La mirada perturbadora de Lídia Jorge

En condiciones inéditas, una figura primordial de las letras portuguesas, Lídia Jorge, recibe hoy el Premio de Literatura en Lenguas Romances que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara otorga año con año. La pandemia que azota el mundo ha obligado a celebrar de manera virtual ese magno encuentro de autores, lectores y editores. Sin embargo, nos congratulamos al publicar esta valoración de la reconocida crítica y ensayista Mercedes Monmany, quien regresa a las páginas de El Cultural para precisar en qué consiste, de qué está hecha la obra de la escritora premiada.

Lídia Jorge (1946).
Lídia Jorge (1946). Foto: Fuente: laumbriaylasolana.es

La mirada del terror liberador”, así se define en un cuento de belleza terrible y espectral, perteneciente a su volumen Los tiempos del esplendor, de la gran escritora Lídia Jorge, el momento de la esperada liberación en las colonias africanas bajo mandato portugués. Nacida en Boliqueime, en el Algarve, en 1946, en el seno de una familia de agricultores acomodados, Lídia Jorge se licenciaría en Filología Románica por la Universidad de Lisboa. De 1968 a 1974 daría clases de enseñanza secundaria en Angola y Mozambique, adonde había seguido a su primer marido, oficial durante la guerra colonial. Desde 1980, y desde la publicación de su primera novela, O Dia dos Prodígios, se convertiría en una de las principales figuras de la nueva etapa literaria de su país, Portugal, una vez llegada la democracia, tras la Revolución de los Claveles de 1974 y el fin de la dictadura salazarista o Estado Novo. Luego seguirían otras novelas como La costa de los murmullos; El jardín sin límites, de 1995; la bellísima El fugitivo que dibujaba pájaros (O Vale da Paixão), de 1998; A Noite das Mulheres Cantoras; Os Memoráveis, de 2014; o Estuário, de 2018, de igual fuerza perturbadora, de escritura barroca, y de un alto contenido poético y simbólico, moduladas sin cesar por un rico conjunto de resonancias lingüísticas, metafóricas, gestuales, sensuales y psicológicas, traídas muchas veces por un variado conjunto de voces, interpretaciones y ecos diversos, que la convertirían no sólo en una de las mejores y más brillantes autoras de su lengua, la lengua portuguesa, sino en una de las más importantes y deslumbrantes de nuestros días.

NARRADORA, COMO en el caso de sus compatriotas António Lobo Antunes y la inmensa y añorada escritora que fue Agustina Bessa-Luís, igualmente practicantes de una comprometida y poco complaciente literatura, de admirable intensidad, que escapa al realismo más plano y a vacuas evasiones, Lídia Jorge se enclava en ese brillante grupo de autores de nuestros días marcados por el desarrollo paralelo de un hipnotizante y envolvente lenguaje que corre paralelo a historias de una íntima y profunda conmoción. Historias que no pocas veces han revelado a los portugueses las capas más ocultas y recónditas de Portugal.

En general, pocas literaturas actuales, y más si pertenecen al espectro minoritario europeo, están dotadas de un espíritu de exigencia, de ese aliento de altura, poético, épico, filosófico y temático, propio de una enorme ambición y pasión por la escritura, como está dotada la literatura portuguesa contemporánea.

Es una literatura que, aunque enclavada fuertemente en su tiempo, se ha mantenido firme, al resguardo de todo, y en especial al resguardo de esa única salida aparentemente posible a la que se han entregado masivamente otros muchos. Es decir: debilidad y fugacidad de los mensajes, una fácil e inmediata legibilidad, ausencia total de aspiraciones en materia de lenguaje, junto a temas digeribles, no traumáticos y mediáticamente reconocibles. La literatura portuguesa ha vivido continuamente en un estado de excepción y de calidad que no por azar, en las últimas generaciones ha logrado reunir, en años sucesivos, a nombres como la citada Agustina Bessa-Luís, al Premio Nobel José Saramago, Vergilio Ferreira, António Lobo Antunes, Almeida Faria, Mário de Carvalho, Lídia Jorge, Luísa Costa Gomes, Gonçalo Tavares, José Luís Peixoto, Mia Couto y los fallecidos, el grandísimo autor Miguel Torga, y José Cardoso Pires, por no hablar de poetas tan notables como Eugénio de Andrade, Herberto Helder y Sophia de Mello Breyner Andresen, o ensayistas de la categoría de Eduardo Lourenço. Una literatura espléndida y periférica, respecto a las grandes europeas, que halló su mejor símbolo en Fernando Pessoa,

... ese empleado anónimo que desde su oficina lisboeta abordó los temas que la gran literatura del siglo XX debatía con apasionamiento en los salones vieneses, en los lujosos sanatorios de montaña y en general en todos los decorados adaptados para los discursos sobre la muerte, sobre el arte, la belleza, la soledad y la identidad —como recordaría aquel portugués de adopción que fue el no menos espléndido escritor italiano Antonio Tabucchi.

