Desde que Álvaro Enrigue se dio a conocer con La muerte de un instalador (Joaquín Mortiz, 1996), su prosa destacó por atípica en el panorama literario mexicano. La novela, escrita en un tono tragicómico, cuenta la historia de un artista contemporáneo y su benefactor, un ricachón de Guadalajara que usa aguamanil porque le parecen groseros y “gringos” los grifos de los lavabos. Este detalle resume el tono de una novela provocadora que no es-conde la desmesura de su argumento y de sus personajes, que tienen algo de teatrales y fársicos, a la manera de los performances.
ZONA DE ARTEFACTOS
El asunto central en torno al cual fluye una trama intensa y álgida es el poder y el intercambio dramático al que somete a los individuos, ya sea porque lo ejerzan o porque se vean atraídos hacia él y perezcan chamuscados, seducidos por su luz. El hombre rico y excéntrico utiliza un poder casi inverosímil para destruir al joven instalador y, con ello, “crear arte real”. El joven instalador se cree, al principio, muy astuto (el pícaro mexicano del que hablaba Guillermo Prieto) y piensa que engaña a un hombre presuntuoso e ignorante, que termina sometiéndolo a vejaciones casi imposibles. El sentido del humor que exuda la novela (y que reverbera en sus siguientes libros) es acompañado de una reflexión aguda en torno a su identidad y al ¿destino? que asumen o combaten los personajes de una historia. Enrigue ya muestra aquí un dominio de la tensión narrativa y una prosa económica pero de gran agudeza descriptiva: una prosa cinematográfica, podríamos decir.
Álvaro Enrigue desmenuza para El Cultural su debut y su incursión en la narrativa hispanoamericana:
“Me interesa hoy y me ha interesado desde la primera página de mi primer libro denunciar a burlas la toxicidad de la gente que tiene más poder que tú, yo y todos los que tenemos vidas más o menos normales. Una vez escuché a Ernesto Laclau decir, en una conferencia en Georgetown, que el acto de escribir es necesariamente político. Reírme de los poderosos es el modesto acto revolucionario que puedo ejecutar siendo el cobarde que soy”.
Enrigue, nacido en la Ciudad de México en 1969, aterriza en Anagrama en 2006 con Hipotermia, un libro de cuentos que, como ya anotaron algunos críticos, está en esa zona borrosa en la que solemos definir como artefactos los libros que no son exactamente esto o aquello. El autor hace que los textos de Hipotermia atraviesen la red de la novela; sus textos siguen siendo cuentos (y es importante que lo sean) porque nos dejan ver las postales del mundo frío y (a veces) bello del país adoptivo. En esta ocasión el mexicano (hombre, criollo) vive en Estados Unidos: trabaja, ama y sufre en un país donde, comenta otro inmigrante, la gente “no sabe platicar”. Hay una conciencia dolorosa de la urgencia mexicana por vivir una mejor vida en un país prestado y la posibilidad de mimetizarse en otra cultura y así dejar de ser mexicano, aun siéndolo; es decir, usar el poderoso talento de flexibilidad moral para abolirlo y convertirse en una persona sin doble fondo.
Enrigue aterriza en 2006 con Hipotermia, que está en esa zona borrosa en la que solemos definir como artefactos libros que no son esto o aquello .
REANIMAR EL ARTE
Con Muerte súbita (2013), Enrigue regresa (consagrado) a la novela. El libro, multipremiado, es otro artefacto delicadamente construido. Hay capítulos breves, otros de una extensión media y capítulos brevísimos, pero todos son importantes para contar la probable (e improbable) anécdota del encuentro entre Francisco de Quevedo y Caravaggio. Esta novela manifiesta la pulsión principal de la narrativa del escritor, a quien le interesa reflexionar sobre un hecho que se suele pasar por alto en la narrativa eurocentrista: Europa no sería nada sin América. La cultura de Europa (por la que nos desvivimos los latinoamericanos en el siglo XX) fue socorrida en sus épocas oscuras por las importaciones mesoamericanas (arrancadas a tajos). Así, el Caravaggio de Muerte súbita descubre los misterios del color y la luz observando una mitra tejida en plumas por un artesano nahua que ha salvado la vida, sobre todo, porque Vasco de Quiroga leyó con mucha fe la Utopía de Tomás Moro. El artesano nahua que se convierte en un cacique en Tzintzuntzan no sabe que al permanecer con vida ha reanimado al Arte con mayúscula. Y esto es lo que más interesa a Álvaro Enrigue: la formación (aleatoria y febril) del megalito de la Historia a partir de los pequeños copos de polen de las vidas aparentemente sencillas y simples de las personas corrientes. Quizá por eso (y éste es mi único reproche al autor) en ocasiones sus personajes se mueven impulsados por un solo tono, que suele ser el de la ambición desmedida o el del miedo o la necesidad absolutos.
