La luz que oscurece

Marta es una chica insegura que avanza en bicicleta, furiosa, en el colmo de los celos. Persigue con esfuerzo a Astrid, una noruega bella y de ojos arrogantes, como ocurre con las personas a las que “aún no les ha sucedido ninguna fatalidad”. Pero esa historia cambiará pronto. Así arranca “Treinta monedas de carne”, y a su vez el inquietante volumen La claridad, ganador del VI Premio Ribera del Duero. Está conformado por seis cuentos que ponen el foco en zonas de sombra que no deseamos ver y en la prevalencia del azar que nos gobierna.

La claridad
La claridad Foto: larazondemexico

En una pintura, en una fotografía, en un cuento, la sombra determina el lugar de la luz. Es por la primera que se aprende a mirar a los costados y aun más allá de nuestro alcance. Nos enseña a especular. Tan didáctica resulta que en algún punto el destello, por más deslumbrante que sea, parece sólo un artificio del que se adquiere una calma parcial, engañosa.

Éste es el aura de La claridad (Páginas de Espuma, 2021, VI Premio Ribera del Duero), libro de cuentos de Marcelo Luján, autor bonaerense que serpentea ágilmente sobre los vértices de estos contrastes que representan una supuesta lucha, ya no del bien contra el mal, sino de lo sutil frente a lo impulsivo. En este caso, lo claro no nos traslada a ninguna certidumbre.

“PUEDE QUE HAYA SIDO la belleza”, apunta la voz narrativa al inicio del primer relato, una voz omnisciente que parece anticiparnos la importancia de esa frase en el resto de la obra, pues ésta se irá transformando en el arranque de tres cuentos, como si jugara al poema que es masa moldeable y se desconoce poco a poco. Y es que es cínica, la tercera persona, no se inquieta al hacernos ver que sabe, desde la línea inaugural, qué sucederá con esa chica que ha decidido dar un paseo en bicicleta con una compañera extranjera por la que siente unos celos terribles.

Para la mayoría de los personajes del libro, la adolescencia es un acceso a la fatalidad. Estas dos mujeres que más tarde habrán de perderse en un bosque donde sobran los abedules, se encuentran a punto de cruzar esa línea, donde es imposible retroceder. No es, sin embargo, lo que ya sabemos o lo que ya hizo saber el narrador, aquello que nos prepara para el desenlace, sino la manera parsimoniosa en que las protagonistas van mostrándose errantes y toman decisiones que se antojan perversas. Tres extraños las encontrarán más tarde y a partir de entonces el tiempo se volverá espeso.

“Treinta monedas de carne”, “Espléndida noche” y “La chica de la banda de folk” parten de una misma apuesta estilística. Es ese narrador lujaniano que vamos reconociendo a través de sus virtudes y sus manías, el que estrecha la mano del lector y parece decirle: también yo titubeo y me repito, así lo he decidido.

A VECES RESULTA agradablemente retador: “Y enseguida cierra los ojos. Y enseguida inspira con los ojos cerrados. Y enseguida murmura algo de imposible comprensión” (p. 90); en otras, desata una especie de ansiedad por las confesiones a modo: “Nada de lo que sucederá dentro de un rato debería suceder nunca. Ni en los sueños ni en la vigilia ni en el único y diminuto y a menudo absurdo mundo que habitan los vivos” (p. 25).

Luján serpentea sobre los vértices de estos contrastes que representan una supuesta lucha, ya no del bien contra el mal, sino de lo sutil frente a lo impulsivo

Dos cuentos se aproximan al género fantástico y, aunque arriesgan poco, muestran distintos registros. En “Una mala luna”, el hermano de una chica llamada Lu es testigo de una serie de episodios que transforma la actitud de ella, llevándola a una rebeldía que podría haber surgido de un episodio con una ouija, aunque el conflicto no se centra en este asunto. En “Más oscuro que tu luz”, el sexto y último, Pepa, una joven que ha perdido a su madre —quien tenía una hermana gemela— visita la casa de su tía; de pronto, lo que pretendía ser una simple reunión, se vuelve un juego de espejos entre estas dos figuras idénticas, que deviene en un relato fantasmal.

HAY UNA LECTURA sugerida por el autor, cuya selección de epígrafes proviene de las Escrituras, acaso con el afán de unificar el volumen. Toda traición nos lleva a Judas, inevitablemente; lo cierto es que aun sin esos versículos, cada relato muestra lo que ya de por sí es natural en la pluma del argentino radicado en España: las motivaciones universales. Así, ya sea por el deseo, la apreciación del otro (el prójimo), el azar, quizá lo que nos quiera decir es que ninguna historia envejece en el fondo. ¿Qué las renueva? El oficio.

La claridad en los cuentos de Luján (Buenos Aires, 1973) es el instinto de supervivencia y la epifanía. La pin-celada de luz llega para aliviar a unos y delegar el peso a otros, alumbrarlos con su fulgor oscuro.

VISTA LA COLECCIÓN a distancia, salta ligeramente la decisión de integrar el último cuento a la edición definitiva, pues en un inicio contemplaba sólo los primeros cinco textos, que se sos-tienen por afinadas atmósferas de misterio, como salidas de una misma paleta de colores.

En la historia de Pepa tiene mayor peso la pérdida, el duelo y la idea del retorno, y su matiz en general brinda una iluminación más templada, como de media tarde, al contrario de los otros, que es lóbrega. Acostumbrado a leer la mayoría de los libros de cuento como frescos a los que hay que acercarse y alejarse constantemente para apreciarlos en su totalidad, percibo en esta salida un claroscuro atípico. Fuera de eso, el trazo sostiene la cadencia.

ROBERTO ABAD (Cuernavaca, 1988), escritor y músico, ha publicado los libros Orquesta primitiva (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015) y Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020).