La leyenda negra de Taylor Hawkins

El corrido del eterno retorno

La leyenda negra de Taylor Hawkins
La leyenda negra de Taylor Hawkins Foto: elcomercio.pe

La semana pasada el mundo del rock se vio sacudido, una vez más, por una muerte trágica. Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters, fue encontrado en una habitación de hotel en Colombia. Tenía 50 años de edad. Y ahora se ha convertido en leyenda.

“Me gano la vida tocando rock, no me puedo quejar”, dijo en una ocasión. Sin embargo, la autopsia reveló que en su cuerpo nadaba un coctel de diez sustancias, entre ellas THC, opiáceos y benzodiacepinas. Demasiadas muletas para alguien satisfecho con su existencia. Taylor, como tantos artistas, se amparó en las drogas para lidiar con la fama. La exigencia de una banda de un gran despliegue físico, la energía gastada cada noche en el escenario y los extenuantes traslados de cada gira tarde o temprano pasan algún tipo de factura. Para una banda del nivel de Foo Fighters, célebre a nivel del planeta, el éxito se convierte en una adicción. Y como todas las adicciones, a veces no sabes en qué momento parar. Como no lo supo Taylor y sus hábitos se le salieron de control.

La autopista también arrojó otro dato que podría haber precipitado el fin de Hawkins. Su corazón era demasiado grande. Pesaba el doble, 600 gramos, de lo que debe pesar el de una persona adulta. Esta hipertrofia pudo obedecer a dos causas: porque era un atleta de alto rendimiento debido a su manera de tocar la batería o por el consumo de drogas sistemático. Pero una teoría esotérica no tardó en aparecer. “¿Ustedes sienten también esta abrumadora sensación de muerte?”, pregunta Dave Grohl en Studio 666, la película de terror protagonizada por los Foo Fighters. Lo que se antoja una broma cruel y al mismo tiempo una injusta premonición.

La idea de la muerte rodeando a una banda de rock ha estado ligada al género desde sus orígenes. Sin ir más lejos, la presunción de que Kurt Cobain, líder de Nirvana, anunció su suicidio al interpretar “Where Did You Sleep Last Night”, en el concierto acústico para MTV, es un botón de muestra. Lo mismo podría decirse de “C U in Hell”, canción incluida en el disco Get the Money, de Taylor Hawkins & The Coattail Riders, la banda aparte del baterista de Foo Fighters. “C U in hell / I’ll be ringing the bell”, canta Hawkins. Y ahora esta frase se antoja también como una predicción.

El deceso de Taylor tiene un sesgo que desafía directamente al líder de Foo Fighters

La mitología rockera está llena de estas referencias. Y aunque pertenecen al terreno de la especulación no podemos dejar de hacer este tipo de asociaciones. La muerte en general, y sobre todo la muerte de un rockero en estas circunstancias, siempre es una tentación para conjurar al misterio. Pero lo que sí es evidente es la maldición que pende sobre Dave Grohl. En su primera banda de éxito, en la que era baterista, perdió a su cantante y guitarrista. Después, arrancó un nuevo proyecto, se asumió como vocalista y guitarrista y pierde a su baterista.

La muerte de Taylor es una desgracia. Pero su deceso tiene un sesgo que desafía directamente al líder de Foo Fighters. Mientras que la visión de Dave Grohl es cada vez más ñoña, frívola y anodina, Taylor demostró que no todo es miel sobre hojuelas dentro de los Foo Fighters. Que detrás de la sonrisa de Dave Grohl, de sus aspiraciones baratas de actor de Studio 666, de su música inocua, se agazapa una gran cantidad de oscuridad. Como si fuera un imán de catástrofes. Y la partida de Taylor deja en claro quién era el true de esa banda. Que Dave cada vez nos produce más güeva. Y cada vez es más tibio.

Menos rock & roll.

Taylor hacía sus presentaciones con una sonrisa en la cara y hacía un cóver de “Somebody to Love” mientras lidiaba con sus demonios. No es que ocultara sus problemas. Pero como lo decía arriba, estaba esclavizado también por el rush de plantarse ante miles de personas. Una vez que has probado la adrenalina es bastante difícil renunciar a ella. Se requiere la sabiduría que sólo otorga el paso del tiempo. Hace unas pocas semanas había muerto Mark Lanegan por complicaciones debido al Covid-19.

Y ahora el género se vuelve a teñir de negro.

La muerte de Taylor es un golpe durísimo. Pero nos recuerda que el rock es un caballo salvaje que no se puede domar. Que es sobredosis, que es morbo, que es peligro, que es muerte. Y eso es lo que nos encanta de él, lo que nos atrae, lo que nos seduce. Y por ello seguiremos prendados a él.

TE RECOMENDAMOS:
Cantar, contar