En Ahora me rindo y eso es todo los personajes tienen más espacio para transmitir un cardado muy complejo de emociones. La novela se ubica en un norte de México bello e implacable, un poco a la manera de los criollos que lo habitan porque no tuvieron un mejor lugar donde caer. La Historia con mayúsculas es la expulsión de los apaches del aún endeble territorio mexicano en el siglo XIX. Camila, el personaje en que recae la historia con minúsculas, adquiere una consistencia casi física a lo largo de la novela: se convierte en la persona que hace todo para sobrevivir, y esa insistencia en la vida dota la escritura de Enrigue de una textura más profunda.
La atmósfera de la historia también le permite al autor desplegar una prosa donde encontramos descripciones que, aunque son necesarias en términos narrativos, también muestran un registro poético:
... El sol estaba por comenzar a abrir el cielo, empujado detrás de la sierra que despeinaba el horizonte al noroeste de donde estaban. Todavía no despuntaba, pero ya se había comido el roto de las estrellas y había manchado de verde el cielo.
LA HISTORIA PATRIA: UNA LEYENDA
En la entrevista con Álvaro Enrigue le pregunté sobre su novela más reciente, Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022). Implica un gran reto escribir un relato cuyo desenlace conocemos todos:
“Tenemos un solo documento escrito en el momento justo en el que ocurre la guerra entre extremeños y mexicas: la carta de Cortés en 1521.
Y es un texto escrito al vapor de una situación política muy complicada.
En abril de 1519, para evitar ser juzgado más tarde por insurrección, Cortés le escribe al rey una carta donde dice que ha fundado el municipio de Veracruz y por tanto tiene la autoridad para cambiar su expedición, de ‘exploración’ a ‘poblamiento’. Manda la carta y acepta la invitación de Moctezuma a Tenochtitlan.
“Llega, es recibido cariñosamente, está ahí ocho meses en los que nadie sabe ni sabrá nunca qué pasó y, cuando la cosa se le da la vuelta y los me-xicas lo echan de la ciudad, le quitan el tesoro y le matan a más de la mitad de los caballos, escribe, en la huida, otra carta al rey. Es lo que tenemos. Es como uno de esos correos que mandamos un año tarde diciendo: ‘Ay, perdón, tuve Covid’. La carta es buenísima, pero no se puede confiar en ella. Y además los otros documentos que creemos que contienen testimonios directos, las historias de Díaz del Castillo, Gomara y Sahagún, están basadas en esa carta, que se publicó incluso antes de que la leyera el rey. De manera que lo que todo el mundo conoce y que forma parte de la ‘historia patria’ —vaya términos tan escabrosos— es una leyenda, algo así como ‘La leyenda de Cortés en Tenochtitlan’.
“Hay, sin embargo, historiografías y reportes arqueológicos de los últimos cincuenta años que contradicen esa versión monodireccional del relato de la ocupación de la ciudad de México. Pensé que escribir una novela con ese archivo relativamente nuevo era una oportunidad para repensar, desde la libertad absoluta que da la ficción, qué es lo que pudo haber pasado. Por un lado, quería escribir un librito que conversara con las novelas que incendiaron mi imaginación de lector joven: El corazón de piedra verde, de Salvador de Madariaga o Tlacaélel, de Antonio Velasco Piña. Por otro lado había, como me pasa siempre que escarbo en archivos históricos, propuestas divertidas que los historiadores no pueden hacer por estar atados a la metodología que justifica su trabajo”.
Quería escribir un librito que conversara con las novelas que incendiaron mi imaginación joven: El corazón
de piedra verde o Tlacaélel .
SIN EMBARGO, ESTA HISTORIA (que nunca se escribe con minúscula) es la más difícil de contar para un narrador mexicano. Enrigue no concede en torno a nuestra utopía mesoamericana.
Le cuestioné sobre el hecho de que, al contrario que nuestros autores del siglo XX, él expusiera la crueldad mexica, la tortura recurrente a los prisioneros de guerra:
“No sé si la palabra ‘tortura’ defina bien las prácticas sacrificiales crudelísimas de los mexicas y sus contemporáneos por toda Mesoamérica. La tortura tiene el objeto de anular a un individuo, humillarlo hasta borrar su identidad, se inflige el máximo dolor posible en un cuerpo durante el mayor tiempo posible, para obtener una ganancia política a corto plazo. El sacrificio humano era espantoso y tenía un uso político también, pero su contenido ritual exaltaba las virtudes de la víctima. Era atroz, pero no humillante. El acto mismo duraba muy poquito. Yo creo que hay mucho de admirable en los altepes de los lagos de Xochimilco y Texcoco. Eran ciudades que reconocían la fragilidad del equilibrio ambiental del valle —tamaña catástrofe tenemos por no haberlos escuchado.
