El protagonista pregunta a su esposa y compañera de más de dos décadas: —Yo soy Augusto, ¿y tú? Ya desde la primera secuencia del documental La memoria infinita se plantea la tragedia. El periodista Augusto Góngora padece Alzheimer y su esposa, la actriz y también exministra de cultura y arte en el gobierno de Michelle Bachelet, Paulina Urrutia, intenta todo para hacerlo recordar constantemente quién es él y quién, ella. Asimismo, la historia trata de la supervivencia del amor, el sacrificio, las escasas recompensas y el inevitable desconsuelo de “La Pauli”, quien busca rescatar lo que puede del cataclismo que arrasa la mente de su pareja. La lucha contra el deterioro es una causa perdida y, sin embargo, ella la pelea ferozmente día a día.
La devastación que deja esta enfermedad ha sido tratada en varios filmes, tanto documentales (Stolen Memories, de Rebecca Mellor, 2002), como de ficción (El padre, de Florian Zeller, 2020; Siempre Alice, de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, 2014 y Lejos de ella, de Sarah Polley, 2006), e incluso en el brillante híbrido Descansa en paz, Dick Johnson, de Kirsten Johnson, 2020. A diferencia de esas obras, Maite Alberdi —nominada al Óscar por El agente topo— persigue un contrapunto entre los esfuerzos por impedir que las memorias íntimas sean devoradas por la enfermedad, lo mismo que la preservación de la memoria histórica de la nación, durante y después de la dictadura.
Esto, en un país como Chile o como el nuestro, significa mantener vivos los traumas, las muertes atroces y la angustia, pero olvidar es una invitación a repetir errores y desgracias. De ahí que las preguntas fundamentales sean: “¿Qué pasaría si te olvidas de lo que amas? ¿Si todos olvidan lo que aman?”. Así pasamos de la tragedia del olvido (personal y biológico) al peligro del olvido (histórico y político).
La cruel ironía es que Góngora fue uno de los autores de Chile: la memoria prohibida. Las violaciones a los derechos humanos, 1973-1983, crónica de las atrocidades que cometieron el gobierno militar de Pinochet y sus cómplices civiles. Él le regaló a Paulina el libro, con una dedicatoria que incluye la frase “sin memoria no hay identidad”, sobre lo cual Augusto señaló: “Nos parece muy importante reconstituir la memoria. No para quedarnos anclados en el pasado sino porque pensamos que reconstituir la memoria es un acto con sentido de futuro”. Él comenzó su carrera durante la dictadura como reportero en la clandestinidad, en revistas de oposición y en el noticiero alternativo Teleanálisis (que iniciaba siempre con la frase: “Prohibida su difusión pública en Chile”), medio en el que se desempeñó como editor (1984-1986) y director (1986-1989).
En 1990, con el regreso de la democracia, pasó a la Televisión Nacional de Chile. Fue autor, documentalista y productor; en 2017 se retiró por motivos de salud. Paulina y Augusto estuvieron juntos desde 1997 y se casaron en 2016, dos años después del diagnóstico de Alzheimer. La directora Alberdi documenta su relación así como el trabajo de ambos en sus respectivos escenarios, al entretejer el presente con material de archivo, viejas grabaciones caseras, videos de obras de teatro y noticieros donde aparece Augusto. Para lograr esto fusiona los tiempos, entrecruza los recuerdos y alterna las anécdotas con el desvanecimiento de la memoria. El propio documental es un testimonio emocional, pero también un registro.
Pero la verdadera tortura son los días en que no la reconoce a ella. Es la espantosa nostalgia de lo irrecuperable
Aquí Paulina es la única depositaria del acervo de los recuerdos y las experiencias de la vida en pareja. El amor se manifiesta como paciencia, cariño a prueba de todo y compasión. Sus cuidados y entrega son las fuerzas telúricas que reconstruyen una realidad compartida, que se desploma una y otra vez. En varias escenas, Augusto se siente de buen humor, con lo que a pesar de estar confundido tiene la disposición de asimilar y se esfuerza por recordar lo que ella le dice. Entonces los hechos pueden erróneamente parecer encantadores, como una relación amorosa que comienza cada mañana. Pero en otras, Augusto se deja arrastrar por la agonía de la soledad, el miedo, la paranoia y la confusión.
Es profundamente amargo verlo atormentado por delirios y alucinaciones, ante la desesperación de Paulina, que intenta darle consuelo y sacarlo del laberinto sin salida en que se ha convertido su mente, en especial cuando pelea con personas inexistentes, pide ayuda o busca a sus amigos a mitad de la noche. Una de sus crisis más reveladoras es cuando imagina que perderá su biblioteca: “Todo lo que yo tengo son los libros”. Aun en las ruinas de su consciencia entiende que ellos dan sentido a la memoria, las ideas, las pasiones, la historia —la propia y todas las demás—; en los libros ve una especie de refugio contra el huracán que revienta los muros de su identidad.
La pandemia y el confinamiento dan lugar a una situación aún más enajenante, a un asilamiento que precipita el deterioro. Pero a la vez éste da oportunidad a un elemento interesante. Debido a las restricciones sanitarias, la cineasta les deja una cámara para que ellos se filmen, dándoles control sobre el proyecto. Así cambian los filtros del pudor y la naturaleza de lo que se muestra y lo que se oculta. Podría esperarse más autocensura, en cambio, la cinta se vuelve más íntima y desesperanzadora. Esas imágenes espontáneas imprimen vitalidad y crudeza; además, marcan un contraste con la fotografía precisa y respetuosa de Pablo Valdés. Las tomas inestables, borrosas y caprichosamente encuadradas reflejan con más fidelidad el estado mental de Augusto.
Por su parte, el terror de Paulina es ser olvidada por el hombre que ama y a quien se dedica por completo. A diferencia del inicio, hay momentos en los que Augusto no puede reconocerse en el espejo o en una fotografía, pero la verdadera tortura son los días en que no la reconoce a ella. Es la espantosa nostalgia de lo irrecuperable, la feroz entropía de la degeneración neuronal que lo lleva a decirle: “No, tú no eres tú”. Al principio Augusto se aferra a la vida. A la pregunta de si quiere seguir viviendo responde entusiasta que sí, “a pesar de algunos problemitas”. Al final lo vemos acabado, mientras ella le da de comer papilla y a la misma pregunta responde que ya no quiere seguir viviendo.
Augusto Góngora murió en mayo de 2023, cuatro meses después del estreno de la película. El título de la cinta de Alberdi es optimista, imagina la memoria como algo que perdura más allá de la existencia y es mucho más que una cronología del dolor y la tristeza. Resulta una prueba de que el amor sobrevive a la memoria y es la posibilidad de caminar con los ojos cerrados de la mano de un ser amado, sin caer.