Lamento por Iván

Los meses de pandemia han cobrado para todos una cuota desmedida tanto de enfermedades como de pérdidas entre gente cercana. El poeta y editor tamaulipeco Iván Trejo murió el pasado enero. En esta evocación, Héctor Iván González ofrece recuerdos entrañables del amigo, del escritor y, más aún, de quien por medio del trabajo profesional con las palabras abrió foros para las voces poéticas —nuevas o consagradas— que llamaban su atención, en Editorial Posdata y, más tarde, en su sello propio: Editorial Atrasalante.

Iván Trejo (1978-2021).
Iván Trejo (1978-2021). Foto: Fuente: lja.mx

A Luis Jorge, a Toño Ramos y, sobre todo, a Ale

¿En qué momentos podemos decir que hemos conocido a un editor? ¿Cuál es el instante en que hemos tratado con aquél que ha dado refugio a los autores que nos brindan un diálogo silencioso? Quizá por esto es difícil dar una fecha de cuándo conocí a Iván Trejo (Tamaulipas, 1978-2021), pues parte de su exquisito gusto poético y su labor editorial precedieron al encuentro. Como editor, Iván instaló un puente con poetas que no estaban en el panorama, y nos llevó por una zona “de la que raramente hablan los manuales y los libros”, como dijo Czeslaw Milosz. Siguiendo la senda de Sergio Pitol, se obsesionó por Polonia y sobre todo por sus poetas, Szymborska, Lipska, Zagajewski o Rozewicz, entre otros. Gracias a Apoyos a la Cultura, viajó por varios países y tuvo estadías en Cracovia.

Una vez reconocido con los premios Nuevo León de Literatura en Poesía, por Silencios, con el Amado Nervo (ambos en 2006), y el Carmen Alardín por Los tantos días (de 2008), Iván ya no se limitó a presentarse como poeta, sino que se dio a la tarea de abrir espacios para las voces que le interesaban, jóvenes y consagradas, con la revista y los libros en la editorial Posdata de Monterrey, donde publicaron a Juan Manuel Roca, Dana Gelinas, la correspondencia de Pizarnik y antologías de Lipska y Szymborska.

Charlé con él por primera vez en la FIL de 2013, lo cual me permitió entablar amistad con un ser de un humor contagioso que podía arrancarte lágrimas de hilaridad. Hablamos de nuestros admirados Milosz, Szymborska, Zbigniew Herbert, Gamoneda y Juan Gelman. Al día siguiente, en el lobby del hotel descubrí a Iván conversando con Gelman antes de la presentación de Los poemas de Sidney West (Posdata, 2013), donde aparecen estos versos que he hecho mi divisa: “hay quien vive como si fuera inmortal; / otros se cuidan como si valieran la pena”.

Trejo no se limitó a presentarse como poeta, sino que se dio a la tarea de abrir espacios para las voces que le interesaban 

En el coloquio, Iván no se limitaba a la poesía, su conversación era de amplio rango. Veneraba a sus figuras tutelares: Gabriel Zaid, David Toscana, Eduardo Antonio Parra, Eduardo Lizalde y Daniel Sada —de quien publicó póstumamente El amor es cobrizo, recordamos juntos que él había participado en su homenaje a inicios de 2012. Asimismo, Iván le propuso una antología personal a Francisco Hernández, Obra suspendida —una de las más representativas del autor de Moneda de tres caras (Posdata), con una joya poco conocida, “El patio y la surada”.

En 2014 nos reencontramos en la Ciudad de México. Acababa de morir Juan Gelman y la conversación se volvió un homenaje a dos voces, cuya primicia fue el advenimiento de su propia editorial, Ediciones Atrasalante. No sólo hacía honor a De atrasalante en su porfía, de Gelman, sino que también se estrenó con la reedición del primer poemario del argentino, Violín y otras cuestiones, de 1956. Presentamos el poemario con Mara Gelman en el público. Hablé de la influencia de los poetas judíos, como Yehudah Halevi o Ibn Gabirol, en toda la obra de Gelman. También referí lo convulso de aquel 1956 en Argentina, de las masacres y de Rodolfo Walsh. Iván me dijo que a Mara le habían gustado mis palabras, creo que cualquier otro amigo hubiera sido celoso y no me lo hubiera dicho. Le conté que al sepelio de Juan Gelman había llegado el bandoneonista César Olguín con su terceto. Se despidió a Gelman con tangos de Piazzolla y un kaddish, el rezo doliente a la muerte. Como buen poeta, ese tema atraía a Iván, así lo muestra “Hay un jardín”:

Voces del heredado éxtasis inundan

[el jardín /

no pienses que he muerto / ni lo sientas /

ni lo digas / el silencio del estar es todo lo

[que poseemos /

otra es la voz del agonizante / no

[la nuestra

que recorre los hombros desnudos de las

[preguntas / no la nuestra

que habita todos esos lugares donde

[no estamos.

O en este desencadenamiento:

si hablara / de mi muerte quisiera

contarla como una manzana

que se abre en alas y se va alejando

como las notas de un tango disperso

en la madrugada / cerrar de ojos con las mejillas enrojecidas / como quien

disfruta de un aire apenas nevado / quisiera que ya sobre el resto sepan

explicar con palabras de este mundo

que partió de mí un barco

[llevándome...

Las cursivas hacen referencia a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, pero se vuelven, en esencia, tan suyas que nos revelan a un poeta de silencios marinos: “La palabra es un barco / hundiéndose en un muelle / donde el silencio parpadea”.

La obra poética de Iván se reunió en Presagio contra el destierro (2002-2012), editada por la UANL. Dejó un libro inédito de poesía y varios ensayos por compilar; muchos lectores de Iván esperamos que pronto vean la luz. Como último acto de asombro, partió el 14 de enero, la misma fecha en que se fue Juan Gelman. Cito los versos de Szymborska a manera de kaddish:

Nuestro botín de guerra es el

[conocimiento del mundo:

es tan grande que cabe en un apretón

[de manos,

tan difícil que se puede describir con una

[sonrisa,

tan extraño como en una plegaria el eco

[de las viejas verdades.