José María Pérez Gay

El látigo de la modernidad

El legado intelectual y literario de José María Pérez Gay —a diez años de su desaparición— consta sin duda, para muchos lectores, en su trabajo como divulgador del orbe de la cultura alemana. Desde un singular maridaje de literatura y filosofía introdujo en nuestras letras autores poco divulgados —fue, por ejemplo, traductor de Thomas Mann, Joseph Roth, Karl Kraus y Elias Canetti, además de verter la poesía de Paul Celan de modo perdurable. En su vertiente fundamental de ensayista pudo reunir en dos tomos un compendio de su sensibilidad y conocimiento de la tradición germánica. Esos volúmenes son el tema de las siguientes páginas

José María Pérez Gay (1944-2013).
José María Pérez Gay (1944-2013). Foto: Fuente: ecured.cu

La literatura es una disciplina artística que ha sobrevivido a lo largo del tiempo, pese a todos los augurios, debido a su condición múltiple y singular.

I. SER UN PUENTE CULTURAL

Cada escritor aporta una forma personalísima de encarnar el hecho creativo, con la cual lleva la práctica literaria hacia terrenos inexplorados. Eso deriva en la imposibilidad de trazar un mapa tipológico completo del escritor como artista, pese a que se dedique a disciplinas genéricas: digamos, la poesía, la novela, el teatro, el ensayo. Aun con ello, según se avanza en la formación lectora esa tipología se dibuja de manera paulatina hasta integrar lo que se denominan familias espirituales, es decir, cadenas de autores engarzadas a lo largo de los siglos, que se distinguen por ejercer el oficio literario de un modo y no de otro. Este fenómeno genera que los lectores se agrupen alrededor de ciertos autores, incluso si ellos mismos ignoran ser parte de células con una afinidad estética definida.

Según todos los indicios, José María Pérez Gay (1944-2013) optó por ser parte de esa tipología del escritor que elige ser un puente entre culturas y, a un tiempo, ejercer como docente involuntario para sus colegas de oficio y lectores. En particular dos títulos de su obra ensayística, El imperio perdido (1991) y La profecía de la memoria. Ensayos alemanes (2011), integran un díptico a partir del cual puede leerse la totalidad de su obra literaria.

Pérez Gay eligió el horizonte cultural de los pueblos germánicos para arraigarse y, desde ahí, indagar un esclarecimiento sobre las causas del desánimo de ciertos escritores, para luego explicitarla con muestras claras de afecto. Es un autor cordial con sus lectores y con quienes prefieren relacionarse a través de la escritura. Estamos ante un germanista de altos vuelos que no intentó tropicalizar las formas teutonas para hacerlas comprensibles a los lectores hispanoamericanos, sino que pidió de cada uno de ellos un esfuerzo intelectual redoblado para lograr que el entendimiento fuese hondo y perdurable.

Hago énfasis en la condición de puente entre culturas porque no todas las generaciones de escritores cuentan con esta clase de intermediarios. Los traductores ejercen ese papel, pero su labor suele ser discreta y se preserva para el dominio de editores especializados y lectores asiduos. Difícilmente la obra de un traductor podría ser materia de culto, a diferencia de lo que sucede con numerosos autores. Hace falta pasión filantrópica para hacerse de conocimientos de primera mano en otras tierras con el objetivo de suministrarlos con gentileza a sus receptores. Nuestro entendimiento del mundo germánico ha variado desde la publicación de los títulos señalados. De algún modo son una lectura obligada no sólo para quienes disfrutan la mejor literatura, sino también para quienes aceptan gustosos apuntes e intuiciones fiables sobre la sociología, la psicología de los pueblos, los inicios del psicoanálisis o la reconstrucción de episodios de grandes periodos de la historia, con ayuda de la literatura.