“Sólo hay un adjetivo para definir la tecnología alimentaria que desarrollaron: cabrona. La milpa regenera el suelo mientras produce y si está en una chinampa da tres cosechas al año: irrigación artificial inmemorial. Piensa en el maíz: no es una planta, es una máquina. El maíz silvestre no existe y si no lo siembras, se extingue. Alguien lo diseñó y lo puso a trabajar. Hay otras virtudes: las ventajas y desventajas de los roles de género no eran abismales como en Europa o Asia y la desigualdad entre grupos sociales no era tanta como la que se desarrolló a partir del segundo siglo de la Colonia —y sigue sin solucionarse en nuestros tiempos.
“Si revisas los documentos que dejaron los viajeros indígenas a Europa durante el siglo XVI verás que una constante es el horror de esos viajeros ante la miseria europea. Una vez cantadas esas virtudes, era un mundo muy gore. Los sacerdotes eran gente rarísima y muy gruesa que, en el periodo de Moctezuma, tenía mucho poder —nunca le permitieron reformar el calendario religioso, que ya no tenía nada que ver con el astronómico. Era un mundo muy funcional, pero en el que la menor disfunción de tu parte se pagaba a un costo altísimo. El servicio militar era obligatorio para todos menos los esclavos y había guerras todo el tiempo. Un errorcito y ciao: a la piedra de los sacrificios en Oaxaca.
“Si tenías malas notas en el colegio militar, adiós, no podías ni siquiera vivir en la ciudad. Se te pasaba de tueste la tarjeta de crédito y bye bye baby, debías venderte a ti mismo o a uno de tus hijos como esclavo. Una tarde limpiabas mal el cuadrito de tu puesto en el mercado y perdías tus privilegios de comerciante; te mandaban a pelear una guerra en la que todos estaban entrenados menos tú: piedra de los sacrificios. Un desliz amoroso o un vasito de pulque y ni te cuento. En la novela traté de ser equilibrado, pero tampoco me avergüenza reconocer que la novela está guiada por el deseo y mi deseo en este caso era que Tenochtitlan no se hubiera terminado nunca, que no se hubiera tenido que reinventar como la ciudad de México. En los documentos de los conquistadores hay una culpa constante por habérsela cargado; esa melancolía que aún nos domina a los chilangos”.
PLAYERA DE LA TRIPLE ALIANZA
Por si fuera poco para la empresa literaria de Enrigue, el fenómeno del que parte la historia de la Conquista es casi marciano: el encuentro de dos mundos que no sospechaban la existencia del otro. Y para rematar, los mexicanos, aunque también somos hijos de Cortés, en cuanto a la Conquista nos ponemos la playera de la Triple Alianza, pero habríamos querido ver, como Cortés, la ciudad más bella (y más cruel) del planeta antes de destruirla. El autor comenta:
“Creo que, si te has dado el gusto perverso de revisar el archivo cortesiano, tendrías que ser un palo de escoba para no encontrarlo fascinante —sin que esa fascinación modifique mi postura frente a su figura: era un genocida y está muy bien que no haya monumentos en su honor en México. El Cortés de Muerte súbita es mucho más complejo —y por tanto más apegado al archivo— que el de Tu sueño imperios han sido. Son personajes distintos que se llaman igual. El de Muerte súbita es más simpático y sagaz —como me parece que debe haber sido. Un gran embaucador que, como sucede a menudo con los líderes carismáticos, ejecuta inimaginables crímenes de guerra al grito de ‘deveritas no había de otra’.
“Muerte súbita tiene la estructura de un partido de tenis: juegos rápidos y cortos que van generando una narrativa única. Es una novela escrita en el mero borde del ensayo porque cada juego es una unidad distinta —la mayoría de los datos incluidos son reales.
Tu sueño es completamente distinta. Tiene la estructura dramática, tan inflexible, de una tragedia. Son cuatro partes que suceden respetando las unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar. Empieza al mediodía, termina a las seis de la tarde, y todo sucede entre el complejo de casas reales de Tenochtitlan y la ciudadela de los templos.
“El relato completo está al servicio de los dramas paralelos de Moctezuma y el capitán Jazmín Caldera. El emperador tiene que decidir qué hacer con los extremeños y el conquistador tiene que encontrar el modo de desafanarse de una expedición cuyos posibles resultados —la muerte en la piedra sacrificial o la destrucción de Tenochtitlan— le parecen atroces.
Lo que importa no es la fidelidad al archivo, sino que el relato funcione, y para que ese relato se cumpla, Cortés tenía que ser un poco más bestia y elemental de lo que creo que fue”.
