Murió en la capital mexicana el 29 de junio de 2018. Tenía 91 años. El apunte es curioso porque ella afirma-ba haber nacido en 1930, hasta que el acta de nacimiento la desmintió al revelar el año exacto: 1927. Inclusive al final de sus días experimentó la sensación de sufrir el desdén en el mundo literario que habitó por décadas como una patrona. ¿De quién esperaba el reconocimiento? ¿Por qué esa certeza de no haber sido perdonada?
Periodista desde muy joven como ella misma contaba, publicó su primera novela a los 44 años. Antes fue escenógrafa, publicista y de una sistemática presencia en columnas de periódico como “La O por lo Redondo” o “Trompo a la uña”, entre otras, donde fue dejando un prontuario de obsesiones, intereses, militancias, pérdidas.
Su prosa comprende cinco novelas, el texto biográfico alusivo a Carmen Serdán, Tris de sol (1976), y el electrizante pasaje autobiográfico De cuerpo entero: Menguas y contrafuertes (1991). Además, debemos incluir los libros de relatos Las cosas y Ojos de papel volando, así como numerosas conferencias sobre crítica literaria. Se trata de textos calados de una poética caprichosa, merecedores de relectura.
Reconcentrada al mismo tiempo que voluble, es una obra que trabaja la consigna de confirmar y apuntalar el estilo y un paisaje íntimo, esa letanía de que se vale para proponer su pensamiento literario, contradictorio en la moral, con una bibliografía sugerente, alrededor de ese cuarto cerrado, propio, donde transita como ensoñada, de la infancia a la madurez, a la vida de los otros, hacia sus raíces.
LA NOCHE TLATELOLCA
Con Él, conmigo, con nosotros tres, publicado en Joaquín Mortiz (1971), coronaba el trabajo de la beca del Centro Mexicano de Escritores (CME), otorgada de 1968 a 1969.
Según Carlos Monsiváis, era el momento de María Luisa. Significó un de-but esperado en la narrativa mexicana. En carta de diciembre de 1970, Monsiváis pronostica:
Arrollarás. Y nada más justo. Te lo repito, porque tu vida son las palabras y el amor y el odio con el que las profieres y el continuo hallazgo y las horas que debes pasar contemplando la palabra “parafernalia” como otras mujeres ante un vestido de Cardin. Sí, no me lo niegues, chinita, amas las palabras y las devoras.1
La protagonista de la novela se ubica en el cuarto de planchar de un departamento en Tlatelolco. Instrumenta el monólogo interior de alguien a punto de morir a causa de una bala perdida que se ha colado por la ventana. Ese proyectil le es útil como pretexto para evocar el ruido estruendoso del 2 de octubre del 68, que marcó a la sociedad mexicana.
“Tres Guerras”, “Tres culturas” y “Tiniebla tlatelolca”, este último título original de la novela según la propia escritora, son los capítulos que guían el tiempo detenido. La protagonista y narradora comparece frente a sus antepasados. Han venido por ella. Le ofrecen azúcar para el susto y el bien fenecer. Hablo de la escena que podría redondear en una imagen la ida y vuelta de Con Él, conmigo, con nosotros tres. Se trata de uno de los recursos de la novelista. Utiliza el libre fluir de conciencia, a veces monólogo interior, a veces lente cinematográfico viscontiano, que redunda en el ejercicio de contener capas de tiempos, biografías, momentos decisivos de quienes evoca. Pasa todo el tiempo en ese mismo instante, atomizado. Es la poética de la detención.
Exhibe un apegado estilo que viene de Virginia Woolf en su Señora Dallo-way, un personaje que ella misma emula; pela la cebolla cobijada bajo la fórmula Proust en A la sombra de las muchachas en flor. Evoca, a ratos, lectora de Faulkner, la atmósfera cerril de tierra adentro al más puro y ruidoso estilo de la simultaneidad por medio de la sintaxis que alarga párrafos, enumera y compone aliteraciones sonoras. Construye como si tuviera en sus manos ese típico juguete conocido como La escalera de Jacob.