De igual modo, refiero que acercar-se a la obra de Pérez Gay es una elección que se vuelve magistral para quienes lo leen, debido a su posibilidad de reunir sendas vetas de cono-cimiento y dosificarlo con amabilidad a sus lectores. No todos los escritores acceden al apelativo de maestro y éste apenas debe usarse con ligereza. En este caso, estamos ante uno que lo pide de forma natural. Pérez Gay lo fue y lo es a través de sus libros, al menos en el ámbito de la literatura que eligió cultivar y polinizar en el medio hispanoamericano. Y es que a pesar de ciertas imprecisiones en El imperio perdido (señalar, por ejemplo, que Lublin, Minsk, Riga o Theresienstadt fueron “campos de exterminio”)1 y diversas erratas (“Thora” por “Torah”, en repetidas ocasiones), que se han arrastrado a lo largo de las reediciones, ese título se conserva como un modelo preciosista para acceder a cierta literatura y, a la manera de una confesión apasionada, es uno de los esfuerzos más vigorosos por abrirla a los demás.

EXISTE UN MODELO DE ANÁLISIS en esas páginas, a la vista para quien sienta curiosidad por saber cómo se integra una radiografía de esas proporciones, aunque vetado para quien lee con distracción en el transporte público. El número de libros que Pérez Gay leyó con detalle para la escritura del díptico es cuantiosa y acaso incalculable: es el compendio de una vida de lecturas. Además, por supuesto, de la revisión de los epistolarios, mapas de la época, líneas de tiempo, reseñas de los autores que eligió para su paseo finisecular vienés y, debido a su dominio de la lengua alemana, documentación adicional de primer orden.

Portada del libro "El Imperio perdido"
Portada del libro "El Imperio perdido" ı Foto: Especial

Ahora bien, se ignora si leyó algo más con esa misma energía y ese vigor

por llegar a una comprensión cabal de aquel periodo. No es posible señalar si apreció el ensayo dominicano del siglo XIX o los relatos infantiles de los pueblos africanos, la poesía de autores esquimales o el pensamiento de los Padres del desierto. Los habrá leído, quizás, pero su imaginación y afectos de lector se quedaron en esa Viena que no pudo contener el multiculturalismo de la zona y que terminó a causa de una explosión de dinamita. Pérez Gay se arraigó en un horizonte cultural y, a la manera de un especialista, quedó confinado a su saber elegido. Por fortuna el crítico literario se encontró con el biógrafo de suelta imaginación, de modo que páginas de El imperio perdido reconstruyen, de modo imprescindible, la difícil sobrevivencia que llevaron quienes en lo sucesivo llamaré los autores elegidos: Hermann Broch (1886-1951), Robert Musil (1880-1942), Karl Kraus (1874-1936), Joseph Roth (1894-1939), Elias Canetti (1905-1994) y Walter Benjamin (1892-1940).

Portada del libro "La profecía de la memoria"
Portada del libro "La profecía de la memoria" ı Foto: Especial

A Benjamin lo sumo por ser el protagonista casi exclusivo de La profecía de la memoria, título que cierra los esfuerzos de Pérez Gay por entender de qué manera se desmoronó una sociedad en todos sus ámbitos: político, moral, militar, religioso, económico y, por supuesto, cultural. Nada menos que un reto mayor que sólo podía encarar un autor mayor.

II. SOBREVIVIR AL DESASTRE

El arco de tiempo aproximado del díptico se estira de 1880 a 1945. De modo intermitente, si bien de manera soterrada, se dibujan los siguientes hilos conductores: 1) el naciente psicoanálisis de Sigmund Freud; 2) la cuestión judía (todos los autores elegidos lo son, con excepción de Robert Musil, aunque se casó con una mujer judía) y los efectos adversos de las políticas nacionalsocialistas; y, en consecuencia, 3) el desánimo de todos ellos ante el tiempo que les tocó vivir, aunado a cierta forma de asumir la ruina de cualquier idea de progreso humano. Era una época de pesimismo y negrura, en la que existía desabasto de esperanza en los corazones. Los autores elegidos notaron que no sólo se disolvía un imperio, sino que el destino del individuo se hallaba comprometido: se terminaron las garantías de sobrevivencia y certeza en el progreso que alimentó la Revolución Industrial y el avance técnico del último cuarto del siglo XIX. Se amaneció a un nuevo siglo, es cierto, pero se presentó con aires de necesidad e incertidumbre.

