La mujer de la ventana

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Foto: larazondemexico

Si adquieres un boleto y viajas a otro país, es muy posible que observes las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los sitios históricos del país. Si corres con suerte quizá tengas la oportunidad de entablar conversaciones con algunos habitantes del lugar. Después, volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.

Sin embargo, si lees una novela, entonces adquieres un boleto a los recovecos más íntimos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela de otro país es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus recintos más privados.

Si eres un mero turista, te detendrás en una calle para observar una vieja casona del barrio antiguo de la ciudad y verás a una mujer que se asoma por la ventana. Entonces seguirás tu camino

Pero si eres un lector, puedes ver a la misma mujer asomándose por la ventana y además estar con ella, al interior de su habitación, dentro de su cabeza.

Al leer una novela de otro país, recibes una invitación a pasar al salón de otras personas, a los cuartos de los niños, a los estudios, a los dormitorios. Estás invitado a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.

Por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad puede ser una cualidad moral. Creo que la facultad de imaginar al otro es un antídoto contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al otro, al extraño, no sólo hará de ti un mejor hombre de negocios y un mejor amante, sino también una mejor persona.

Parte de la tragedia entre judíos y árabes es la incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De imaginar realmente entre nosotros los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Hay demasiada hostilidad  entre nosotros y demasiado poca curiosidad.

Los judíos y los árabes comparten algo esencial: en el pasado, ambos han sido manipulados, burda y brutalmente, por la mano de Europa. Los árabes mediante el imperialismo, el colonialismo, la explotación y la humillación. Los judíos a través de la discriminación, la persecución, la expulsión y, por último, el homicidio en masa.

Uno pensaría que dos víctimas, especialmente dos víctimas de un mismo opresor, desarrollan entre ellas un sentido de solidaridad. Por desgracia, no funciona así cosa, ni en las novelas ni en la vida. Algunos de los más graves conflictos ocurren, de hecho, entre las dos víctimas de un mismo opresor. Los dos hijos del mismo padre violento no necesariamente tienen que quererse uno al otro. Con frecuencia, entre uno y otro ven reflejada la imagen del padre violento.

Este es exactamente el caso entre judíos y árabes en Medio Oriente. Mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos cruzados, una extensión de la Europa blanca y colonizadora, muchos israelíes ven en los árabes la nueva encarnación de nuestros antiguos opresores, nuevos agentes de los pogroms y de los nazis.

Esta situación le impone a Europa una particular responsabilidad en la solución del conflicto árabe-israelí: en lugar de denunciar con el dedo a las partes involucradas, los europeos deberían ser capaces de demostrar empatía y entendimiento a ambos. Nadie de ustedes tiene que escoger entre ser proisraelí o propalestino. Tienen que estar a favor de la paz.

La mujer de la ventana podría ser una mujer palestina de Nablus. Podría ser una mujer israelita en Tel Aviv. Si quieren ayudar a hacer la paz entre estas dos mujeres de las dos ventanas, será mejor leer más acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, les dirán mucho. Es tiempo de que cada una de estas mujeres lea más acerca de la otra. Para aprender, por fin, qué le ocasiona miedo, furia. Las cosas irían mejor si también cada una de esas dos mujeres leyese acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la mujer de la otra ventana tenga miedo, furia o esperanza.

No les he sugerido esta noche que leyendo novelas se puede cambiar el mundo. Lo que he

considerado y creo es que leer libros es una de las mejores maneras de entender que todas las mujeres de todas las ventanas necesitan con urgencia, al final del día, la paz.

Quiero agradecer a los miembros del jurado del premio Príncipe de Asturias por haberme otorgado este maravilloso Premio. Gracias y Shalom a todos ustedes.

—Traducción del inglés de Bruno H. Piché.

Fuente: Fundación Princesa de Asturias.