ANTE UNA FANTASMAGORÍA
La conjunción de los tiempos es un empeño que se consolida en la narrativa de los años sesenta en México. Pienso en Los recuerdos del porvenir, Morirás lejos, Farabeuf o La muerte de Artemio Cruz, en donde la agonía es el pretexto para empalmar la historia de una genealogía que se explora con insistencia. Ante la muerte fortuita y obligatoria, un hecho que nos acontece, diría la propia Mendoza, el inventario que acumula es un recurso que permite ver a los personajes cuestionando el sentido de la existencia propia: “¿De verdad me voy a morir?”, piensa la narradora como si fuera una letanía. Produce el efecto de estar frente a un retablo que exige detenimiento, impudicia y curioseo. El río de palabras persigue el corolario de un paneo lento y escrupuloso en cuartos cerrados.
Este plano que recorre una habitación encuentra el tocador descrito con morosidad, como parafraseando el inicio de La dama de las camelias. En esa superficie, las fotografías de parientes. Conocemos sus penas y peripe-cias porque cobran vida por medio de la palabra, como cuando alguien abre un álbum y resucita el momento, fijo para siempre, en ese espejo con memoria que es una foto. Gracias a ese líquido fluir de conciencia sabremos qué significa cada detalle de la ropa, las peinetas, los zapatos; la mirada triste o la sonrisa contenida de alguno de los personajes. Esta recurrencia prepara el efecto de una simultaneidad locuaz que exige al lector una disposición para entender cómo actúa la memoria ante los recuerdos de un personaje sitiado, catatónico, una alusión a “Muerte sin fin”, el poema de José Gorostiza de donde toma el título con el que se publicó esta primera novela de Mendoza, hace cincuenta años.
El efecto es como de estar frente a una fantasmagoría. Comparte rasgos que, vistos desde ahora, pueden considerarse como un aire de familia en la cartografía literaria del momento. Hace pensar que la relación de la autora con sus coetáneos era permanente, conversacional, literaria. Intentaba responder a cuestionamientos esté-ticos, creativos.
El libre fluir de conciencia, a veces monólogo interior, a veces lente cinematográfico viscontiano...redunda en el ejercicio de contener capas de tiempos, biografías, momentos decisivos
Este diálogo al que aludo se puede establecer en el testimonio epistolar que La China Mendoza mantuvo con Elena Poniatowska. En ese espíritu compartido, juran que están llamadas a transformar la literatura de este país a finales de los sesenta. Se cartea también con artistas como Alberto Gironella, autor de las portadas de las primeras ediciones de sus novelas, y con Sergio Pitol, que acompaña el testimonio entusiasta tras su lectura de Con Él, conmigo, con nosotros tres con estas palabras, en una misiva escrita en Barcelona el 31 de mayo de 1971:
Es un libro fenomenal. La tiniebla [tlatelolca] es sobrecogedora. Pero lo que más me gusta, lo que más me asombra, es esa capacidad de sensualidad que lo desborda todo. En ese sentido, me parece único. Todo tiene olor, sabores; el tacto cumple su función; los ojos miran. Es asombroso. Y, además, fuerte y valiente. Que la gente lo compare con tu forma de ver la vida, con tu presentación ante la vida, me parece que no te debería asombrar, y que no es para lamentarse. Eso me parece una virtud. Porque el libro te expresa y lleva a la literatura un estilo vital que es profundamente tuyo. ¿Y tus familiares no están aterrorizados?2
La referencia a Carlos Fuentes es obligatoria. Su relación literaria se puede rastrear. La novela de Mendoza saluda en su voluntad estética la historia del general revolucionario en el lecho de muerte tanto como el retablo churrigueresco de 1975, Terra Nostra. Ambos comulgan con la idea de que la literatura es espacio que une tiempos, culturas, estirpes; donde se trata la obsesiva narración del pasado desde el instante presente.
