Listas

Alessandra Sanguinetti, Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático significado de sus sueños.
Alessandra Sanguinetti, Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático significado de sus sueños. Foto: Fuente: independent-photo.com

A VECES hago listas. Hice esta:

Cuidar un jardín ayuda a escribir.

Mirar por la ventana ayuda a escribir.

Viajar a un sitio en el que no se ha estado antes ayuda a escribir.

Conducir por la ruta un día de verano ayuda a escribir.

Escuchar a Miguel Bosé, a veces, ayuda a escribir.

Ducharse un día de semana a las cuatro de la tarde ayuda a escribir. Ir al cine un día de semana, a las dos de la tarde, ayuda a escribir.

No tener nada que hacer no ayuda a escribir.

Estar un poco infeliz, a veces, ayuda a escribir.

Correr ayuda a escribir.

Escuchar a Gravenhurst y a Calexico ayuda a escribir. Escuchar una —una— canción de Chavela Vargas puede ayudar a escribir.

Ir a una fiesta no ayuda a escribir, pero levantarse al día siguiente a las tres de la tarde, comer un sándwich de jamón crudo y empezar la jornada cuando los demás la terminan ayuda a escribir.

Hacer doscientos abdominales ayuda a escribir.

Tener miedo no ayuda a escribir.

Que haya viento no ayuda a escribir.

Que no haya nadie en la casa ayuda a escribir.

Leer a Idea Vilariño ayuda a escribir. Leer a Claudio Bertoni ayuda a escribir. Leer la introducción a Cantos de marineros en las pampas, de Fogwill, ayuda a escribir.

Leer listas (“vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa”, listaba Borges en El Aleph) ayuda a escribir.

Tener miedo no ayuda a escribir. Que haya viento no ayuda a escribir. Que no haya nadie en la casa ayuda a escribir

Leer El libro de la almohada, de Sei Shō-nagon, ayuda a escribir.

Limpiar la casa ayuda a escribir. Preparar dulces ayuda a escribir.

Que sea domingo —o feriado— no ayuda a escribir.

Realizar tareas manuales —pintar, lijar, construir algo pequeño con clavos y madera— ayuda a escribir. Levantar un ruedo ayuda a escribir. Comprar una planta y cambiarla de maceta una tarde sin brisa ayuda a escribir.

Mirar fotos viejas no ayuda a escribir, pero volver a la casa de la infancia ayuda a escribir.

Leer este fragmento del escritor norteamericano Barry Hannah ayuda a escribir: “Yo venía de malgastar la mitad de mi vida inoculando poesía en mujeres no aptas para la poesía. Yo, que nunca amé salvo demasiado. Yo, que golpeé contra las paredes del tiempo y del espacio las horas suficientes, así que no tengo que mentir. Pero había algo en ella que hablaba de exactamente las cosas: de exactamente las cosas. Daba esperanza. Daba sudor helado. Era cruda como el amor. Cruda como el amor”.

Leer la carta en la que el fotógrafo chileno Sergio Larraín le da a su sobrino consejos para tomar fotografías y en la que dice, entre otras cosas, “uno se demora mucho en ver” ayuda a escribir.

Viajar no siempre ayuda a escribir. Regresar no ayuda a escribir. Pero moverse ayuda a escribir.

Mirar fotos de André Kertész ayuda a escribir. Mirar fotos de Alessandra Sanguinetti, en especial su trabajo llamado Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático significado de sus sueños, ayuda a escribir.

La voz en off de Bruno Ganz, repitiendo “Cuando el niño era niño”, en la película Ángeles sobre Berlín (El cielo sobre Berlín), de Wim Wenders, ayuda a escribir.

Escuchar canciones infantiles (de María Elena Walsh) ayuda a escribir.

Pensar en otra cosa ayuda a escribir.

Exagerar ayuda a escribir.

No darle importancia ayuda a escribir.

Escribir ayuda a escribir.

Por lo demás, ya dijo Faulkner: 99 por ciento de talento, 99 por ciento de disciplina, 99 por ciento de trabajo.

Leila Guerriero, Zona de obras, nueva edición revisada y ampliada, Anagrama, México, 2022, pp. 120-122.