Su imaginación y afectos de lector se quedaron en esa Viena que no pudo contener el multiculturalismo y terminó a causa de una explosión de dinamita

La imagen de la ruina es mayor de la que se dibuja en un primer vistazo. Debe recordarse que no sólo se hundió el Imperio Austrohúngaro, sino junto con él, otros tres más: “Como consecuencia directa de la guerra, los Imperios alemán, austro-húngaro, ruso y otomano dejaron de existir”.2 Esto significa que los acuerdos culturales de convivencia se trozaron en 1914. Las nacionalidades se disolvieron bajo una nueva definición en los mapas. De la noche a la mañana, unos se volvieron enemigos de otros por la sola firma de un tratado internacional. La Gran Guerra es el eje del díptico de Pérez Gay. Sus efectos fueron tan graves que en una arriesgada hipótesis que aún genera comentarios, Eric Hobsbawm estimó que el siglo XX se inauguró en 1914 y cerró en 1989. Millones de jóvenes murieron o fueron heridos. Se perdió una generación completa en las trincheras, sofocada por los gases de nueva invención para efectos bélicos o acribillados bajo caballos que avanzaban a todo galope en los campos de la ofensiva.

Y es que pese a los cuantiosos estudios alrededor de la Primera Guerra, las causas profundas del conflicto se mantienen a debate entre los historiadores. Cuando para la mayoría de ellos la zona centroeuropea siempre fue el escenario inestable de identidades en pugna, Holger H. Herwig, por citar un caso, da una versión distinta de los años previos al inicio de la conflagración: “Una cierta calma había descendido sobre Europa luego de la turbulenta primera década del nuevo siglo”. Luego remata: “Para la mayor parte de los europeos de clase media y alta fue una ‘época dorada’ de leyes y orden, respeto y decencia”.3

Más osado, Norman Lowe explica lo siguiente: “Es difícil analizar por qué el asesinato de Sarajevo desencadenó una guerra mundial; a la fecha, los historiadores no han podido ponerse de acuerdo”.4 Derivado de ello, no parece claro cómo sucedieron los hechos. La afirmación es una paradoja debido a que los efectos de esa Primera Guerra detonaron la Segunda, con el caudal de seres humanos que terminaron bajo tierra.

ES FÁCIL ENTENDER el pesar de los autores elegidos, al atestiguar esa caída del mundo y al mismo tiempo ser víctimas de las circunstancias. El exilio, el alcoholismo, la soledad, la falta de apoyos para continuar sus obras o el suicidio apagaron casi por completo su relación con una sociedad que les negó un espacio. Lo que siguió fue la ruina espiritual, el desánimo, la falta de confianza en la propia labor creativa. Es lo que relata Pérez Gay de forma iluminadora en estas páginas. Lo sucedido en el siglo XX gana singularidad en la secuencia de hechos históricos, por su capacidad para generar consecuencias a largo plazo.

Nadie habría imaginado que el Tratado de Versalles, que cerró en su mayor parte el conflicto de los beligerantes, terminaría por convertirse en el ariete con el cual se abrirían las puertas de un nuevo conflicto bélico, mortífero sin razón y de consecuencias humanas más graves.

Una de las tesis principales de Pérez Gay es que la ruina de una civilización la experimentan todos, pero sólo el escritor puede transformarla en un producto estético para las generaciones del futuro. Todos padecen la hambruna, el alza de los precios, mirar con asombro la extinción de especies animales, la contaminación del océano por las toneladas de basura. El escritor no sólo mira el espectáculo de la degradación, sino que además idea modos para atajarla, así sea una vía estética. Traza un orden posible para la derrama incesante de los hechos. La creación es, de hecho, una forma de mirar a la humanidad a los ojos y, a un tiempo, a cada uno de los individuos que la conforman. Fue lo que hicieron los autores elegidos: se confiaron a su capacidad de crear y lucharon con todos los medios a su alcance para evitar que el espectáculo de la ruina les alcanzase antes de lo previsto. Así, su forma de sobrevivencia es un paradigma para cualquiera que se refiera a sí mismo como creador.