DECLARACIÓN DE UNA POÉTICA
María Luisa Mendoza propuso un estilo apegado a la genealogía y a la concepción del sino literario como una conjunción de todos los momentos encerrados en un libro. La familiaridad y filiación con este tema, recurrente en Julieta Campos, Salvador Elizondo o Juan Vicente Melo, también puede considerarse como un factor que la alejó de la narrativa tras la matanza del 68. Puede considerarse que Con Él, conmigo, con nosotros tres suscitó la expectativa que podía generar una trama situada en Tlatelolco luego del 2 de octubre. Escrita con la beca del CME, resultaba fácil asumir que Mendoza dedicaría su primera novela a un tema como el que concierne a La noche de Tlatelolco, de Poniatowska, o a Los días y los años, de Luis González de Alba. De hecho, las palabras iniciales del libro dan la impresión de que ése sería el sendero: “La sangre. Embarrada en la pared provocaba náusea. Había quedado allí en cinco rayas de la mano que se agarró un instante para sostener el cuerpo acribillado; el instante de la esperanza”.3 Sin embargo, la “cronovela”, como se anuncia en los interiores de la edición, que tuvo dos tirajes de cuatro mil ejemplares el año de su publicación, es un conjunto de historias amarradas por una voz de mono saraguato, un alarido, indica la autora. La narración se aleja de la tragedia en la Plaza de las Tres Culturas que sirve como telón de fondo acaso en esta primera incursión de La China Mendoza, que le mereció el Premio Magda Donato que otorgaba la Asociación Nacional de Actores.
En conjunto, la novela anuncia la declaración de principios de una poética: reunir todos los tiempos en un momento decisivo ante la muerte. No será la única ocasión que recurra a este efecto de gran final analéptico, por el que la vida de varias generaciones se sucede en la película de quien recuerda, acomoda y se regodea en los recuerdos. Tanto en El perro de la escribana, en De amor y lujo como en Fuimos es mucha gente, el epicentro de las novelas se finca en el santiamén de las preguntas ante la vida que ha pasado. La reflexión frente al espejo es la anagnórisis corporal de los efectos de una vida y su irreversible ocaso. Para Mendoza la literatura es un método de reconocimiento, un darse cuenta frecuentemente trágico.
En la novela se le atribuye a la sangre la capacidad de unir los tiempos. Es la trágica sangre la que da la vida, y su presencia atestigua los finales mortuorios. Sangre para el mestizaje y para la noche tlatelolca. Mendoza agarra con el puño el líquido hemático para exprimir y profanar los escenarios hasta darles vida y recordar que la mexicanidad es un dolor atávico, es el mestizaje, un pacto violento. Ilustra palabras que Monsiváis escribe en una carta desde Londres luego de leer la novela:
Allí seguimos unidos a la mexicanidad que es diario azotarse las espaldas y un renegar y un abju-rar y un seguir allí, en el lugar que uno detesta, junto a la gente que uno desprecia, no por ma-soquismo ni trauma infantil, sino porque no hay de otra. Las raíces son reales y no son resignación ni conformismo sino algo distinto, quizás piedad mal entendida o caridad sublimada o ve tú a saber. México es el nombre de una pasión que no mira a quién, es un ejercicio de paciencia y de prisa. No el amor-odio sino el odio y el amor, alternados, simultáneos, cercanos y lejanos.4
Desde esta primera novela, la escritura de La China Mendoza apuesta por la voluntad de estilo y la narración de deriva. En sus propias palabras, la literatura es el latido interno del espíritu donde se ha trabajado profundamente la palabra. Lo afirma convencida.
AY, SI TU PADRE DE VIERA
De Ausencia fue reeditada en la colección Vindictas de Libros UNAM en 2019; una atinada revaluación le ha me-recido esta labor promovida por Socorro Venegas. Se trata de la segunda novela de la escritora, publicada por primera vez en 1974 en Joaquín Mortiz. Posiblemente sea, de las novelas publicadas por ella, la que tiene mayor claridad a la hora de proponer una trama. Es una caprichosa narración bio-gráfica de un personaje ideado con originalidad. Asistimos al recuento de Ausencia, a partir de una voz como de gárgola, en medio de escenarios satíricos, siempre hilarantes, como de los locos años veinte, de invenciones, de cambio de visión de mundo.