UN PLAN LÚDICO
El autor propone una tesis (literaria, pero no por ello improbable) que hace de Moctezuma algo más que el pobre bobo que vendió barato su imperio (un collar de oro por uno de cuentas de vidrio). Álvaro abunda en ese tema:
“La conducta de Moctezuma a partir del desembarco de Cortés es por completo irracional si lo que conoces es la leyenda de Cortés en Tenochtitlan. Pero si piensas que lo que el emperador quería era la más letal de las armas europeas —las naciones indígenas que adoptaron el caballo resistieron hasta el siglo XIX—, todas sus decisiones entre la llegada de los españoles a Veracruz y su entrada a Tenochtitlan tienen sentido. Esto sin olvidar, por supuesto, que Tu sueño es una novela: no importa qué haya pensado Moctezuma, sino qué haría creíble que haya tomado la pésima decisión de no reventar a los españoles en un descampado jarocho y a lo que sigue.
“Lo mismo pasa con su personalidad en el libro. Hay dos Moctezumas documentales. Todas las fuentes indígenas dicen que era un gran militar, un estadista flexible y dado a las reformas y un emperador vigoroso pero razonable. Y la leyenda de Cortés en Tenochtitlan lo presenta como un hombre débil, decadente e intelectualmente limitado, que pierde la guerra debido a que se enamora de Cortés —literalmente. Si, como propone en plan lúdico la novela —la ficción es siempre un juego y nada más que un juego—, piensas que entre 1519 y 1521 Moctezuma padeció una depresión titánica —yo conozco bien la mordida de ese perro—, las dos versiones empatan. El Moctezuma de Tu sueño imperios han sido es un cincuentón al que el mundo se le viene encima, un personaje posible”.
Tu sueño imperios han sido resulta, junto con Ahora me rindo y eso es todo, la novela más visual y atmosférica de Álvaro Enrigue. Siempre será encantador que un escritor nos ayude a imaginar los palacios y calles de Tenochtitlan. Hacia la segunda parte del libro, el autor propone una manera poética de entender la desmesura de esta historia. Es decir, en un ejercicio posmoderno cuestiona su propia facultad para narrar la Historia y propone lo que en realidad ocurre: que hemos viajado, no a través del tiempo, sino del texto, para ser el persona-je en cuya piel no nos reconocimos al principio de la novela. En este sentido, Tu sueño imperios han sido es el más poético de los libros escritos por el autor que vive en Estados Unidos.
En un ejercicio posmoderno cuestiona su facultad para narrar la Historia...
Tu sueño imperios han sido es el más poético de los libros escritos por Enrigue .
LA MEJOR VERSIÓN DE LA VIDA
“Es la novela que más trabajo me ha costado, sin ninguna duda —afirma—. Creo que es un relojito. Y estuve meses y meses paralizado frente a la imposibilidad de terminarla. Ya lo conté en otro sitio, así que me disculpo si me estoy repitiendo, pero es lo que me pasó. Tengo, como todos los lectores compulsivos y todos los corredores obsesivos, males de espalda. Durante los meses en que le daba vueltas al manuscrito sin poder terminarlo —porque lo que quería era que ganara Moctezuma y punto— tuve una crisis de ciática muy fuerte. Nomás no me podía mover y me pasaba los días leyendo en la tina porque sólo el agua muy caliente —y la oxicodina, pero esa me la quitaron rápido— me aliviaba. Soy mal lector de novelas, pero era lo único que podía leer, así que fui gastándome una pila enorme que tenía en el buró —resultado de distintos viajes. Leyendo Las malas, de Camila Sosa Villada, me sorprendió que una escritora contemporánea recurriera con garra y fortuna a las estrategias narrativas de nuestros mayores —el Boom y anexas. Por esos días estaba dado a Borges —que ya me tiene harto— en la uni, así que leyendo ‘El Aleph’ o ‘El milagro secreto’ en la tina pensé: Si Camila Sosa puede salirse con la suya resignificando a Gabriel García Márquez desde la Argentina que se bate por los derechos LGBT+, ¿qué me impide reclamar a Borges en la más chilanga de mis novelas?”
Al final le pregunto a Álvaro Enrigue cómo describiría sus estaciones literarias y qué lo mueve a escribir ahora. Responde:
“No sé cómo se perciba desde allá afuera, en lo personal veo Muerte súbita, Ahora me rindo y eso es todo y Tu sueño imperios han sido como un ciclo. Así también vi Hipotermia, Vidas perpendiculares y Decencia, como un solo cuerpo narrativo. Desde mi estudio, Muerte súbita acaba en Tu sueño. Así que toca rascarse la cabeza hasta que dé con algo que me evite la aburrición. Pero no tengo prisa porque cuando lo que pensaba que me tocaba era preparar el aterrizaje en la vejez me sucedió el milagro sorpresa de un bebé —el Emilio Guadalupe. Imagínate. Estás ahí, pensando en la muerte, y estalla la mejor versión de la vida. Los minúsculos triunfos e infinitas miserias de la vida literaria no podrían importarme menos ahora”.