El siglo XX fue un ciclo de sorpresas, no siempre apacibles. El avance tecnológico mantiene un lado siniestro que dejó un rastro de sangre sobre la alfombra. Las sonrisas que brotan al atestiguar que el hombre llegó a

la Luna contrastan con los cadáveres de la Shoah, de la misma forma en que los muertos de Stalin maridan con la aparición del VIH en Nueva York.5 Los motivos para el desánimo no son pocos, ni menores, como en aquella Viena. Es necesario encontrar nuevas herramientas para sobreponerse a la penuria y seguir hasta donde sea posible, manteniendo un mínimo de dignidad y amor propio.

III. EL LUGAR DE LA REDENCIÓN

Es muy notorio que a José María Pérez Gay le interesó el psicoanálisis; las menciones a Freud y a su obra son constantes a lo largo del díptico. Hay una diferencia esencial, sin embargo, entre el alcance de El imperio perdido y La profecía de la memoria. En el primero, el enfoque es en esencia literario, porque quizá el escritor aún no se sentía competente para vaciar algún apunte sobre la práctica del psicoanálisis, mientras que veinte años después ahonda sus lecturas sobre Freud y la mente: entonces se arroja a calibrar la importancia del legado psicoanalítico. El funcionamiento de la psique es un asunto de primer orden en la literatura, que pende del hecho humano, poblado por fantasmagorías y temores arquetípicos del género: la soledad, los otros, la muerte. Un lector o autor con el mínimo de estrategias de interpretación psicológica interactúa de manera más provechosa con un producto escrito.

Una de las tesis principales es que la ruina de una civilización la experimentan todos, pero sólo el escritor puede transformarla en un producto estético

De igual manera, hice mención a la importancia de la cuestión judía en el díptico. El propio Pérez Gay lo anota como sobresaliente: “Observa George Steiner que, con muy pocas excepciones, la época del esplendor y la decadencia del imperio austro-húngaro se encuentra bajo el signo de la comunidad judía”.6 El nacionalsocialismo sofocó centímetro a centímetro el espacio laboral de los judíos, consecuencia de lo que se anunció en el Punto 4 del Programa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y que al final se llevó a la práctica en todos los ámbitos de la vida social alemana.7 Aquello no hizo sino alargar la zozobra que inició en 1914 y se extendió hasta 1933, año del triunfo del nacionalsocialismo. Así que a la falta de oportunidades como resultado de la Gran Guerra siguió el escenario sobre-cogedor de un régimen alemán voraz que procede a la anexión de Austria en 1938, a tan sólo cinco años de haber conquistado el poder. Conviene subrayarlo porque la angustia de los escritores judíos (no únicamente de los autores elegidos), admite revisarse desde una perspectiva distinta a la del escritor convencional de la época, que no sentía el temor por las acciones políticas de los nazis. Al final, parecía una solución admisible para los problemas de Alemania, tal como lo expresaron Martin Heidegger y Günter Grass, con sus respectivas afiliaciones

LA VISIÓN JUDAICA de una catástrofe perentoria no implica por fuerza el abatimiento. El caso de Joseph Roth es significativo, ya que pese a su debilidad por el alcohol y la vida social (que demasiados celebran como si se tratase de un toque de carisma y que en último término le costó la vida), buscó a través de su escritura caminos hacia la redención. Diría el autor austriaco, de manera hipotética: “El mundo que está frente a mis ojos está arruinado, pero sé que puede transformarse en uno diferente y mejor y la herramienta que tengo a la mano para intervenir en ese proceso es el arte, la escritura”. Rares G. Piloiu leyó las obras de Joseph Roth en la búsqueda de esa idea de redención, la cual derivaría del jasidismo. Explica:

... [la] noción de redención se presenta a sí misma en el trabajo de Roth como una solución a la profunda crisis en la cual la modernidad —entendida en un sentido político, moral y filosófico— arrojó al individuo y a la sociedad por igual.8

Eso equivale a señalar que los autores elegidos no se enfrentaron a las consecuencias de un régimen político, sino a una de las manifestaciones más extremas que la modernidad entregó a la época contemporánea.

