Ya inició la temporada en la que los espíritus y las brujas salen de sus escondites para rumiar entre nosotros. Temibles y misteriosos, estos seres han poblado las leyendas y los mitos de todas las culturas del orbe desde tiempos inmemoriales, lo cual también los ha convertido en sujetos de expresión artística. Así, las representaciones de personajes mágicos han estado presentes en nuestra literatura, pero también en nuestro arte casi desde que los primeros humanos tomaron en sus manos una pluma o un pincel. Pero el vínculo va más allá de la simple manifestación del miedo o la admiración que nos provocan; también hubo artistas que experimentaron con la magia en su propia vida y muchos, incluso, la han considerado una fuerza creadora.
LA IMAGEN DE LA BRUJA como hoy la entendemos se encuentra registrada en el siglo XV, fue entonces que apareció por primera vez como una mujer montada en una escoba surcando los cielos, siendo el documento más antiguo que se conoce de esta representación Le Champion des Dames, de Martin le Franc, publicado en 1451. A partir de entonces, con el avance del cristianismo en el norte de Europa y, más aún tras el cisma protestante, la bruja se convertiría en un ser cada vez más aterrador y, por lo tanto, perseguido. El arte acompañó, naturalmente, esta persecución, volviéndose instrumento de propaganda. Los mensajes moralizadores, encaminados sobre todo a escandalizar la buena consciencia y así incitar a la denuncia, se volvieron tema frecuente para los artistas.
A partir del siglo XVI y a lo largo del XVII, las representaciones de brujas reunidas en aquelarres y en comunión con espíritus malignos alcanzan suma popularidad, ocupando incluso los talleres de artistas de gran renombre, como Alberto Durero. En ellas vemos el peligro que suponen estas mujeres libres que amenazan el dominio masculino. En los cuadros y estampas de esta época suelen encontrarse en la compañía de machos cabríos, símbolo del diablo y también de una lujuria que no es propia de una mujer recatada y de buena moral, leyendo libros que contravienen las enseñanzas cristianas, o realizando pociones que les permiten curar los males y retar a la muerte. Y si una mujer con esas cualidades —libertad sexual, ideas y conocimientos propios— resulta una amenaza, un grupo de ellas representa el verdadero terror. De esta manera comienza a dibujarse una línea que con toda claridad vincula a la bruja con el poder femenino y, desde luego, le brinda la capacidad de subvertir al patriarcado. No es fortuito que hoy las prácticas mágicas relacionadas a la brujería hayan resurgido en el marco de la cuarta ola del feminismo, tema ya abordado en esta columna.
Este mismo poder femenino que se lee entre líneas en las representaciones de brujas de los años más cruentos de su persecución fue, precisamente, lo que siglos después inspiró a diversas pintoras a buscar la magia como vehículo creativo, exploraciones que coinciden también con el surgimiento de los primeros movimientos feministas de los siglos XIX y XX.
AL HABLAR DE LA INTRINCADA correspondencia de magia y creación entre mujeres artistas, el primer nombre que debe reivindicarse es el de Hilma af Klint, una sueca olvidada durante casi un siglo. Su figura ha resurgido a la par del interés por los ejercicios espirituales. Inició su carrera artística en Estocolmo, ciudad donde nació en 1862 y también donde se graduó con honores en 1887, de la Real Academia Sueca de las Artes. Pero cuando descubrió el espiritismo realizó su obra más trascendente, tanto en lo espiritual como en lo artístico.
Originada en Francia por Allan Kardec, la doctrina del espiritismo rápidamente se esparció por Europa, llegando a Suecia con gran fuerza en los últimos años del siglo XIX y principios del XX. En ese contexto, Klint fundó el grupo de “Las Cinco” junto con otras mujeres, entre ellas, la también artista Anna Cassel. Se trataba, de algún modo, de un aquelarre, pues se reunían a practicar sesiones espiritistas y meditaciones. Además, Klint se involucró activamente en otras corrientes filosóficas de corte místico, como la teosofía.
Fue así, imbuida por el pensamiento espiritual de su tiempo, que la artista sueca realizó lo que llamaría su “gran obra”, una serie de pinturas creadas gracias a la intervención de los espíritus que canalizaba en sus prácticas como médium. El resultado de esta suerte de escritura automática llevada a la plástica la convertiría en una precursora de enorme importancia, pues se le atribuye haber sido de las primeras artistas en experimentar con la abstracción. Su metodología sería retomada dos décadas después por los surrealistas, en su caso, inspirados por el psicoanálisis. Así, magia y mística se vuelven indisolubles de la historia del arte.
Comienza a dibujarse una línea que con toda claridad vincula a la bruja con el poder femenino
DE ESTE LADO DEL CHARCO, quizá la mayor representante de este vínculo sea Leonora Carrington. Nacida en el seno de una familia de élite en Lancashire, Inglaterra, desde muy pequeña tuvo acercamientos a la cultura celta a través de las enseñanzas de su niñera, una mujer irlandesa que le contaba historias protagonizadas por druidas y seres del bosque. A partir de entonces, la magia la acompañaría por el resto de su vida, lo cual quedó evidenciado en su obra, siempre profusa en símbolos ocultos.
Hay fuentes que incluso aseguran que tenía el don de la clarividencia, cosa difícil de comprobar, pero lo que sí sabemos con seguridad es que una vez refugiada en México creó su propio aquelarre junto con Remedios Varo y Kati Horna, pintora y fotógrafa, respectivamente; como ella, se exiliaron en nuestro país en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Al lado de esas dos mujeres experimentaría con el tarot, creando hasta su propia baraja. Además, dedicó también mucho tiempo a estudiar la mística de los pueblos prehispánicos, como quedaría manifiesto en su mural El mundo mágico de los mayas.
La magia de Klint y Carrington fue, como la de muchas otras artistas, una expresión más de su espíritu creador y nos recuerda que, si bien en estas fechas disfrutamos del terror que suele acompañar a la figura de la bruja, ésta tiene mucho que decirnos sobre la fuerza de las mujeres y nuestras luchas.