Consiste en una fabulación sorpresiva, por el lenguaje o por la peripecia. El ejercicio parte de la situación de una muchacha en el Guanajuato minero en donde se estrena el ferrocarril. Ausencia, hedonista irredenta y pícara, no envejece. La quimérica existencia incluye sobre todo un ejercicio de la sexualidad estimulante, descarada, que suscita risas nerviosas o llenas de codicia. El personaje es testigo perenne de la vida de los otros, una experiencia que propicia la invasión de un spleen cruel. Lo que parecía goce y libertad de acción se convierte en cárcel. Es el ritual del que se queda, con las tristezas que esto sugiere. De Ausencia le merece este párrafo a Pitol, quien escribe en 1975, desde París:
Me regocijó, me conmovió durante el vuelo y que terminé esa misma noche en París, que fue como el presagio de mil cosas formidables que habrán de suceder en esta ciudad pero que todavía no se vislumbran. Qué prosa, qué armazón y qué bello ejemplo de erotismo literario. Ausencia entrará derechamente en la galería de mujeres de la literatura universal. Aun lo fantasmagórico que la alimenta se convierte en ella en realidad pura gracias a ese lenguaje que hace tangible todo lo que nombra.5
El efecto es como de estar frente a una fantasmagoría. Comparte rasgos que pueden considerarse un aire de familia en la cartografía literaria del momento. Hace pensar
que la relación de la autora con sus coetáneos era permanente, conversacional
EL PARAÍSO ATROFIADO
La tercera novela de Mendoza fue El perro de la escribana, de 1982, también en Joaquín Mortiz. Repite la fórmula del espejismo. Atraviesa el tiempo pasado gracias a una voz narrativa dentro de la conciencia de Cleo, una tejedora del tiempo a partir de los lugares. El ejercicio era una avanzada para los años ochenta. Hace pensar en Georges Perec, con La vida instrucciones de uso. Aquí es un recuento que articula la historia de la gente con las casas donde suceden las cosas.
El cabalístico nueve es el número de las estancias. Cada capítulo es la visita a un emblemático espacio y a la biografía de sus habitantes pasados. Cada capítulo comienza con epígrafe, un verso alusivo al tiempo y a las casas: puertas, ventanas, habitaciones.
Es un texto anafórico que repite la letanía de lo íntimo a partir de esta frase: “Dentro de mí me guardo”. Podría decirse que es, además, una elegía. Hay constancia de la resignación. Existe la demoledora conciencia de saber que lo que se conoció ya no es. Por ejemplo, el último episodio es una despedida de Guanajuato, como revela este párrafo: “habrá que no volver al pueblo nunca más. Se han borrado los apellidos que oí toda mi vida y con los que fueron a la escuela mis gentes de atrás, mis padres, mis abuelos, o se enlazaron con ellos, se multiplicaron en cientos de vasos comunicantes-venas-niveles de mina”.6 Detrás de este texto doliente hay la conciencia del paso del tiempo y la fantasía de encerrarlo en el flujo narrativo como parte de una propuesta literaria.
PASAR REVISTA A MIS MUERTOS
La conciencia del paso del tiempo es el diapasón que marca las ruta de Fuimos es mucha gente, conjunto de textos que responden a la extrañeza de revisar el tiempo a partir de los hombres amados por la narradora. “El tiempo camina adentro de uno retornando escenas de manera distinta”, dice Cleotilde, la voz de este descubrimiento erótico. El relato confesional, publicado en Alfa-guara en 1999, fue producto de la beca del Sistema Nacional de Creadores. Está dotado de una sinceridad literaria rotunda. Guarda una preocupación ante la muerte, línea poética de la autora. Empero, en este jugoso hilo narrativo en forma de novela, renueva el planteamiento a partir de la conciencia de finitud de los hombres que ha amado, en secreto.