A la falta de opciones en el mundo de lo real, del reconocimiento sólo puede oponerse la utopía, que no exige más que un ejercicio de imaginación política y de esperanza en un porvenir más halagador para la mayoría. Así lo hicieron Hermann Broch, con sus extensos libros de prosa enjoyada y onírica; Robert Musil, con su retrato de una sociedad bajo el formato de un libro que promete nunca terminar; Karl Kraus, con su manera singularísima de ejercer el periodismo, el de-bate público y el aforismo; Joseph Roth, con tantas novelas entrañables sobre la ruina de una civilización; Elias Canetti, con su modo exquisito de abordar el problema del individuo en la sociedad; y Walter Benjamin, que eligió la muerte antes que ser arrojado a una celda para festín de quienes lo perseguían.

Joseph Roth (1894-1939).
Joseph Roth (1894-1939). ı Foto: Fuente: wyborcza.pl

Por supuesto que Roth no germinó por sí solo la idea de la redención como un modo de resistencia espiritual ante los embates de la realidad. Vuelvo a Piloiu:

No sólo Roth sino también otros pensadores de su generación, como Rosenzweig, Benjamin, Bloch y Buber, fueron asimismo cautivados por el poder del presente para ofrecer soluciones, haciendo eco, de un modo secular, a la idea jasídica de la redención como un evento de la vida cotidiana.9

En otras palabras: era posible la salvación siempre que la incluyesen en el horizonte de sus anhelos. Lo hicieron, les pareció que no había otro camino a seguir que mantenerse firmes en la convicción de un cambio de condiciones. No debe olvidarse que la obra principal de Franz Rosenzweig se titula La estrella de la redención (1921), por lo que es legítimo conceder crédito a la tesis de Piloiu sobre la importancia de ésta como estrategia para autopreservarse. La redención, luego de la caída, flotaba en la psique de los intelectuales judíos vía el jasidismo, sea que lo hubiesen escuchado en la sinagoga o en alguna recopilación de cuentos clásicos. Los brazos de la tradición son largos.

IV. LA PÉRDIDA DEL SENTIDO

El díptico ensayístico de José María Pérez Gay lidia con uno de los problemas que derivan de la modernidad: el adelgazamiento del individuo, de cara a la fuerza arrolladora de la masa. Un fenómeno que detona en 1789 y llega hasta nuestros días. El individuo se transforma en votante. Y los autores elegidos son extremosos debido a su propia taxonomía de creadores. Se tratara de estetas o filósofos, pensadores o paseantes, se asomaron a las cenizas de la modernidad y el espectáculo que presenciaron no fue el que anhelaban. El escritor es un individuo que lucha por autopreservarse y trata, por todos los medios a su alcance (el principal es la obra), de sobresalir como un actor de primer orden en su tiempo. El escritor más devoto de las masas sin rostro firma libros con su nombre.

La sorpresa democrática que el nacionalsocialismo incuba, que brota de las urnas y se convierte en un régimen totalitario, es uno de los dilemas de la modernidad, encarnado en un hecho contemporáneo. El juego político es uno de los más delicados y se encuentra expuesto a los vaivenes, al capricho de las multitudes y la fuerza bruta, pese a las bondades que prometen quienes invitan a visitar las urnas. Los escritores elegidos por Pérez Gay padecieron los efectos adversos de la modernidad como si se tratase de una tragedia griega, en donde la voluntad de los dioses constaba escrita desde el inicio del tiempo. El cambio súbito de condiciones, siempre desfavorable para ellos, les hizo suponer con pesimismo que las esperanzas del individuo en el progreso y la revolución debían calibrarse con nuevos métodos intelectuales. Quedó probada la imposibilidad de construir un modelo de convivencia impoluto, lejos de cualquier tentativa de sesgo autoritario. Ahí donde hay concentración de poder en unas manos se corre el riesgo de que alguien más pueda acceder a él y dar un viraje atroz.

