El legado moderno del museo más antiguo

AL MARGEN

Imagen del Museo Nacional de Antropología
Imagen del Museo Nacional de Antropología Foto: unsplash.com

Hace 60 años, en el mes de abril, sucedió uno de los acontecimientos más recordados en la historia de la Ciudad de México. Fue el día 16, para ser más precisos, cuando la lluvia anunció la llegada del dios del trueno, Tláloc, al Paseo de la Reforma para dar la bienvenida a los visitantes del nuevo Museo Nacional de Antropología. El enorme monolito tallado hizo su trayecto desde San Miguel Coatlinchán, recorriendo las calles principales de la capital, donde sus habitantes se acercaron a saludarlo a su paso, presas de la expectativa y curiosidad que generaba la nueva sede del otrora Museo Nacional —abierto en 1825.

El asombro que se sintió ese día de 1964 al ver pasar aquel monumento, todavía se percibe hoy cuando se atraviesa el umbral hacia la sombra del gran paraguas de su patio principal. El inacabable acervo del México antiguo que resguardan sus salas es lo que atrae a sus más de un millón de visitantes al año, pero la arquitectura que lo envuelve convierte a la visita en una experiencia singular. Por eso, en este 60 aniversario de su apertura no podemos olvidar el legado moderno del museo más antiguo.

PEDRO RAMÍREZ VÁZQUEZ, el artífice del recinto, aseguraba que la arquitectura de su tiempo debería buscar soluciones modernas pero siempre tomar en cuenta la geografía y la historia. Imbuido por el espíritu nacionalista del oficialismo posrevolucionario, consideraba que era esencial evocar la tradición arquitectónica del país en su obra. Desde luego que, al proyectar un inmueble dedicado a la conservación y difusión del pasado de México, esta visión imperó.

Para el arquitecto, un elemento que resumía la historia constructiva del país era el patio. Presente tanto en la arquitectura prehispánica como en la española, en las obras de Ramírez Vázquez se convirtió en un símbolo del sincretismo que tanto se promovió como origen de la cultura mexicana. Bajo su perspectiva, también conformaba el eje de la vida social de los mexicanos, espacio tanto de tránsito como de convivencia, por lo que a menudo el arquitecto desarrollaba sus proyectos públicos en torno a éste. El patio es, por lo tanto, lo que articula tanto el recorrido como el discurso de las salas, de manera que al atravesarlo nos hace partícipes de una continuidad histórica en el espacio. La piedra volcánica que le da forma es también un elemento que evoca esa continuidad, usada para edificar los basamentos piramidales y reutilizada tras la Conquista.

PERO REGRESEMOS AL PARAGUAS, sin el cual la experiencia del patio estaría incompleta. Obra colaborativa de Ramírez Vázquez y los hermanos Chávez Morado, corona el conjunto con un relieve que representa la integración plástica entre arquitectura y arte tan en boga en su época y atribuida también a un pasado inmemorial. A esta corriente se incorporaron murales en los interiores —muchos de ellos de pintoras— y conjuntos escultóricos, como la famosa barda-tzompantli de Manuel Felguérez, convirtiendo al Museo Nacional de Antropología en una obra de arte total.

En el marco de su 60º aniversario vale la pena enfatizar que no sólo se trata de un recinto para el goce de obras del México antiguo, sino también de una obra moderna.