Es una crónica de personajes en la que no escatima, como es costumbre, fijar la narración a un erotismo aunque, esta vez, maduro, anhelante, que se regodea en la experiencia carnal y frenética del sexo. Vive las muertes de sus amantes, uno a uno, y enlista la genealogía como si les hablara frente al ataúd. Los describe, disecciona las relaciones, puntualiza, deja perfiles nítidos, recuerda los encuentros, valora las humillaciones, se siente abyecta. Es, entre la prosa de La China Mendoza, el libro que se siente más cerca de un contexto de tiempo presente. Frente a las otras novelas, en donde los saltos temporales confunden y emborronan a los personajes sin que importe empalmarlos, en Fuimos es mucha gente seguimos la línea vital de la narradora, de la adolescencia a la madurez, en donde los protagonistas y ella misma experimentan la senectud agria, con dolor y regocijo a un tiempo. Deja constancia de los distintos pasajes vividos desde el lugar de la amante que ve, en su soledumbre, cómo se van los cómplices de su vida.
La narradora, con severidad y miedo, se pregunta: “¿Y a mí quién me va a cerrar los ojos cuando caiga en la negrura de la muerte?”.
De Ausencia le merece este párrafo a Sergio Pitol, quien escribe en 1975, desde París: Me regocijó, me conmovió durante el vuelo y terminé esa misma noche […] Ausencia entrará derechamente en la galería de mujeres de la literatura universal
¿QUÉ LE FALTÓ?
De amor y de lujo se ubica en ese tocador lleno de fotografías. La publicaron en 2002 Tusquets y Conaculta. Reconocida con el Premio José Rubén Romero de 2001, se centra en una estampa blanco y negro. Destaca la historia de la fotografía de cuatro mujeres, de sus temperamentos.
Redunda en la narración de un conjunto de vidas donde la narradora, ese libre fluir de conciencia llamado Cordelia, salta y se mantiene siempre como blanco móvil entre las cuatro historias de distintos tiempos encapsuladas en esa fotografía que terminamos viendo entera. El monólogo, melodramático, fincado en las fantasías de una aristocracia extraviada, recula en la poética de la narradora: “La vida es una rueda, va dando vueltas irremisible hasta pararse con la muerte”.7
Mendoza escribió cinco novelas con apoyo de becas para escritores del prestigio del CME o del Sistema Nacional de Creadores, del que fue, además, fundadora durante su labor legislativa. Recibió premios literarios. Fue traducida. Forma parte de catálogos ideados por personajes como Joaquín Díez-Canedo o Beatriz de Moura. ¿De quién esperaba el reconocimiento, entonces? ¿A quiénes imprecaba cuando repetía, una noche antes de morir, que no le habían perdonado nada, que no la perdonarían? ¿Qué le faltó a la decana de las escritoras del Bajío para dejar de vivir esa soledumbre del corazón?
Notas
1 Correspondencia consultada en el Archivo de María Luisa Mendoza, bajo resguardo de la Universidad de Guanajuato.
2 Idem.
3 María Luisa Mendoza. Con Él, conmigo, con nosotros tres, Joaquín Mortiz, México, 1971, p. 11.
4 Correspondencia, idem.
5 Ibidem.
6 María Luisa Mendoza, El perro de la escribana, Joaquín Mortiz, México, 1982, p. 131.
7 María Luisa Mendoza, De amor y lujo, Tusquets / Conaculta, México, 2002, p. 230.
LUIS FELIPE PÉREZ SÁNCHEZ (Irapuato, 1982) es autor de los libros de ensayo Acercamiento a El bar, la vida literaria de México en 1900 de Rubén M. Campos: Memorias de un testigo y Manos que cobijaron el después, y los de relatos Yo fui un chico cursi y Eufemismos para
la despedida.