamente me he aferrado a él, con una dicha inmensa. Un sueño con muchas ramificaciones, un sueño que contenía mil relaciones que se volvían claras a la vez de un solo golpe, de él apenas me ha quedado el recuerdo de su argumento fundamental: Mi hermano ha cometido un crimen, un asesinato, creo; en ese crimen hemos participado yo y otros, desde lejos van acercándose el castigo, la disolución, la redención, van creciendo poderosamente, su incontenible acercamiento se nota en muchos indicios; mi hermana, creo, anuncia siempre esos signos, que yo recibo siempre con exclamaciones; mi locura aumenta con ese acercamiento. Nunca creí que pudiera olvidar, por el mucho sentido que tenían, mis exclamaciones, frases breves y aisladas, pero ahora ya no retengo ninguna. Sólo podían ser exclamaciones, pues hablar me costaba mucho esfuerzo, tenía que inflar las mejillas y, al inflarlas, torcer la boca, como si me dolieran las muelas, antes de proferir una palabra. Mi dicha consistía en que el castigo llegaba y yo le daba la bienvenida con tanto alivio, convicción y dicha, que el espectáculo tenía que emocionar a los dioses; también esa emoción de los dioses la sentía casi hasta las lágrimas”. (J.E.)