El díptico de Pérez Gay lidia con un problema que deriva de la modernidad: el adelgazamiento del individuo, de cara a la fuerza arrolladora de la masa

En las páginas de El imperio perdido, Pérez Gay recuerda un curso que impartió Max Weber en 1918. Refiere que el pensador alemán manifestó lo que denomina una “audacia”: “El mundo moderno no era sino la pérdida del sentido”.10 Para señalar esa idea a un año de la Revolución Rusa, en el que se despiertan todos los entusiasmos, uno debía ser un pesimista o un temerario. Weber no tenía empachos en anotar que la Gran Guerra era la confirmación de que Occidente se hallaba a la deriva. Llegado cierto punto, no era claro ni cómo había iniciado, ni su posible derrotero. Por los signos de la época, tampoco era concebible que hubiera bahías a las cuales dirigirse. La conflagración se salió de control y las consecuencias eran imposibles de prever. Por lo demás, Weber muere en 1920, así que no fue testigo de esa gran pérdida de sentido que vendría aparejada con la Segunda Guerra Mundial, la mayor pérdida de vidas humanas del siglo.

AÑADO UN APUNTE DE CIERRE: solamente Hermann Broch y Elias Canetti sobrevivieron a 1945. Sólo ellos fueron testigos de los campos de exterminio y de lo que supuso la Solución Final. La modernidad se distinguió por lanzar hechos a borbotones sobre los individuos, a la espera de que integraran una fotografía de amplio espectro. Frecuentemente eso derivó en menor comprensión de lo ocurrido o en teorías conspirativas, uno de los alimentos preferidos por las épocas en las que el bien, la verdad y la bondad se perdieron como valores esenciales.

La “pérdida del sentido” a la que hizo referencia Weber está vinculada con nuestra imposibilidad de hallar un camino que nos ponga en vías de un destino cierto. Se perdieron las certezas y el nudo de la realidad no lograba destrabarse. Por el contrario, nuevas cuerdas se insertaron en la maraña de los sucesos para generar más tensión interna, lo que provocó menos movilidad para cerrar vetas de incertidumbre.

Diría que los historiadores del futuro darán las claves de nuestro tiempo, aunque lo cierto es que no tenemos certeza de los años de la Primera Guerra Mundial, pese al tiempo transcurrido, así que no queda demasiado por esperar. Como tantos otros creadores, los autores elegidos fueron víctimas de la modernidad en plena época contemporánea. A su falta de ánimo, por suerte, puede oponerse su confianza en la redención a través del arte, la escritura y la libertad del individuo por encima de la masa, capaz de todos los desastres imaginables y más aún.

Elias Canetti (1905-1994).
Elias Canetti (1905-1994). ı Foto: Fuente: drouot.com

Notas

1 Ver https://www.yadvashem.org/es/holocaust/about/final-solution/death-camps.html

2 En “Primera Guerra Mundial: Tratados y compensaciones”, Enciclopedia del Holocausto, United States Holocaust Memorial Museum: https://tinyurl.com/muz4mddp

3 Holger H. Herwig, The First World War. Germany and Austria-Hungary 1914-1918, Blooms-bury Publishing, New York, 2014. p. 8.

4 Norman Lowe, Guía Ilustrada de la historia moderna, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, p. 30.

5 Tanto el Sida como Stalin fueron tornados de muerte. Esa enfermedad lleva más de 30 millones de muertos de 1981 a esta fecha: https://www.unaids.org/sites/default/files/media_asset/UNAIDS_FactSheet_es.pdf. Por otro lado, de los 100 millones de muertos que dejó el comunismo, Stalin ejecutó al menos a 20 millones entre opositores, disidentes y otros enemigos del régimen: https://es.wikipedia.org/wiki/El_libro_negro_del_comunismo

6 José María Pérez Gay, El imperio perdido, Cal y Arena, México, 1994, p. 14.

7 “Punto 4: Sólo un miembro de nuestra raza puede ser un ciudadano. Un miembro de la raza sólo puede ser aquel que posee sangre alemana, sin importar su credo. En consecuencia, ningún judío puede ser miembro de la raza, y, por ende, ser ciudadano alemán”. Programa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, NSDAP por sus siglas en alemán (1920).

8 Rares G. Piloiu, The Quest for Redemption: Central European Jewish Thought in Joseph Roth’s Works, Purdue University Press, West Lafayette, Indiana, 2018, p. 2.

9 Op. cit., p. 6.

10 José María Pérez Gay, op. cit., p. 36. Énfasis añadido por el autor de este ensayo.