La experiencia africana, de los últimos años previos a la liberación de Angola y Mozambique, en los que Lídia Jorge asistiría a las guerras de independencia, daría lugar, en la bibliografía de esta autora galardonada con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2020, a una célebre obra que la consagraría definitivamente como una de las más importantes figuras de su tiempo: La costa de los murmullos, de 1988. A ella seguiría otra novela coral, con el mismo trasfondo histórico, A Noite das Mulheres Cantoras, de 2011. Unos años antes, en 1979, un autor de su misma generación, Lobo Antunes, había publicado igualmente sus primeros libros, con pocos meses de diferencia: Memoria de elefante y En el culo del mundo, este último sobre su traumática y desoladora experiencia en la guerra de Angola, adonde fue destinado como médico militar, durante veintisiete meses, a principios de los años setenta. Sería allí precisamente donde Lobo conocería a un hombre decisivo en su vida, “su capitán”, Ernesto Melo Antunes, uno de los ideólogos de la Revolución de los Claveles de abril de 1974, y al que le uniría ya para siempre una gran amistad y admiración mutuas. Junto a La costa de los murmullos de Lídia Jorge, o Autópsia de Um Mar de Ruínas (1984) del escritor nacido en las Azores, Joâo de Melo, todas ellas forman parte de la mejor bibliografía escrita sobre el pasado colonial portugués en África.

Excelente libro de relatos, el último traducido al español, de forma magnífica, por el poeta Martín López-Vega, Los tiempos del esplendor contiene algunas de las piezas más representativas de esta autora , atravesadas por dilemas morales

EXCELENTE LIBRO de relatos, el último traducido al español, de forma magnífica, por el poeta Martín López-Vega, Los tiempos del esplendor (O amor en Lobito Bay, en su título original, de 2016, editorial La Umbría y la Solana) contiene algunas de las piezas breves mejores y más representativas de esta autora, atravesadas por escalofriantes dilemas morales. Varios de estos cuentos magníficos tienen que ver precisamente con el África colonial portuguesa, en los mismos momentos de su independencia e inmediata guerra civil entre las distintas facciones locales, alentadas por potencias extranjeras.

Lobito Bay es un municipio de la provincia de Benguela, en Angola. Niños y adolescentes, acostumbrados a jugar al fútbol de forma alegre y despreocupada, han visto no pocas veces también morir a hombres y todo tipo de atrocidades (“nosotros vimos cómo mataban a un hombre delante nuestro”). En el futuro, nadie podrá impedir “que en la belleza de Lobito Bay, se desprendiese al mismo tiempo el mal y el bien; que en nuestro corazón cohabitase a la misma hora la esperanza más pura y la brutalidad más bárbara”. La verdadera y dura enseñanza que tendrán que afrontar esas familias y profesores horrorizados será interrumpir la letal cadena de “crímenes de sangre”, la costumbre de matar y morir en un solo instante, que ya de niños, los más pequeños de las casas, aunque sea con una pobre golondrina, se pondrán a ensayar e imitar rápidamente si no se declara, a su alrededor, “un armisticio en Lobito Bay”. Un armisticio que les deje dormir tranquilos, en cada habitación, “acunados por sueños de victoria”, como los que han visto darse ferozmente en su entorno.

Son sueños y proezas que, cuando se consiguen, aunque sea en un simple partido local de “los Kimbin contra los Fumega”, un grupo de adolescentes, borrachos de triunfo al haber marcado “nueve contra dos”, se cobrarán violando y matando salvajemente a una joven monja misionera que siempre se ha ofrecido a llevarlos por la selva en su Renault 4L. Ya mayores, todos se volverán “buenas personas, personas pacíficas”, tendrán mujeres, hijos y trabajos: “Nada, nuestra boca no se abrió jamás como muchachos que éramos, hombres que fuimos y que somos”. Pero la culpa perseguirá a uno de ellos, hoy un próspero empresario, por aeropuertos y países, por el Ermitage o allá donde se encuentre, “donde oirá sus pasos, se le acercará y se le meterá en el pecho”, hasta obligarlo a volver atrás, sobre sus pasos y regresar “a la aldea de Kimbalina”, donde todo ocurrió.

Unos espléndidos relatos que, como siempre en el caso de esta gran escritora que es Lídia Jorge, sacuden la conciencia, enfrentan al lector brutalmente a los tormentos, miedos y encrucijadas, a las miserias y en ocasiones a “pensamientos primitivos e irracionales”, miserables (“la estupidez, cuando se alía a la imaginación peligrosamente, alimenta seres salvajes”), como sucede en otro de los mejores relatos (“Dama polaca volando en limusina negra”). Un relato protagonizado por seres que han estado demasiado tiempo lejos del amor, inmersos en paisajes desolados de una soledad y pánico interior. Un aterrador aislamiento que no les deja ver actos puros y generosos por parte de gente que, como ellos, también ha experimentado el dolor, sin lograr arrancárselo de la memoria.

Los tiempos del esplendor
Los tiempos del esplendor ı Foto: Especial
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